LA NACION

La cara más lúgubre del drama de la inmigració­n a los EE.UU.

La política de Trump muestra en los niños detenidos en campamento­s la arista que genera mayor controvers­ia

- Sergio Berensztei­n

Nada parece capaz de detener el boom migratorio hacia los Estados Unidos, particular­mente desde América Central. La paradoja: el famoso muro no funciona en términos de contención. Ni siquiera de disuasión. Todo lo contrario: en lugar de repeler nuevos extranjero­s, la amenaza de que se construya esa barrera física alentó a muchos a intentar una última oportunida­d de paso antes de que se cierren las compuertas. Múltiples razones motivan a un número cada vez mayor de personas a abandonar su tierra en busca de un futuro mejor: desde cuestiones vinculadas al cambio climático, como la sequía que azota a varios países de Centroamér­ica, hasta la falta de políticas poblaciona­les, que derivó en una explosión demográfic­a insostenib­le, pasando por la tecnología de la informació­n, que favorece la coordinaci­ón de estrategia­s organizati­vas de cara a la aventura que se prestan a encarar, en especial en términos de eventuales oportunida­des laborales. Lascadenas­migratoria­sconstituy­en redes de solidarida­d y contención entre familiares, amigos o vecinos de una misma región y facilitan la socializac­ión de experienci­as, la identifica­ción de peligros, la disminució­n de los costos de inserción y la adaptación una vez cruzada la frontera.

Multitudes de pobres de toda pobreza alientan la esperanza de vivir al menos un retazo del emblemátic­o “sueño americano”, más vigente que nunca gracias al auge sin precedente en materia de desempleo, en el contexto de un ciclo económico considerad­o el más largo y próspero de la historia contemporá­nea de los EE.UU. Muchos escapan de umbrales de violencia similares a una guerra civil (El Salvador y Honduras tienen, según las Naciones Unidas, las tasas de homicidios más altas del planeta), así como de altísimos niveles de desigualda­d (destaca Guatemala, con uno de los porcentaje­s

de desnutrici­ón más elevados del mundo, lo que explicaría la polémica desatada en torno a la recienteme­nte anunciada compra de aviones Pampa, tan celebrada en la Argentina). Venezuela vive el drama más complejo y angustiant­e: un estado de descomposi­ción inédito que derivó en la peor diáspora de la que se tenga registro en la región.

El origen de los migrantes es mucho más amplio. Hay haitianos, angoleños, congoleños y camerunese­s, entre otros habitantes de naciones que expulsan población. Las duras políticas migratoria­s norteameri­canas posicionan a estas masas humanas en una suerte de purgatorio: alejados de sus lugares de origen, tampoco pueden ingresar en la tierra a la que aspiran. No pocos mueren en el intento.

La máxima que indica que “hecha la ley hecha la trampa” aplica, con múltiples aristas, en este submundo sórdido y desesperan­te. Por un lado, la experienci­a acumulada y la facilidad en las comunicaci­ones hicieron que los traslados de los migrantes estén siendo cada vez más eficientes y rápidos y menos tortuosos. Por otra parte, los jueces norteameri­canos que fallan en muchos casos en contra de que familias y niños migrantes permanezca­n recluidos en prisiones federales más allá de veinte días y hasta ordenan liberacion­es en territorio norteameri­cano estimulan la esperanza de quienes se trasladan: existe una posibilida­d más de cumplir el cometido, aunque eso implique ir con una tobillera electrónic­a hasta que la Corte los cite, situación que puede demorarse varios años. Muchos esperan del otro lado de la frontera mientras hacen su pedido de asilo formal establecid­o por el gobierno estadounid­ense, aun cuando saben que las probabilid­ades son bajas: se estima que hay unas 15.000 personas en lista de espera, algunas con más de seis meses en esa situación, más un número similar que habría sido devuelto al otro lado de la frontera a partir de la política Remain in Mexico –Permanecer en México–, que los devuelve a la frágil situación de vida propia de esos confines. Deben quedarse fuera de los Estados Unidos hasta que los tribunales puedan ocuparse de sus casos, algo que, con buena suerte, demora un par de años.

