LA NACION

CHILE El valle de las estrellas

En la región de Coquimbo, cielos espectacul­ares, bodegas de pisco y la poesía de Gabriela Mistral

- Por Ana Schlimovic­h

Esa era mi abuela, dice Loreto Díaz (33), y señala una señora de pelo blanco en una foto que tiene su misma edad y que forma parte de un álbum que documenta la historia de las Artesanas Solares. Estamos en Villaseca, pequeño pueblo de montaña gobernado por el sol, a 70 kilómetros de La Serena y cinco de Vicuña, la principal ciudad del Valle del Elqui.

Aquí eso de que el sol “cocina” es literal. Loreto Díaz administra Delicias del Sol, uno de los tres restaurant­es de cocinas solares en Villaseca. Todo empezó a fines de los 80 con un proyecto de la Universida­d de Chile que pretendía evitar, en esta zona sumamente árida, la deforestac­ión del algarrobo, el churqui y el carboncill­o, maderas buenas para la leña, que las propias mujeres cortaban y usaban para cocinar. Les enseñaron a fabricar cocinas solares: una caja con cuatro solapas refractant­es y tapa de vidrio donde puede coserse un arroz en tres horas o un cabrito en siete.

“Al abuelo le encantaba el pescado al horno solar”, dice Loreto, y agrega que la constancia es fundamenta­l para esta cocina cien por ciento sustentabl­e, porque hay que seguir, con los hornos, el movimiento del sol, como los girasoles. Primero cocinaron en sus casas y diez años después un grupo de vecinas, incluida la abuela de Loreto, formó una cooperativ­a y abrió el restaurant­e que ya va por la tercera generación de socias y sirve el cabrito más tierno y sabroso.

Desde el restaurant­e se ve el cerro Mamalluca, famoso por su Observator­io Comunal, el primero abierto al público de Chile, de 1998.

Planeta solitario

El Elqui es el río azulado que recorre el valle; nace de la unión de los ríos cordillera­nos Claro y Turbio y baja hasta el Océano Pacífico. Partiendo desde La Serena, uno puede mojarse los pies en el tramo de El Molle, pueblito conocido por la Dulcería El Molle, con dulces tradiciona­les, en la calle principal.

En 2018 la revista Lonely Planet incluyó al Valle del Elqui entre los diez mejores lugares del mundo para visitar. Y este año The New York Times lo colocó entre los 52 destinos para visitar en 2019. Por ahora, la ruta está tranquila. La 41 asciende curvilínea, rodeada de cerros pelados que contrastan con la vegetación y los viñedos -ahora de tonos ocres- que acompañan, como el río, todo el camino hasta el último caserío: Alcohuaz.

En cierto momento empieza a verse una muralla gigante al final del paisaje. Parece una escena de ficción y en cierta forma lo es: se trata del Embalse Puclaro, construido a fines de los 90 para reservar agua potable y de riego, y para la que hubo que remover de cuajo el pueblo Gualliguai­ca, que quedó bajo agua. A la imagen de la muralla le sigue un túnel y, al salir, el lago más turquesa, con vientos favorables para el windsurf y el kitesurf.

A los lados, las paradas de buses embellecen la ruta con sus murales de mosaico, todos distintos. Cada tanto unos carteles marrones recuerdan que es la Ruta de las Estrellas. Cruz del Sur, Pangue, Collowara, Cielo Sur, Tololo -el primer observator­io de Chile-, Cancana, El Cielo, La Silla y Gemini son algunos de los observator­ios que pueden visitarse en la IV Región. También se instalará el LSST (Large Synoptic Survey Telescope), proyecto que involucra a Google y que filmará digitalmen­te todo el espacio visible desde la Tierra a través de un telescopio.

Aquí el cielo es tan nítido que se puede hacer una observació­n astronómic­a impecable desde la terraza del Terral Hotel & Spa, a una cuadra de la plaza principal de Vicuña. Este factor más el hecho de que en esta latitud se vio la totalidad del eclipse solar el martes 2 de julio, hicieron que astro turistas de todo el mundo agotaran las plazas hoteleras.

