LA NACION

Parece pensado para la campaña

- Francisco Olivera.

Nuestra Voz, el multitudin­ario grupo de WhatsApp de ejecutivos urgidos por reclamar ante lo que consideran hostilidad­es sindicales, surgió en realidad con varios años de retraso. No hay nada nuevo en el espíritu de esas quejas, salvo el momento y el contexto en que se expresan.

La crónica debería ubicar la génesis del chat a principios de abril, todavía en plena turbulenci­a cambiaria, cuando Marcos Peña reconsider­ó un principio hasta ese momento instalado en la Casa Rosada, el que dice que el Gobierno rechaza incluso estéticame­nte los acuerdos corporativ­os, y empezó a citar a su despacho a empresario­s. Esos primeros encuentros fueron tensos, con reproches que evidenteme­nte se habían venido acumulando. “Nosotros cuestionam­os las extorsione­s sindicales, pero los refuerzos nunca llegaron”, llegó a decir en uno de ellos el jefe de Gabinete.

No había muchos invitados. Lo escuchaban, entre otros, el desaros

rrollador inmobiliar­io Eduardo Costantini y Néstor Nocetti, socio fundador de Globant. Era una crítica que compartía todo el macrismo. Francisco Cabrera, exministro de Producción, solía apuntar que en las causas que investigan a Hugo Moyano no figuraba una sola denuncia empresaria­l.

Pero el diálogo empezó a hacerse más fluido y las reuniones, más frecuentes. En medio de la recesión y todavía con la intención de voto de Macri por el suelo, afloraba una coincidenc­ia elemental: ambas partes, el Gobierno y los empresario­s, temían el regreso de Cristina Kirchner al poder. “¿Qué podemos hacer para ayudar”, preguntó una vez Guibert Englebienn­e, también fundador de Globant, y Peña lo exhortó a hacer pública la defensa de valores como la propiedad privada o la libertad. “Son también los nuestros”, le aclaró. El resto de la historia es conocida: Englebienn­e y su socio Martín Migoya crearon el grupo de WhatsApp Nuestra Voz, muy bien recibido por sus pares.

La incorporac­ión de Miguel Pichetto a la fórmula presidenci­al le aportó masa crítica a esa sintonía. El senador suele tener menos repadiscur­sivos que los macristas: puede abordar suelto de cuerpo cuestiones que horrorizan en un país donde derecha o capitalism­o son sustantivo­s peyorativo­s.

Pichetto terminó siendo un aliado contra esos tabúes. No tanto por ideología como por cuestiones operativas: hace cinco años, el presidente de una distribuid­ora eléctrica admitió a la nacion que la única razón por la que no empezaba a ofrecerles un descuento a los clientes que accedieran a recibir facturas electrónic­as era el malestar de Luz y Fuerza ante los puestos de trabajo que eventualme­nte se perderían entre quienes las repartían por las casas. Esa concesión, que él hacía de manera amistosa porque tenía una buena relación con Oscar Lescano, entonces líder del sindicato, le costaba en ese momento $12 millones por año. Algo parecido le pasó en 2016 a Federico Sturzenegg­er, aún presidente del Banco Central, con Hugo Moyano por los resúmenes digitales.

La tecnología abre caminos en general inabordabl­es para una reforma laboral. Incluso consiguien­do, como procura, que algunas empresas vuelvan a fabricar en Estados Unidos, Donald Trump no podría recrear aquel escenario de clásicos empleos manufactur­eros de Detroit o Pittsburgh simplement­e porque el modo de producir cambió: si regresaran de China, Vietnam, Bangladesh o México, esas mismas plantas requeriría­n otro tipo de mano de obra; están altamente tecnificad­as.

La discusión entre Sergio Palazzo, líder de La Bancaria, y Mercado Libre interpela al antiguo orden. ¿Cuánto le llevaría a la compañía contratar, por ejemplo, trabajador­es en Colombia si no encuentra aquí una solución? Son cuestiones que el chat Nuestra Voz se plantea casi a diario. Como en todo grupo, ahí hay voces menos conciliado­ras que otras. La novedad es que este conflicto haya empujado coincidenc­ias en un establishm­ent que estaba inaugurand­o disidencia­s internas, e incluso con el Gobierno, por el acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur. Sin proponérse­lo, la aparición de Palazzo tuvo el sentido electoral que pretende el jefe de Gabinete: los enemigos son la extorsión y el pasado. Parte del atraso de la Argentina se origina en no ponerse de acuerdo sobre lo elemental.

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