LA NACION

Jimena Hernández. Abusada y muerta en el natatorio de su colegio

El 12 de julio de 1988, el cuerpo de la chica, de 11 años, apareció en el fondo de una pileta, en Caballito. El primer juez del caso pensó que se había ahogado, quizás al tener un síncope. Pero otro peritaje reveló que la habían asfixiado y su malla tenía

- Texto Germán Wille

Hace exactament­e 31 años, el cuerpo sin vida de Jimena Hernández fue hallado en el fondo de la pileta del natatorio del colegio de la Santa Unión de los Sagrados Corazones, de Caballito. Aquel 12 de julio de 1988 hubo allí una competenci­a intercoleg­ial, y la versión oficial de la institució­n –y también de la Justicia, en un principio– fue que la niña, que tenía 11 años y era alumna del establecim­iento, se había ahogado en el transcurso del torneo.

Pero Norma y Jorge, sus padres, nunca creyeron esa versión. Entre familiares y participan­tes de la competenci­a había en el lugar unas 50 personas. Difícil que nadie la hubiera visto ahogarse. Además, ella era una excelente nadadora. Con el tiempo, y gracias al coraje en la búsqueda de justicia de la pareja, se supo la horrorosa verdad: Jimena había sido abusada, asesinada y arrojada ya sin vida a la piscina.

El caso pasó por cuatro jueces y se cerró con la paradoja de que el único detenido, acusado de calumnias e injurias, fue el padre de Jimena. Del culpable del crimen, ni noticias. Por falta de pruebas, los sospechoso­s que hubo ni siquiera fueron procesados. Van 31 años de impunidad.

La competenci­a en el natatorio comenzó antes de las 16. Una hora después, Norma Monfardini fue a buscar a su hija al colegio, católico y solo para niñas, situado en Seguí al 900. No aparecía. Nadie, ni sus compañeras de 6º grado ni sus docentes, sabía dónde estaba.

A las 18, Norma llamó por teléfono a Jorge Hernández a su oficina. Los padres de la niña estaban separados, pero la desesperac­ión los unió con esa llamada. “Vení urgente porque a Jimena no la encuentran”, le dijo. En medio de esa comunicaci­ón, un chico descubrió un cuerpo en el fondo de la piscina. La noticia llegó rápido al lugar donde Norma estaba al teléfono. “¡La encontraro­n muerta!”, le gritó a su exmarido, que quedó devastado al otro lado de la línea.

Desde el principio los padres de Jimena sospecharo­n lo peor. Pero los primeros movimiento­s de la Justicia parecían acompañar el planteo férreo de las autoridade­s del colegio: que la niña había muerto de forma accidental.

El juez Luis Cevasco –hoy, a cargo de la Fiscalía General de la Ciudad– fue el primero en tomar el caso. En su informe sobre la causa de la muerte el magistrado indicaba que el fallecimie­nto se produjo por edema agudo de pulmón provocado por “asfixia por sumersión”. Inicialmen­te, descartaba “la acción violenta de terceros” en el hecho. La niña se había ahogado en la pileta.

En esos primeros días circuló en algunos medios la versión de que la chica, a sus 11 años, había tenido relaciones sexuales previas. “Ella ni sabía lo que era el sexo”, señaló a Lucas Hernández, la nacion hermano de Jimena, que entonces tenía 5 años. Hoy, con 36, es abogado y conoce pormenoriz­adamente el caso.

Sus padres también denunciaba­n “un pacto de silencio” en el colegio para ocultar la verdad. En respuesta, el Santa Unión, que luego pasaría a llamarse Monseñor Dillon, emitió un comunicado en el que negaba “terminante­mente tener conocimien­to de algún delito ocurrido en el colegio, así como haber ocultado hechos o encubierto a persona alguna”.

“Era otra época. Yo era chico, pero me acuerdo que a mi mamá los

vecinos le decían que estaba loca, que en un colegio de curas no podían violar o matar gente, y se ponían a llorar. Le decían: ‘No le hagas esto a la iglesia’”, señala Lucas.

El segundo juez de la causa, Omar Facciuto, ordenó un nuevo peritaje del cadáver, realizado cinco meses después por médicos de la Cátedra de Medicina Legal de la UBA. Determinar­on que la niña había muerto por asfixia por sofocación. Los pulmones de Jimena no tenían plancton, lo que determinab­a que no había ingresado agua en ellos, por lo que era imposible que se hubiera ahogado por sumersión, como se instaló con la primera autopsia: la habían asesinado.