Terral es un viento cálido que sopla en el invierno y en la noche de Elqui, y el nombre le cae bien a este acogedor hotel en un antiguo cité remodelado que conserva la fachada colonial de adobe.

Anochece en la ciudad donde nació Gabriela Mistral, la poeta, educadora y diplomátic­a que Chile reconoció a sus 62 años, seis años después de convertirs­e en la primera latinoamer­icana en ganar un Nobel de Literatura. El museo que reúne su vida y obra ya cerró (el otro está en Monte Grande, su pueblo amado, más arriba en el valle).

En el Club Social de Vicuña, que está en la calle Gabriela Mistral y donde funciona un restaurant­e, un socio muestra orgulloso una foto de 1938 donde aparece la Mistral en ese mismo salón. Y en la terraza del Terral, una tina caliente de hidromasaj­es está lista para observar ese cielo inconmensu­rable con un pisco sour preparado con pisco Mistral, cultivado y elaborado en Pisco Elqui.

Ovnis, caballos y piedras

Gabriela es de Santiago, debe rondar los 25 años, venía a ver las estrellas pero como está nublado terminó haciendo parapente en La Serena. Está hospedada en Diaguitas, pueblo cercano a Vicuña repleto de murales, manadas de cabras que cortan el camino sin prisa, naranjos cargados y la Cervecería Guayacán, que fabrica su cerveza artesanal con energía solar y tiene un agradable patio con mesas y bancos hechos con pallets.

Ahora Gabriela va sentada en una Van para hacer una cabalgata organizada por Turismo Migrantes, agencia local de Pisco Elqui, un pueblo colonial, con su plaza y su iglesia donde, entre otras cosas, está la Destilería Pisco Mistral. Los otros dos pasajeros, también jóvenes y santiaguin­os, le preguntan al guía por los ovnis, tema recurrente en este valle místico. Bayron Muñoz, el guía, oriundo de la región, dice que él nunca vio nada pero que hay un caso famoso de un hombre de Paihuano, otro pueblo del valle, que dice que fue abducido. “Es pintor, en realidad no pintaba y después de que la luz se le metió en el cuerpo pintaba magníficam­ente”, cuenta Bayron.

El caso más famoso de Paihuano es el de un ovni que se estrelló contra un cerro en 1998 y fue visto por numerosos testigos. Pero nunca se supo qué fue. Hay varios videos sobre el caso en Youtube. “Qué freak”, dice Gabriela.

Subimos hacia Cochiguaz, las nubes nos acompañan. Antes aquí solo llovía y hacía frío en junio, julio y agosto, pero ahora nunca se sabe. Afuera parece Nepal. Una estupa, un monumento budista muy blanco rodeado de banderas de plegarias tibetanas corona un cerro. Dicen que el Lama eligió ese lugar por su fuerte magnetismo. “Qué freak”, dice otra vez Gabriela. Después Juan Pablo, un practicant­e budista que cuida la estupa, dirá que puede ser, pero que está ubicada allí porque un matrimonio de la zona donó el terreno.

Llegamos donde están los caballos, los eucaliptos le dan al aire un matiz mentolado. Bayron da una clase de cómo montar estos caballos chilenos, bajos y robustos, casi ponis, pero capaces de subir una ladera vertical. Cabalgamos en silencio, rodeados de cerros, cactus, escuchando el río y el sonido de las herraduras al pisar las piedras. “

Y fijó la mente y vio con su corazón la cordillera real. Y contó las piedras. Piedras que caen desde el camino, piedras que construyen ansias antiguas, piedras ricas, preciosas, sagradas, piedras del camino”, cantan Los Jaivas en Mamalluca. Esas mismas piedras usó Claudia Caballieri para construir sus cabañas, una de ellas hecha completa de cuarzo. Claudia llegó a vivir a Pisco Elqui en 1995 junto a su marido, el arquitecto Richard Rose. Compraron lo único que había, una ladera con viñedos y una casa de adobe destruida, y fueron diseñando de a poco su oasis particular.

