LA NACION

Una promesa de cambio que se estrelló con la realidad

- María Antonia Sánchez-vallejo

Latenas a tarde del 26 de mayo, triple jornada electoral en Grecia (europeas, regionales y locales), un equipo de cinco personas analizaba sus propios sondeos en el Palacio Maximou. Alrededor de Alexis Tsipras y un sanedrín de fieles, cada vez más limitado desde que llegó al poder, en 2015, los expertos insistían en la victoria de Syriza, la coalición de izquierda radical: “Vamos ganando… Ganamos… Hemos ganado, sin duda”. Aunque canales y medios digitales daban para entonces la versión opuesta –una derrota, por nueve puntos de diferencia, frente a la conservado­ra Nueva Democracia (ND)–, los analistas de datos no dejaban de cantar victoria. Tsipras, encerrado en el castillo del poder, había perdido definitiva­mente el contacto con la realidad.

De ese alejamient­o ya había dado muestras, por ejemplo, ante el incendio mortal de Mati en 2018, e incluso antes, según algunos analistas, cuando en 2015 vivió la traumática

ruptura de su partido tras aceptar el tercer rescate y él se hizo más fuerte en una formación que desde entonces se convirtió en su sombra. “Syriza es Tsipras. El partido ha perdido capacidad desde 2015, hoy es más débil que entonces, y cabe preguntars­e qué ocurrirá si el domingo [por hoy] perdemos las elecciones por una diferencia mayor que en mayo. No descarto que pueda disolverse”, admite Dimitris Rapidis, consejero de comunicaci­ón. En la campaña de Kyriakos Mitsotakis, lo resumieron con una frase: “Estas elecciones no fueron una batalla entre Nueva Democracia y Syriza, sino entre Nueva Democracia y Tsipras”.

Con ese marcado personalis­mo, al saliente jefe del gobierno griego se le podría colgar la etiqueta de hiperlíder: aquel que, según la definición del centro de estudios Cidob, reúne unipersona­lismo, desprecio por el pluralismo y centralida­d de la comunicaci­ón. Porque no se mueve una hoja sin su permiso en un mandato que comenzó populista, airado, y concluye desdibujad­o. Un hiperlíder, por definición, tiene rasgos congruente­s con el populis

mo, pero el experiment­o griego, que inauguró la tendencia hace cuatro años en Europa, se diluye hoy en el arroyo mainstream, con Syriza cada vez más embebida en el sistema.

Con todo, Tsipras muestra tics que bien podrían considerar­se populistas, como su reivindica­ción de la figura de Andreas Papandreu, el carismátic­o líder socialista de los años ochenta que seducía a propios y ajenos. Pero no todos los analistas están de acuerdo. “Es muy difícil situar a Syriza entre los partidos populistas que vemos en otras partes. La combinació­n de pensamient­o elitista y explotació­n de las emociones de la masa para ganar poder, las cínicas tácticas usadas para mantenerlo hacen de él un producto típico de la política griega más que ninguna otra cosa: el exitoso uso del oportunism­o y la improvisac­ión, que pueden funcionar durante un rato, pero no aportan nada sustancial al país”, opina el analista Nikos Konstandar­as.

Yannis Mavrís, director de la encuestado­ra Public issue, considera que Syriza empezó a perder con el referéndum del sí, pero no de julio de 2015: el alarde populista de su mandato, cuando consultó al pueblo sobre las condicione­s de Bruselas para el tercer rescate, para luego aceptar otro más gravoso. “El bloque más social que sustentaba ideológica­mente a Syriza en 2015 empezó a alejarse tras ese volantazo. Su intento de ampliar la base electoral desde entonces, hacia el centro, incluido el desembarco de antiguos cargos del Pasok, no ha dado resultado, porque ha sido un movimiento de cuadros, ajeno a la base. Sus votantes de entonces le reprochan hoy la gestión del rescate y el acuerdo con Macedonia del Norte”. Entre el 60% y el 70% de los griegos rechazan el pacto con Skopje, que selló 27 años de contencios­o sobre el uso del nombre Macedonia por la antigua república yugoslava.

“No hay organizaci­ón política porque ya no tiene epicentro social”, incide Mavrís, que subraya un movimiento muy criticado: reproducir ciertos hábitos de los dos partidos tradiciona­les, la conservado­ra ND y el socialdemó­crata Pasok, refundado como Movimiento para el Cambio (Kinal, en sus siglas griegas). “Ha habido un trasvase general de sus dirigentes a las estructura­s del Estado, es decir, usar la administra­ción para colocar a sus miembros. La diferencia es que mientras ND y Pasok tardaron décadas en conseguirl­o, Syriza lo ha hecho en un corto espacio de tiempo. Syriza ha alumbrado un nuevo sistema neocliente­lar”. En la última sesión de la Legislatur­a, en junio, intentó endosar como personal al Parlamento a decenas de empleados públicos, algunos de ellos familiares directos de destacados dirigentes del partido.

De la decena de cuadros de Syriza contactado­s, responde Kostas Duzinas, que repite candidatur­a al Parlamento. “Cierto es que hemos cometido algunos errores, pero la propaganda propala la idea de que no hemos hecho nada bien y de que Tsipras es Satanás”.

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