SCALONI, EXAMINADO
¿Tiene capacidad para seguir como DT de la selección?
La afa ya imaginó el futuro. aunque falte que lo asienten en un contrato, claudio Tapia y césar Menotti creen que Lionel Scaloni es el entrenador indicado para guiar al equipo en los próximos desafíos: la copa américa del próximo año –que se jugará en la argentina y colombia– y las eliminatorias hacia el Mundial de Qatar 2022. El presidente y el Director de Selecciones creen que quien se atrevió a tomar la posta de Sampaoli un año atrás, después de la experiencia traumática de Rusia, acumuló los argumentos suficientes para abandonar el inquilinato de un cargo prestigioso, y lo propulsaron hacia adelante. ¿Realmente los tiene? Vaya aquí una mirada a los méritos y deméritos de su gestión, según la óptica de la nacion.
La versión 2018 de Scaloni fue la mejor. Más inexperto aún que el de estos días, que asegura ya no estar a prueba, pero entonces con trazos bien reconocibles. impulsó un recambio generacional imprescindible y una idea de juego atractiva, que solo parpadeó al sentirse inferior contra Brasil en el amistoso que se jugó en arabia Saudita. Eso olía a la búsqueda de una identidad. También había defendido un discurso interesante desde la pertenencia: “No hay nada por encima de la selección”, agitaba. Y eso despertaba orgullo y compromiso. Pero se destiñó en los últimos meses, paradójicamente, como si el paso del tiempo no hubiese actuado como un aliado para su aprendizaje.
La propuesta comenzó a licuarse, las sucesivas pruebas sembraron incertidumbre en algunos puestos –convocó hasta ocho arqueros–, algunas búsquedas tácticas desconcertaron –línea de cinco contra Venezuela, en Madrid– y, ya en la copa américa, renovó los desaciertos. Leyó mal la conformación de la lista, por eso Guido Pizarro entró por el lesionado Exequiel Palacios para corregir una distorsión estratégica. Se equivocó en algunas alineaciones titulares –en el estreno con colombia–, también en varias sustituciones, y en la permanente metamorfosis del equipo, prueba de que los intérpretes y la partitura nunca estuvieron definidos. Tropezó y se contradijo. El tema fue la frecuencia y la trascendencia de la vidriera.
Vaya si habrá retrocedido la argentina que por primera vez en la historia, la selección y Venezuela se enfrentaron en Río de Janeiro con pronóstico reservado. Nadie se atrevió a asegurar que el equipo albiceleste era el favorito. ¿Scaloni es el culpable? No exclusivamente, claro. Una pieza más del descalabro, sí. Frente a las próximas eliminatorias –apretadas como nunca porque, salvo Bolivia, los otros nueve tienen acreditadas ilusiones para soñar con el pasaje a Qatar–, la argentina se presentará con el entrenador menos preparado. “No me siento a prueba. La prueba mía, pasó. Hacer competir a estos pibes fue mi prueba”, se defendió Scaloni, que después de haber dirigido categorías infantiles de Mallorca y haber sido analista de videos de Sampaoli, en su currículum de entrenador solo cuentan 15 encuentros. Los de la selección.
“Se cansaron de decir que no tengo experiencia y yo lo confirmo. Dicho esto, ahora soy otro entrenador, con partidos importantes, contra selecciones difíciles y momentos difíciles”, sostuvo. Sin dudas, incompleto aún. Ha cometido varios errores en su ciclo lectivo. Quizás, los mismos que cualquiera en un proceso formativo, pero al cometerlos en la selección la visibilidad se agiganta.
La Argentina transitó por la Copa América de Brasil en plan experimental. Si Paredes reveló después del debut que la idea fue replegarse y contraatacar, no estuvieron en la cancha los intérpretes adecuados; esa propuesta reclama pistones por afuera y verticalidad en las salidas, pero eligió apretar a Lo Celso contra la banda, y hasta marearlo con cambios de posición constantes.
Hubo más: ¿Matías Suárez por Agüero, con la Argentina en desventaja? Extraño. ¿Guido Pizarro por Guido Rodríguez? Con matices, son iguales. Con los partidos, se sumaron focos llamativos. Aparecieron De Paul, Acuña… Desaparecieron Di María, Pereyra… Y como ni Renzo Saravia ni Milton Casco clausuraron el lateral derecho, surgió Juan Foyth. A Pezzella le tocó salir y volver. Paredes cambió de función. Lo Celso viajó de socio ideal a suplente, y Dybala, de suplente a figura sustituida en la despedida. Es verdad, también, que en esas idas y venidas algunos de esos nombres propios se inventaron un futuro. Paredes, Lautaro Martínez y Foyth son, de la joven guardia, los que mejor aprovecharon el cambio generacional.