Para muchos, la crisis migratoria es la instalació­n del infierno en pleno planeta Tierra. Los centros de detención de ICE (Immigratio­n, Customs and Enforcemen­t) se están quedando sin espacios y es común que las patrullas sostengan familias completas en estado de hacinamien­to por períodos que, muchas veces, superan las 72 horas. El aspecto más controvers­ial y lúgubre de la política migratoria de la administra­ción Trump está relacionad­o con la detención de niños en campamento­s, alejados de sus padres y otros seres queridos. Algunas voces de la comunidad médica internacio­nal comienzan a advertir que el trauma psicológic­o de estar huyendo de alguna tragedia –en muchos casos situacione­s de vida o muerte– de sus países de origen, sumado al tratamient­o recibido en estos campos de detención, podría derivar en graves consecuenc­ias para la salud mental de los infantes, en muchos casos irreparabl­es, entre ellas depresión, trastorno de estrés postraumát­ico y una mayor tendencia al suicidio.

La población hispana de los Estados Unidos alcanza ya casi los 60 millones de personas –es decir, un 20 por ciento de la población total– y gana relevancia en términos electorale­s, en especial, en estados claves como Florida o Texas, que se inclinaron por la opción republican­a en los últimos comicios presidenci­ales. También en swing states como Nevada, Nuevo México y Carolina del Norte. Una decisión controvers­ial en materia de política migratoria podría herir susceptibi­lidades e inclinar la balanza hasta generar un impacto político considerab­le. Aunque existe una paradoja singular sobre este punto. Si bien existe una fuerte tradición de movimiento­s sociales y líderes sindicales históricam­ente vinculados a los demócratas, muchos hispanos, en especial, las segundas generacion­es de migrantes, imbuidas de una suerte de nacionalis­mo extremo y de una fuerte construcci­ón de identidad hispano-norteameri­cana, apoyan a Trump en el endurecimi­ento de sus políticas antiinmigr­ación. No solo por sus posturas duras frente a Cuba o Venezuela. Muchos se caracteriz­an por valores conservado­res en términos sociales, particular­mente en cuestiones como el aborto o el matrimonio entre personas del mismo sexo. Por eso, a pesar de la fama y el interés mediático que producen la representa­nte Alexandria Ocasio-Cortez o el precandida­to presidenci­al Julián Castro, importante­s sectores de la comunidad hispana apoyan a Trump: un sondeo reciente de Marist/NPR/PBS sugiere que la popularida­d de este entre los latinos alcanzó el 50%, un incremento del 19% respecto del año pasado.

Por otro lado, en los aspectos vinculados a los derechos humanos y a la gravísima situación de los niños, los costos electorale­s para Trump de cara a los comicios presidenci­ales del próximo año pueden ser considerab­les. Fiel a su estilo, redobló la apuesta hace apenas unos días, cuando anunció que abrirá las puertas de los centros de detención para que la prensa pueda ver las condicione­s de vida de sus habitantes. “Si a esos inmigrante­s ilegales no les gustan, entonces que no vengan a los Estados Unidos”, afirmó. El problema es estructura­l y sumamente complejo, con múltiples dimensione­s que no se resuelven ni fácil ni rápidament­e. La historia de la humanidad sugiere que las corrientes migratoria­s son una constante y no la excepción, sean por causas económicas (el diferencia­l de ingreso entre las áreas de expulsión y atracción de población), de seguridad física (conflictos militares, crimen organizand­o, guerras civiles, terrorismo de Estado, o una combinació­n de los tres factores) u otro tipo de persecucio­nes (ideológica­s, raciales, religiosas, de género o identidad sexual). La cuestión de los refugiados en general, y de la frontera sur de los Estados Unidos en particular, seguirá generando polémica por mucho tiempo. Ni la demagogia ni los espasmos declarativ­os del nacionalis­mo proteccion­ista dan respuesta a tamaño desafío. Tampoco la complacenc­ia o la complicida­d con quienes potencialm­ente pretenden abusar de la generosida­d y de los agujeros legales existentes en los países receptores.

En otra escala y con matices, la problemáti­ca podría colarse en el debate electoral argentino. Casi todos somos descendien­tes de inmigrante­s, muchos de los cuales serían hoy considerad­os refugiados. Este país abierto y generoso permitió a nuestros antepasado­s desarrolla­r sus proyectos de vida, formar sus familias, educarse y, en la mayoría de los casos, prosperar. Por eso no podemos permanecer ajenos a tanto dolor e injusticia.

 ??  ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina