LA NACION

La historia de Ivar, el caballo que es sensación

ganó las tres veces que corrió en palermo y San isidro, con un cambio de velocidad en los metros finales que genera asombro

- Gustavo S. González

Si hay un rasgo que caracteriz­a a Carlos Daniel Etchechour­y es el de la prudencia, sobre todo cuando describe a un caballo al que entrena. Un rasgo de familia, en realidad. Nunca la desmesura. Por eso, cuando habla de Ivar, el potrillo que ganó hace diez días el Gran Premio Estrellas Juvenile, pero del que se habla hace un mes por lo menos, cada vez con más entusiasmo, su palabra es indiscutib­le.

“Es distinto, en temperamen­to, físico, es manso, no siente las carreras, pesa 500 kg desde la primera que corrió hasta ahora, no perdió un gramo, un caballo entero. A medida que van corriendo, los potrillos se alivianan, la mayoría empieza a mostrar que no llega a la distancia. Este banca todo”. Lleva treinta años preparando caballos de carrera, Dany.

Ivar nació y fue criado en Brasil, pero sus propietari­os, el stud Rdi, eligen la Argentina para competir, como tantos criadores de ese país que vienen a establecer­se aquí para producir sus planteles. En la pista, se ve un caballo normal hasta los 400 metros finales, donde la mecánica de sus movimiento­s entra en calor y la distancia con sus rivales se agiganta. El día del debut, en San Isidro, el estado de la pista obligó a que su carrera fuera trasladada a la arena pesada, sobre 1400 metros. Dio igual.

Cuenta Etchechour­y: “Al principio lo trabajó Adrián [Giannetti], Rdi no tiene un jockey contratado, pero justo en el debut tenía un potrillo de Rafa Dellacasa, con el que tiene compromiso. Entonces se me acercó José [el brasileño Aparecido Da Silva] para correrlo”. Da Silva lo exigió de zurda cuando dos rivales lo superaron a 400 metros del disco; el zaino sintió que le mojaban la oreja y reaccionó. Dominó en los 200, ya sin sentir la fusta.

“El primer día que lo montó, Adrián me dijo ‘de este no me bajo más’, pero no pudo elegir. Cuando tuvo la chance se lo devolví”, sigue Dany. Esa chance fue en el Estrellas Juvenile, Giannetti celebró parado en los estribos; estaba claro que no era un mero reemplazan­te del lesionado Da Silva. “Le vino muy bien a Adrián, porque estaba bajoneado, me alegré mucho por él, empezó conmigo...”, reveló el entrenador.

Antes de ese triunfo se había dado el del Gran Criterium, ahora sí en el césped de San Isidro. No había hecho falta el látigo de Da Silva ni para un toque aquel 25 de mayo. Miró cuatro veces para atrás el brasileño, para ver por cuánto ganaba.

Por más que uno intenta, no le baja los decibeles a la admiración de Etchechour­y. “Uno piensa que el potrillo va por todo, después hay que ver, pero tiene todas las condicione­s”, y confiesa que cuando conoció a los propietari­os hace unos días “les tiré con todo para que lo dejen hasta fin de año, porque sospecho que no corre más acá”.

La sospecha se hizo certeza. Gilberto Silva y Paulo Borges, titulares de Rdi, se van a llevar a fin de mes a Ivar a su campo de Kentucky, Bonne Chance, para que compita en Estados Unidos. Allí maneja todo Beto Figueiredo, un manager de fuertes lazos con la Argentina desde hace décadas. El objetivo de máxima es Dubai, para la serie de la World Cup. En Lexington lo entrenará otro brasileño, Paulo Lobo.

Como suele suceder con los sangre pura de carrera, no hay un aspecto físico que explique un fenómeno como Ivar. El veterinari­o Fernando García dirige el equipo de veterinari­os que atiende Rdi. Hace años trabaja con caballeriz­as brasileñas que se radican en la Argentina. “Yo creo que el caballo es una máquina, hace todo bien. El caballo superior que vi en mi vida fue Riton e Ivar está ahí”, dice García. Ritón fue un gran millero de Río Claro, de Brasil, que marcó un récord increíble para los 1600 metros en San Isidro. A diferencia de Ivar, arrasaba de punta a punta.

Con García trabajan Felipe Muñoz y Pablo Duvini. Felipe, que hizo una pasantía de dos años en la prestigios­a clínica equina Hagyard, de Kentucky, tendrá viajará en el vuelo con Ivar, como tropero. Es vital la presencia de un veterinari­o en un viaje tan extenso, aunque Muñoz descarta la posibilida­d de que haya problemas: “Tiene un carácter tranquilo, es manso y es lo más sano que podés ver. Nunca hizo falta hacerle un tratamient­o. En la pista, su velocidad es increíble. Lo que más me impresiona es que no tiene techo. Su madre corría 2400 metros…”

Ivar es hijo del padrillo Agnes Gold, nacido en Japón, a su vez hijo de un gran semental, Sunday Silence, y la madre es May Be Now (Smart Strike), ganadora de Grupo 2. “Después de las Estrellas Ivar descansó, va todos los días a la partida y Dany lo tiene al trote y galope, está en un estado increíble”, cuenta García.

Solo mantenimie­nto tendrá Ivar hasta que lo trasladen. El potrillo que ganó dejando parados a sus rivales, explosivo, abandonará un establo en el que, sin embargo, era uno más. Ni las veleidades de una estrella, ni el mal humor de los talentosos. “Tuve un montón de buenos caballos, pero lo que hizo Ivar en tres carreras a los 2 años no es muy normal, corre en el desarrollo donde querés”, reflexiona Dany Etchechour­y, que esperaba estar en la Polla de Potrillos, la primera gema de la Triple Corona.

El entrenador dice que Ivar es como un genio entre sus congéneres, como si fuera mayor. “Conseguí que algunos muy buenos caballos ganaran el Pellegrini o el Latinoamer­icano, pero con el tiempo, se van haciendo hasta que llegan a la distancia; este se anticipó”.

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Carlos lares Puede no ser solo una imagen: ivar parece levitar para ganar el GP estrellas Juvenile

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