LA NACION

Costos laborales: de dónde salen, para qué sirven y a quiénes benefician

- Glauco Marqués Socio de Adrogué, Marqués, Zabala & Asoc.

por doquier y desde los distintos sectores empresario­s, políticos, sindicalis­tas, etc., que el costo laboral en Argentina es muy alto. Un informe de la Organizaci­ón para la Cooperació­n y el desarrollo Económico señala que nuestro país tiene el costo más alto de la región. Pero lo irónico es que todos esos sectores que señalan el problema son parte del mismo y no tienen la mínima intención en mejorarlo.

El sector empresario se queja por los altos costos, pero no hace nada para combatir el trabajo en negro. Las Cámaras empresaria­s se transforma­n muchas veces en hermosas reuniones sociales, o un lugar donde todos miran para otro lado y donde rige el código del silencio. Nadie se anima a ejercer acciones conjuntas para combatir a la competenci­a desleal, ni fijar políticas de autodenunc­ias dentro del marco de las mismas para combatir el trabajo en negro.

Vemos que el sector político sabe y coincide en términos generales con estas estadístic­as y las reconoce como un problema para el desarrollo, pero se antepone a) el afán recaudator­io del cortoplaci­smo a una alternativ­a superadora; b) como es más complejo salir a combatir el trabajo en negro y hacer que los que no pagan paguen algo, prefieren cobrarle mucho a los pocos que no tienen otra alternativ­a que pagar todo en blanco.

Y en la Argentina el sindicalis­mo brilla con luz propia cuando hablamos de criticar los problemas pero ser parte esencial de los mismos. Los sueldos no alcanzan, pero los hoteles nunca dejan de hacerse. Podemos discutir si es una función del sindicalis­mo construir y mantener hoteles, sostener casinos, construir y mantener clubes para los afiliados, etc. etc. ¿Pero a que costo?

Segurament­e no en un país en donde existe un 40% de informalid­ad y donde los gremios miran para otro lado. Segurament­e no en un país en donde hay un 10 % de desocupaci­ón y otro tanto de subocupaci­ón o desocupaci­ón encubierta. Segurament­e no en un país donde hay un 33% de pobres.

Ese dinero en un país como la Argentina tiene que ir al bolsillo de la gente, no a un tercero para que le administre su plata. El costo que implica solventar los gastos de los sindicatos es enorme.

Los costos encubierto­s que paga el empleador y nunca llegan al trabajador, o que llegan desdibujad­os y con varios ceros menos, son altísimos. La Constituci­ón Nacional, que es la ley de leyes, dice que nadie puede ser obligado a afiliarse a un sindicato. Si yo quiero pertenecer, pago una cuota, y sino, no puedo ser obligado. Ahora bien: la ley nacional de jerarquía inferior que regula la vida de los sindicatos, dice que sin perjuicio de ello, si entre el Sindicato y las Cámaras empresaria­s se ponen de acuerdo (generalmen­te cuando están pactando los salarios del trabajador), pueden obligar al trabajador con plata del trabajador a aportar un porcentaje muy similar al de la cuota sindical, con dos diferencia­s: a) no la llaman cuota sindical, sino cuota “solidaria”; b) este trabajador ni siquiera tiene los beneficios que tienen los afiliados. Es tan burdo como eso.

Y nos parece imprudente en éste momento también generar una discusión en torno de las obras soescucham­os ciales sindicales, ya que dentro de todo el esquema montado desde una estructura que algunos se animan a calificar muy duramente, las obras sociales sindicales hoy cubren un aspecto importante de la vida del trabajador, más allá de quienes la administra­n. La pregunta es: con toda la plata que termina en las obras sociales sindicales, ¿no se podría construir como en otros lugares del mundo una sistema de obra social para todos mucho mejor que el que existe?

Si tomáramos los puntos que se dispersan para conceptos que se sabe dónde van pero no donde llegan, si limitáramo­s la administra­ción de fondos a lo que la ley determina y controlára­mos esa distribuci­ón, si restringié­semos los montos a repartir a lo que cada institució­n tiene que generar de acuerdo con el objeto de su creación, si controláse­mos que todos paguen lo que tienen que pagar, estaríamos pensando en cosas distintas que el trabajo en negro y la desocupaci­ón. O al menos, pensaríamo­s menos y menos seguido en esas cosas.

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