La conclusión fue que el asesino había cubierto con una mano la boca y la nariz de la menor hasta causarle la muerte por asfixia. Luego, y quizá con la colaboraci­ón de alguien, arrojó el cuerpo sin vida en la pileta.

En diciembre de 1988 se realizó una reconstruc­ción en el lugar del

hecho, con el foco puesto en definir cómo alguien pudo haber matado a la menor y arrojarla al agua durante un torneo con al menos 50 personas presentes.

El natatorio del Santa Unión estaba cubierto con una carpa inflable, con forma de iglú. La hipótesis que abrazó el fiscal de Cámara Norberto Quantín –ya fallecido– fue que el cadáver había sido deslizado por debajo de la lona, cerca de uno de los bordes de la pileta, opuesto a la puerta giratoria que daba el único acceso a la piscina.

Las marcas del abuso

Ya no cabían dudas de que a Jimena la habían asesinado. La causa salió de la Justicia Correccion­al y recayó en el juez de instrucció­n Héctor Grieben. Era diciembre de 1988 y aún faltaba un detalle para sumar horror al caso.

Entre las pruebas estaba la malla que la niña había usado el día de su trágico deceso. Pese a que la manera en que se preservó la prenda distaba mucho de ser la adecuada, los peritos encontraro­n en ella una mancha que, tras los análisis de rigor, resultó ser de líquido seminal. Esto significab­a que antes de asesinarla a Jimena la habían atacado sexualment­e.

La malla fue enviada al instituto Life Code Corporatio­n, de los Estados Unidos, para que se pudiera hacer un análisis de ADN, pero las técnicas disponible­s hace tres décadas y el tiempo transcurri­do desde el día del crimen sin la correcta preservaci­ón de la muestra impidieron obtener un perfil genético que apuntara al posible culpable.

La madre de Jimena sostuvo siempre la teoría del ataque sexual como la causa de la muerte de su hija. Repetía a los medios que a su hija “la secuestrar­on, la violaron, la torturaron y la mataron”.

En cambio, el papá de la víctima tenía otra versión: “Para mí, el móvil del asesinato no es el de un abuso sexual. Jimena descubrió algo ‘pesado’ en la escuela. Los motivos no los sé, pero supongo que ella puede haber encontrado drogas u otra cosa, y que por ahí pasa el móvil del asesinato”, dijo en una entrevista con la revista La Semana.

Su hijo, Lucas, está más cerca de la teoría de su madre. “Los peritajes dicen que Jimena tenía el ano dilatado, y mi papá (y los peritos) dice que eso fue por una reacción ante el miedo que sintió. Yo creo que no; creo que eso se debió a que realmente fue abusada”, señaló.

En septiembre de 1990, Grieben dictó el sobreseimi­ento provisiona­l de la causa. Pero la Sala VI de la Cámara del Crimen ordenó reabrirla. El expediente recayó en manos de Mauricio Zamudio, el cuarto juez del caso.

La causa llegó a tener una decena de imputados, que nunca fueron procesados. Para los padres de Jimena, el principal sospechoso era el profesor de natación del colegio, Oscar Bianchi. Sostenían que había trabajado en una pileta de Parque Patricios donde otra niña había aparecido muerta. Las sospechas se acrecentar­on cuando Bianchi dijo no conocer a Jimena, cuando, según sus padres, la había tenido como alumna en el natatorio del club Atlanta.

Bianchi dio una entrevista en la revista Gente, en junio de 1989, en la que señaló: “A las tres, a lo sumo a las tres y cinco me había ido” del colegio aquel 12 de julio. Afirmó que se había enterado de lo que había pasado al día siguiente, cuando encontró en la puerta del colegio un cartel de duelo.

El resto de los sospechoso­s fueron los profesores Hernán Fusco, Gerardo Paradela, Miriam Squaglia, Mario Álvarez y el ex rector del colegio Jorge Sobrino. A pesar del centenar de testigos que desfilaron por el caso, tanto Grieben como Zamudio cerraron la causa con la desvincula­ción de los imputados.

Solo uno de los protagonis­tas del caso fue condenado: Jorge Hernández, el padre de Jimena, que perdió un juicio por calumnias e injurias que le había iniciado Carlos Wiater, exabogado de la madre de su hija; lo sentenciar­on a dos años de prisión.

En octubre de 2007, Norma Monfardini pidió a la Corte Suprema que el crimen de su hija fuera considerad­o “de lesa humanidad”. No lo logró, y el caso se cerró definitiva­mente.

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Una de las marchas frente al colegio Santa Unión, de Caballito
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Jimena Hernández
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Archivo

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