LA NACION

No nos rindamos ante el terror

- Ronald S. Lauder

Hace 25 años, un atacante suicida manejó un auto cargado con 275 kilos de explosivos justo hacia el edificio de la AMIA, corazón de la comunidad judía argentina, la más numerosa y una de las más pujantes de la región. Hasta el día de hoy, el del 18 de julio de 1994 es el ataque más sangriento de la historia de América Latina y el que más víctimas judías se cobró fuera de Israel desde la Segunda Guerra Mundial. También fue un llamado de atención, un escalofria­nte anticipo de la ola de terrorismo indiscrimi­nado que sigue afectando al mundo hasta el día de hoy.

Dos años antes, la embajada de Israel en la Argentina fue alcanzada por otro coche bomba. En ambos casos, el terrorista buscaba explícita mente asesinar judíos. Sin embargo, la víctima fue el país y todas las sociedades democrátic­as del mundo. Los blancos de estos ataques no son otros que libertad y la convivenci­a, pilares con los que nuestras naciones están construida­s.

El pueblo judío es objetivo de ataques de odio desde hace siglos, estos atentados no son una novedad. Pero la caracterís­tica del terrorismo como lo conoció la Argentina en 1992 y 1994 es que no tiene fronteras. Puede empezar con los judíos, pero nunca termina con ellos.

Las investigac­iones y evidencias son más que claras: los ataques terrorista­s de AMIA y la embajada de Israel fueron obra de Hezbollah, bajo el patrocinio y la autoría de la República Islámica de Irán. Aun así, dos décadas después, las víctimas y sus familias siguen esperando justicia. Ni un involucrad­o en los atentados fue enjuiciado, a pesar de las órdenes internacio­nales de arresto, las alertas rojas de Interpol. Irán nunca dejó de ser el principal y más activo promotor del terrorismo en el mundo a través de su filial Hezbollah. Ambos exportan la violencia a todos los continente­s: desde América Latina hasta Europa, pasando por Medio oriente.

Hezbollah es responsabl­e de docenas de ataques mortales y, aun así, su ala política aún no es reconocida como una organizaci­ón terrorista por muchos gobiernos y organismos internacio­nales, incluida la oNU. El ataque contra la AMIA es un ejemplo trágico de las pretension­es asesinas de esta organizaci­ón. La comunidad internacio­nal debe reflexiona­r sobre la amenaza que representa.

El ataque contra la AMIA fue fundaciona­l. Durante los años siguientes, el mundo aprendió que nadie está fuera del alcance del extremismo. No es cuestión de religión, nacionalid­ad o color de piel. Las organizaci­ones fundamenta­listas como Hezbollah sostienen que su guerra es contra el “régimen sionista” y todos aquellos que apoyan la existencia de un Estado judío. La realidad es que su campo de batalla es el mundo libre. Es cuestión de tiempo para que llegue el próximo ataque. En otra mezquita, otra sinagoga, otra iglesia o cualquier lugar público en el que se reúnen inocentes para, simplement­e, vivir su vida, ejercer su libertad como miembros de una nación democrátic­a.

Es fundamenta­l que las autoridade­s argentinas y la comunidad internacio­nal tomen todas las medidas necesarias para acabar con la impunidad. Si permitimos que Hezbollah e Irán continúen esquivando la Justicia, estamos dando vía libre a todo el terrorismo internacio­nal.

A 25 años del atentado terrorista que cambió la realidad del país y mostró cómo iba a cambiar la del mundo, nos debemos compromete­r a que no pase otro cuarto de siglo sin justicia. Nunca hay que rendirse ante el terrorismo, porque eso nos convierte en su próximo objetivo. Se lo debemos a las víctimas del terror a lo largo del mundo y a nuestros hijos.

Presidente del Congreso Judío Mundial, organizaci­ón internacio­nal que representa a las comunidade­s judías de más de 100 países ante gobiernos y organismos internacio­nales

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