Diagramar un cuerpo técnico con referentes albicelestes como Ayala, Samuel y Aimar es un acierto de Scaloni. Inexpertos también, pero al menos ellos son símbolos de la selección. El alineamiento interno es otra fortaleza del entrenador. Pero tuvo que pedir disculpas por un manejo desprolijo, cuando le anticipó a algunos periodistas que, después del debut con derrota ante Colombia (0-2) y antes de jugar con Paraguay, dos históricos perderían la titularidad, Sergio Agüero y Ángel Di María. Esa empatía con el vestuario hubiese sido mucho más valiosa si, por ejemplo, lograba que Messi renunciara a su inconveniente idea de no asistir a la entrega de premios tras el duelo con Chile.
Contradicciones e inconducta
Los jugadores reconocen la inexperiencia del técnico, pero no parece preocuparles. No reparan que ese confort que hoy celebran, tal vez encierre una trampa: la Argentina, y ellos especialmente, nuevos la mayoría, necesiten un entrenador con oficio, probado en la adversidad, para consolidar esta etapa refundacional que seguramente traerá turbulencias.
“Creo que como grupo maduramos. Hay futbolistas en los que no se creía mucho y en cinco partidos hay otra confianza en ellos. Lautaro fue un jugador importante”, destacó. Vaya ejemplo. Él decidió quitarle la titularidad y dársela a Agüero, que no había integrado su ciclo. Él apostó por Matías Suárez como primer recambio para el ‘Kun’, en el debut con derrota ante Colombia. Él lo reemplazó por Di María cuando Martínez estaba entre los más destacados del empate con Paraguay y, con esa intervención, rompió el naciente tridente Messi/ Agüero/lautaro que en los siguientes encuentros le resolvería varios problemas.
En ocasiones lo traiciona cierto tono irónico en las respuestas frente a los medios. Sería lo de menos. Más grave es la inconducta al borde del campo, que le valieron dos tarjetas amarillas durante la Copa. Y peor aún, la sobreactuación. La posición de hombre ofuscado por las polémicas que desató el VAR no le corresponden. Y la reiteración terminó por desdibujarlo. “Jugamos contra 70.000 personas y ocho tipos de negro”, llegó a decir tras la semifinal con Brasil (caída por 0-2). Scaloni, como entrenador, no debe levantar sospechas ni alentar conspiraciones. Los canales de discusión son otros, políticos, institucionales. Claro que la AFA, a la par, resultó el peor ejemplo: recorrió caminos igual de desacertados, o peores. Algunos jugadores, a través de las redes sociales o en sucesivas entrevistas, se sumaron al levantamiento, reforzando la teoría del complot. Desde luego, nunca condenó las formas que eligió Messi para protestar. Quedó a la vista la ausencia de un liderazgo educativo.
“Si no seguimos, al entrenador que venga le habremos dado una buena mano porque tiene de dónde tirar. Algunos dirán que un trabajo a ocho años es mejor que seis meses. Pero nunca hay lógica”, argumentó. La lógica se construye con decisiones creíbles, confiables. Con procesos duraderos. Vale el recuerdo: de Menotti a Bielsa, de 1974 a 2004, pasaron cinco entrenadores por la selección –ellos, más Bilardo, Basile y Passarella– en tres décadas. De 2004 a 2019, en apenas 15 años, diez hasta él.
Cayó, también, como colegas con vasta trayectoria, en la tentación de reclamar alineamientos mediáticos. Invocaciones al aliento. Adhesiones por la causa. “Estos chicos lo que necesitan es apoyo y positivismo”, le reclamó a la prensa antes del vital cruce con Qatar. Y en la antesala del duelo con Chile, hasta le propuso a los periodistas cómo expresarse: “Les pido que no les digan más ‘históricos’, porque es como que los separamos. Será mejor que se hable de jugadores de la selección argentina”.
El ciclo colaboracionista de Scaloni no tendría que haberse prolongado a finales del año pasado. Pero él no es el principal responsable: la AFA, perezosa, prefirió extender un ciclo interino antes que extremar el ingenio y agotar las instancias para convencer a un entrenador fogueado. La AFA presentó un proyecto de refundación para 2018-2028, pero con la selección mayor prefiere los parches. Scaloni tendió una mano, puso la cara y construyó un equipo respetable para afrontar los compromisos comerciales que había firmados post Rusia 2018. Pero se extendió la pasantía otros seis meses, hasta la Copa América. ¿Aprobó en Brasil? No. Los ruidos desenfocaron la evaluación. La selección es el sitio al que se accede por méritos, por la pericia que dan las vivencias. “Somos gente que empezamos ahora”, aceptó hace tiempo. Vale el sincero y temerario concepto, aun varios meses después. Nadie salta de cadete a gerente. Porque es antinatural, porque prepararse es el camino. No hay garantías en el fútbol, es cierto, materia opinable y abierta a todos los manuales, pero recostarse en la inexperiencia potencia los riesgos. Las cicatrices hablan en el fútbol.