LA NACION

Michel Rolland

“Pagar por exportar es algo que no se puede entender”

- Texto Alfredo Sainz | Foto Ignacio Coló

Michel Rolland, el enólogo más famoso del mundo, viene festejando cumpleaños importante­s en la Argentina. El año pasado se cumplieron treinta años del primer vino que empezó a elaborar en el país como asesor de Arnaldo Etchart en Salta. Y en 2019 se festejan los primeros veinte años de su primera incursión como inversor a través de su participac­ión en el proyecto Clos de los Siete. En este proyecto, que se inició con la compra de unas 850 hectáreas en el Valle de Uco, en Mendoza, Rolland está asociado con verdaderos pesos pesados del mundo empresario francés y hoy incluye a siete bodegas que suman una producción anual de un millón de botellas, que se comerciali­zan tanto en el mercado argentino como Estados Unidos, Canadá Francia, Brasil y Reino Unido, entre otros países.

Rolland nació en Pomerol, una de las cunas más prestigios­as del vino francés, y viene de una familia de viñateros. Siempre cuenta que se crio hablando del vino primero con su abuelo, después con su papá y más tarde como estudiante de la carrera de Enología de la Universida­d de Burdeos. Hoy pasa seis meses al año viajando por el mundo y asesorando a bodegas de más de una docena de países. Degusta cerca de 40.000 vinos al año y desde hace tiempo su nombre es considerad­o un certificad­o de calidad. “La verdad es que nunca pensé que iba a viajar para hacer vinos en todo el mundo. Y después de más de cuarenta años trabajando en el asesoramie­nto de bodegas, puedo decir que ya soy un poco conocido en el mundo del vino”, asegura con modestia en una entrevista con la nacion.

–El proyecto de Clos de los Siete acaba de cumplir 20 años. ¿Cuál es el balance?

–El proyecto de Clos de los Siete anduvo muy bien. Acá pudimos plantar los viñedos y logramos vinos muy buenos. Los resultados fueron excelentes tanto acá como afuera. Realmente estamos muy contentos con la tierra, porque logramos una gran producción, con vinos muy buenos. Nunca tuvimos una helada y solo granizó fuerte en 2011.

–La tierra se portó mejor que la economía.

–Sin dudas, la tierra estuvo bien elegida. Y al final lo más complicado resultaron la economía y las dificultad­es que tuvimos para importar y exportar. La política no siempre acompaña, pero no solo acá, sino también en otros lugares, como Francia o España. A la Argentina además la conozco desde hace mucho. Empecé a venir al país en 1988, con Arnaldo Etchart, y trabajamos juntos en Salta durante muchos años, hasta 1994. Después comencé a asesorar a otras bodegas en Mendoza. Me acuerdo de que la primera con la que trabajé fue Trapiche y después llegaron Norton, Salentein y varia más.

–¿Cómo fue dar el paso de asesor a impulsar un proyecto propio como Clos de los Siete?

–La idea surgió a partir de JeanMichel Arcaute, que ya estaba en el país porque tenía la bodega Alta Vista y que desgraciad­amente falleció en medio del proyecto. A Clos de los Siete lo imaginamos juntos y cuando él no estuvo decidí continuar. Siempre pensamos que el vino argentino tenía futuro y con el tiempo se demostró que era cierto.

–¿El vino argentino ya tocó su techo o tiene potencial para seguir creciendo?

–Siempre se puede crecer. En Francia se dice que los árboles nunca tocan el cielo. El mercado interno es fuerte y también hay muchas posibilida­des a nivel internacio­nal, donde la Argentina tiene una buena fama y cuenta con la suerte de tener el malbec. Es el único país del mundo que está desarrolla­ndo malbec a este nivel de volumen y de calidad.

–¿No hay un peligro en esta “malbec dependenci­a” del país?

–Por un lado, es positivo, porque en otras variedades, como el cabernet sauvignon o el chardonnay, la Argentina no puede ser el número uno. Pero por otro, siempre está el riesgo de que la industria termine haciendo malbec malo y se termine castigando a todo el país. Igualmente, la Argentina no está obligada a usar la palabra “malbec” siempre. Se pueden hacer blends y grandes vinos en los que el malbec no figure en la etiqueta, como de hecho lo estamos haciendo con el Val de Flores, que es un vino 100% malbec.

–En los 90 el país vivió una explosión de inversione­s, pero después de la crisis de 2008 bajó el interés en todo el mundo, no solo en la Argentina. A esto se suma que la política argentina no ayuda. No se trata de un mercado precisamen­te tranquilo, aunque la verdad es que no me asusta. Acá, como en todo el mundo, los políticos no conocen nada de economía. Y si no aumentan los impuestos no saben qué hacer. Los inversores no son aventurero­s y lo que quieren es muy simple: ganar plata, poca o mucha, pero ganar. Hoy no están viniendo a la Argentina, pero estoy convencido de que van a volver cuando el país ande un poco mejor. Es un momento difícil, pero soy optimista.

–¿En qué mercados internacio­nales hay más potencial para el vino argentino?

–En el mundo entero la competenci­a es feroz, no solo de los países tradiciona­les. Hoy hay vinos de la Argentina, Chile, Bulgaria, Rumania, Georgia. El mercado del vino intermedio está muy complicado, la pelea es todos los días y hay que defender el producto. El camino creo que pasa por lo que está haciendo Chile, especialme­nte a partir de los acuerdos que logró con Corea, Japón y China.

–Hoy no es el mercado más grande del vino, pero potencialm­ente lo tiene todo. Así como hace veinte años la obligación en el mercado del vino era pasar por los Estados Unidos, hoy nadie puede pensar en un proyecto de exportació­n importante sin mirar al mercado chino.

–¿Y qué otros mercados son interesant­es?

–Asia en general. Desde Tailandia hasta Vietnam, pasando por Corea o Hong Kong. Igual, tampoco hay que descuidar Europa. En Inglaterra el vino argentino se vende muy bien e incluso en Francia hay un consumo interesant­e del malbec argentino.

–Mirando lo que pasa en otros países, operar en la Argentina no es algo mucho más que complicado que hacerlo en otros mercados. Por supuesto que hay situacione­s que no ayudan. Cuando un gobierno pone una tasa para exportar no ayuda. Pagar para exportar es algo que no se puede entender, pero acá nos pasa.

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