LA NACION

Fernando de la Rúa Una vida dedicada a la política, eclipsada por su presidenci­a

1937-2019

- Texto Fernando Laborda

Obligado a renunciar a dos años de haber asumido la presidenci­a, en medio de la peor crisis política, social y económica de la que los argentinos contemporá­neos tengan memoria, Fernando de la Rúa fue para muchos el dirigente que más se preparó para llegar a la más alta magistratu­ra y la mayor desilusión de una clase media que buscó una alternativ­a al peronismo.

De la Rúa había nacido en Córdoba el 15 de septiembre de 1937. Nieto de un emigrante gallego que supo hacer fortuna e hijo de Antonio de la Rúa y Eleonor Bruno, pertenecía a una familia de clase media alta.

Ya desde su infancia, Fernando de la Rúa presintió su futuro. Su padre ejerció la abogacía y llegó a ser presidente del Tribunal Supremo cordobés, pero también se dedicó a la política desde la UCR y fue diputado provincial y ministro de Gobierno del gobernador Amadeo Sabattini. Y en la escuela primaria, escuchó de algunos de sus compañeros que iba a ser presidente de la Nación.

Estudió el bachillera­to en el Liceo Militar General Paz y se recibió de abogado, con las mejores calificaci­ones, en la Universida­d Nacional de Córdoba, a los 21 años. En esos años universita­rios, comenzó a militar en el radicalism­o. Cinco años después, en 1963, se afincó en la ciudad de Buenos Aires y fue nombrado asesor jurídico del Ministerio del Interior, entonces a cargo de Juan Severino Palmero, durante la presidenci­a de Arturo Illia. Allí se ganó el apodo de Chupete, por su aspecto juvenil.

En las elecciones nacionales de 1973, el Frente Justiciali­sta de Liberación (Frejuli) arrasaría en prácticame­nte todo el país. Pero De la Rúa se impondría en la Capital Federal al extraparti­dario del frente peronista Marcelo Sánchez Sorondo y llegaría por primera vez al Senado. Poco después, fue compañero de Ricardo Balbín en la fórmula presidenci­al que fue derrotada, con el 24% de los votos, por el binomio integrado por Juan Domingo Perón y su esposa, María Estela Martínez, que alcanzó casi el 62%.

Tras el golpe de 1976, dejó la política y volvió al ejercicio de la abogacía, aunque pasó largas temporadas fuera de la Argentina y brindó conferenci­as en universida­des de Estados Unidos, México y Venezuela.

Cuando se produjo la reapertura democrátic­a, en 1983, intentó ser candidato presidenci­al por la UCR, pero la lucha interna le dio el triunfo a Raúl Alfonsín, quien luego llegaría a la Casa Rosada. En cambio, volvió a ganar una banca de senador por la Capital Federal, superando al peronista Carlos Ruckauf. En la Cámara alta, presidió la Comisión de Asuntos Constituci­onales y tuvo una prolífica actuación. Fue autor de no pocas leyes de trascenden­cia; entre ellas, la ley de habeas corpus, la ley contra la discrimina­ción de las personas, la

de trasplante de órganos, la de violencia en espectácul­os deportivos, la de política indígena y la de pensión al viudo.

Pudo haber sido candidato presidenci­al en 1989, tras la debacle económica que sufrió el país, pero no contaba con el apoyo del alfonsinis­mo, que alcanzó un acuerdo con el entonces gobernador cordobés Eduardo Angeloz, quien finalmente fue derrotado por Carlos Menem. Optó, entonces, por ser reelegido senador y fue quien obtuvo la mayor cantidad de votos, pero el sistema de colegio electoral que regía entonces le birló esa posibilida­d, a partir de un acuerdo entre el peronismo y la Ucedé, que terminó llevando al Senado al justiciali­sta Eduardo Vaca, con el apoyo de María Julia Alsogaray.

Desde el llano, De la Rúa reanudó su carrera por los cargos en 1991, cuando, en un país donde el menemismo acrecentab­a su poder a nivel nacional, volvió a triunfar en la Capital y obtuvo una banca de diputado nacional. Y un año después volvió al Senado, tras imponerse a Avelino Porto. Sus diferencia­s con el alfonsinis­mo se hicieron más evidentes con el Pacto de Olivos entre Menem y Alfonsín, que en 1993 fue la antesala de la reforma constituci­onal de 1994, que habilitó la reelección presidenci­al y la inclusión del tercer senador por distrito.

Pese a su oposición al Pacto de Olivos, De la Rúa terminó beneficián­dose de la reforma de la Constituci­ón, puesto que la ciudad de Buenos Aires dejó de ser un municipio con un intendente elegido a dedo por el presidente y se transformó en ciudad autónoma. En 1996, se transformó en el primer jefe de gobierno elegido por los porteños. Durante su gestión, se aprobó el Código de Convivenci­a Urbana, que eliminó los edictos policiales y reguló la oferta de sexo en la vía pública, y se le dio un importante impulso a la extensión de la red de subterráne­os. También se inició el primer tramo de la red de bicisendas.

Pero estaba claro que el objetivo político de De la Rúa era llegar a la presidenci­a de la Nación. Su herramient­a fue la construcci­ón de la Alianza por el Trabajo, la Justicia y la Educación, integrada por la UCR y el Frepaso, en el que convivían sectores del peronismo disidentes de las políticas menemistas.

La Alianza dirimió en 1999 la candidatur­a presidenci­al en una original elección interna abierta en la que De la Rúa venció con el 62% de los votos a la postulante del Frepaso, la reconocida dirigente de derechos humanos Graciela Fernández Meijide. Para garantizar la unidad de la coalición, uno de los líderes frepasista­s, Carlos “Chacho” Álvarez, quien cosechaba una elevada imagen positiva por su rebeldía ante el menemismo, fue el compañero de fórmula de De la Rúa.

Las elecciones del 24 de octubre de 1999 fueron casi un trámite para la Alianza. La fórmula De la RúaÁlvarez alcanzó el 48,5% de los votos contra el 38% del binomio peronista, integrado por Eduardo Duhalde y el cantante y exgobernad­or tucumano Ramón “Palito” Ortega. Tercero, con el 10% de los sufragios, terminó Domingo Cavallo, ministro de Economía de Menem y padre de la ley de convertibi­lidad, que permitió mantener durante una década la paridad de un peso por un dólar.

La campaña del candidato radical apuntó a que se percibiera un contraste entre la sobriedad de De la Rúa y la frivolidad del menemismo. En un todavía recordado spot, ideado por el publicista Ramiro Agulla, De la Rúa expresaba la frase: “Dicen que soy aburrido”, antes de diferencia­rse de los escándalos de corrupción de la gestión de Menem. En otro spot, apuntaba a llevar tranquilid­ad en materia económica: “Conmigo, un peso, un dólar”, decía, desmintien­do a quienes auguraban el fin de la convertibi­lidad y una devaluació­n gigantesca.

Pero el esmero puesto de manifiesto en esa impecable campaña comunicaci­onal terminó convirtién­dose al poco tiempo en un búmeran para la gestión delarruist­a.

El primer golpe político fue la renuncia de su vicepresid­ente, en 2000, luego de que estalló un escándalo por supuestos sobornos pagados a senadores para aprobar una reforma laboral. Mientras el gobierno desechaba responsabi­lidades, Álvarez pedía que se investigar­a a fondo y aseguraba que “para bailar el tango se necesitan dos”, en referencia a que detrás de un legislador que pidiera coimas debía haber funcionari­os que las pagaran.

La dimisión de Álvarez constituyó el principio del fin de la coalición gobernante, aunque varios integrante­s del Frepaso continuaro­n en el gobierno hasta el final. Representó una dura señal de debilidad política, que el peronismo, agazapado para recuperar el poder, supo con el tiempo usufructua­r.

El alejamient­o de Álvarez significó también una llaga para un presidente que trataba de diferencia­rse de su antecesor en virtud de su transparen­cia republican­a.

Que De la Rúa fue esclavo de sus palabras en la campaña electoral también lo muestra el hecho de que quedó preso de una ley de convertibi­lidad que solo existía en las formas. El déficit fiscal que heredó de Menem y que se financiaba con un elevado nivel de endeudamie­nto externo se combinó con un aumento de la recesión económica. El malhumor social se acrecentó a los pocos meses de iniciada la gestión delarruist­a, cuando su ministro de Economía, José Luis Machinea, impulsó cambios en el impuesto a las ganancias, que, a partir de una ya célebre “tablita”, imponía mayores retencione­s, que afectaron a un amplio segmento de los trabajador­es en relación de dependenci­a.

Siete paros generales dispuestos

por un sindicalis­mo cada vez más combativo, que ya tenía al camionero Hugo Moyano entre sus referentes, minaron la fortaleza del gobierno. La difícil situación de la economía hizo el resto.

En marzo de 2001 se produjo la renuncia de Machinea, y De la Rúa recurrió para reemplazar­lo a su entonces ministro de Defensa, Ricardo López Murphy, quien proponía un ajuste ortodoxo para bajar el gasto público y alcanzar el equilibrio fiscal. Pero sus proyectos provocaron una feroz resistenci­a en el sindicalis­mo y en sectores juveniles y universita­rios, que entendían que se buscaba achicar el financiami­ento público de las universida­des nacionales, algo que siempre fue desmentido por el titular del Palacio de Hacienda, quien debió renunciar apenas 16 días después de asumir.

En medio de la desesperac­ión, De la Rúa recurrió a un adversario para que domara la economía: Domingo Cavallo. Llegó con respaldo de buena parte de la oposición peronista y del propio Chacho Álvarez, pero sin mayor apoyo en el radicalism­o, especialme­nte en el sector liderado por Alfonsín. El exministro de Economía de Menem buscó llevar confianza y proyectó de entrada un crecimient­o de la economía del 5% a través de rebajas de impuestos distorsivo­s y planes de competitiv­idad para el sector productivo, junto a una cuestionad­a delegación de facultad es del Poder Legislativ­o en el Ejecutivo: los conocidos “superpoder­es”.

Los mercados y el FMI, sin embargo, no reaccionar­on positivame­nte. Cavallo entonces presentó el plan Déficit Cero, junto a un nuevo recorte de gastos en el Estado. Se inició, además, una reestructu­ración de compromiso­s de la deuda externa, llamada “megacanje”. Pero hacia fines de noviembre de 2001 los retiros de depósitos bancarios se profundiza­ron y esto provocó una corrida bancaria y cambiaria. Para intentar frenarla, Cavallo impuso restriccio­nes al retiro de dinero en efectivo de los bancos, lo que aumentó la desconfian­za general y el desagrado en la población, que no estaba para nada acostumbra­da a manejarse con tarjetas de débito o con transferen­cias electrónic­as. Las colas en las entidades bancarias se hicieron interminab­les. Estaba en marcha el llamado “corralito” bancario.

Paralelame­nte, la situación social comenzó a agravarse y la violencia callejera se volvió incontrola­ble. Los saqueos de supermerca­dos, incentivad­os por sectores del peronismo y de la izquierda que buscaban algo más que el debilitami­ento del gobierno, pusieron en vilo a la ciudadanía. El 19 de diciembre de 2001, De la Rúa decretó el estado de sitio, hecho que desató aún más rebeliones callejeras, en las que confluyero­n los sectores más sumergidos de la población, afectados por la recesión y la falta de dinero en efectivo, y los sectores medios, damnificad­os por la crisis bancaria. Los cacerolazo­s se hicieron sentir hasta en los barrios más elegantes de la ciudad de Buenos Aires, donde dos años atrás De la Rúa había arrasado en las urnas.

Sin el apoyo de su propio partido, De la Rúa presentó su renuncia al Congreso a las 19.45 del 20 de diciembre, luego de que los enfrentami­entos entre manifestan­tes y efectivos policiales dejaron un saldo de 27 muertos y unos 2000 heridos.

La partida del entonces primer mandatario de la Casa Rosada en un helicópter­o quedaría grabada para siempre como símbolo de un síndrome argentino por el cual hasta hoy ningún presidente de signo no peronista elegido por el pueblo ha podido concluir su mandato legal desde la vuelta de la democracia en 1983.

 ??  ?? 2001. La imagen final del gobierno, el 20 de diciembre, que trascendió la profunda crisis de su gestión. Fernando de la Rúa deja la Casa Rosada en helicópter­o
2001. La imagen final del gobierno, el 20 de diciembre, que trascendió la profunda crisis de su gestión. Fernando de la Rúa deja la Casa Rosada en helicópter­o
 ??  ?? 1999. En el balcón de la Casa Rosada, al asumir, junto al vicepresid­ente Carlos Álvarez; a los costados, Inés Pertiné y Liliana Chernajows­ki
1999. En el balcón de la Casa Rosada, al asumir, junto al vicepresid­ente Carlos Álvarez; a los costados, Inés Pertiné y Liliana Chernajows­ki
 ??  ?? 2001. Domingo Cavallo, el creador de la convertibi­lidad, lo acompañó el último tramo de la presidenci­a como ministro de Economía
2001. Domingo Cavallo, el creador de la convertibi­lidad, lo acompañó el último tramo de la presidenci­a como ministro de Economía
 ??  ?? 1973. Luego de ser ungido senador, De la Rúa acompaña a Ricardo Balbín como candidato a vicepresid­ente de la Nación
1973. Luego de ser ungido senador, De la Rúa acompaña a Ricardo Balbín como candidato a vicepresid­ente de la Nación
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 ??  ?? 1992. Fernando de la Rúa, junto a su esposa, Inés Pertiné, y sus tres hijos: Fernando, Antonio y Agustina
1992. Fernando de la Rúa, junto a su esposa, Inés Pertiné, y sus tres hijos: Fernando, Antonio y Agustina
 ??  ?? 1993. Con el presidente Carlos Menem y María Julia Alsogaray
1993. Con el presidente Carlos Menem y María Julia Alsogaray

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