Irán, un frente de tormenta
En la delicada agenda de paz y seguridad del mundo, los movimientos de Irán se vislumbran como una de las cuestiones más peligrosas. La extraña teocracia iraní, en manos de un patológico grupo de clérigos, descansa sobre una preocupante cuota de fanatismo religioso. Paradójicamente, no resulta menor que se trate del país más activo del globo en materia de exportación de terrorismo, con fuerte presencia en su propia región de influencia.
Por todo esto, la evolución del acuerdo sobre su programa nuclear, celebrado en 2015 con los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas más Alemania, está en el foco central de las preocupaciones en materia de política exterior. Más aún cuando los Estados Unidos se han retirado
de él, con el argumento de que Irán engaña a la comunidad internacional al incumplir solapadamente sus compromisos en tan sensible materia.
Nuestro propio país es también víctima del engaño iraní, potencial sospechoso de haber estado detrás del violento movimiento Hezbollah, sindicado como responsable de los cruentos atentados terroristas perpetrados en nuestro suelo décadas atrás.
El reciente anuncio de Irán para confirmar que está incumpliendo los compromisos que asumió mediante el convenio oportunamente suscripto, al superar el límite de enriquecimiento de uranio, confirma los temores. Con la firma de aquel tratado, Irán se había comprometido a no fabricar armas atómicas, además de limitar su programa nuclear a cambio del levantamiento de sanciones internacionales que erosionaban su economía. Ese anuncio aumenta las tensiones en el Golfo Pérsico y activa las alarmas respecto de que se precipite un conflicto de muy graves consecuencias.
El empeño de Irán, una de las potencias más importantes del mundo en materia de producción de hidrocarburos, sugiere que estamos frente a un desarrollo de propósitos esencialmente militares, en lugar de un programa nuclear de perfiles exclusivamente pacíficos.
La política de la Casa Blanca hoy, caracterizada por un máximo rigor, podría encender aún más el nacionalismo religioso iraní y transformar el cronograma de aquel programa nuclear en prioritario para los peculiares clérigos que dominan política y económicamente a Irán.