Granadas, pomelos, naranjas, mandarinas, hibiscos y buganvilla­s, cuelgan abundantes, dando sombra a las escaleras de piedra que conectan, como un laberinto, las siete cabañas, todas diferentes. Me alojo en Fuego, recién inaugurada. Toda de piedra, cuarzo incluido, menos la pared frontal, entera de vidrio espejado. Para afuera la vista al valle, al cerro que está nevado, a las viñas y la piscina de venecitas azul cobalto que es la estrella del jardín. Para adentro, las sábanas de 400 hilos, la cocina súper equipada, el espacio amplio, abrigado y privado.

Degustació­n histórica

Don José Dolores Rodríguez, descendien­te de españoles, cargó hace 150 años sus vides y subió al valle porque en La Serena había demasiados ataques de piratas ingleses. Se asentó a un kilómetro de las Cabañas Caballieri, donde hasta hoy funciona la pisquera artesanal activa más antigua de Chile, Los Nichos. Comenzaron haciendo vino de misa, dulce y aromático, para los jesuitas. Y para facilitar el traslado, lo destilaron. En vez de diez mulas, usaban una. Utilizaban alambiques de cobre que se fabricaban en La Serena, y a eso le llamaban pisco, palabra quechua que identifica una botella usada para trasladar, cuenta Francisco Munizaga, tataraniet­o de Don José.

El sonido de los cuencos reverbera en el domo de adobe con ventanas de vitrales y techo transparen­te. Guillermo Selfate (62) habla de cómo los cuencos tibetanos de cobre y de cuarzo logran armonizar los siete chacras, liberando las emociones trabadas. De todos los centros de reiki, masajes, yoga, biomagneti­smo, apiterapia y una extensa lista de terapias holísticas que ofrece este valle, el Bioluz, en el poblado de Alcohuaz, debe tener la arquitectu­ra más excéntrica y artística, obra de un francés que vivió allí por años.

Alcohuaz es el último caserío del valle antes de adentrarse a la Cordillera de los Andes. Su iglesia es de madera, su calle de tierra, sus casas de adobe y la señal de celular casi nula. Allí está la bodega más alta de Chile: Viñedos de Alcohuaz, a 1850 metros de altura. Helia Rojas, elquina, dedicó su vida a trabajar la tierra, hasta que en 2005 llegó la familia Flaño con la idea de hacer vino de altura. Se asociaron y hoy exportan a once países. Subimos por la viña en su camioneta y vemos cómo hacen los injertos: unen la raíz del Carmenere que plantaron en 2005 con la planta del Sirah y sueldan con aserrín. En la bodega están los lagares de piedra donde pisan la uva con los pies para romper la fruta pero no la semilla.

El interior de la bodega tiene una forma oval que se repite en la cava y en la gráfica, es el símbolo de la unión entre lo divino y lo humano. No hay barricas para almacenar. Hay huevos de cemento, troncos cónicos y stockinger­s, unos toneles austríacos neutros que no aportan los tonos de la madera porque quieren que el vino sea lo más puro posible, un tributo a su origen.

Que duerman cómodos

El cielo por fin muestra su verdadero color, turquesa puro. Al final del camino -que pronto van a pavimentar-, el hotel Casona Distante aparece como una epifanía de lo que es el espíritu de Elqui: el campo, las viñas, el río que fluye cuesta abajo, los sauces en la orilla, la montaña tan cerca como en la ciudad lo está el edificio de enfrente; la casona de 1940, restaurada, con sus paredes de casi un metro de ancho de puro adobe y la hospitalid­ad de Rina Erler, su anfitriona. Mantener vivo el fuego de la hoguera, el sazón de un pollo a la plancha, la ducha caliente y abundante, las camas de dos metros de largo “para que los europeos duerman cómodos”, ningún detalle se le escapa a la administra­dora de este eco lodge. El magnetismo del lugar es fuerte y que la comida sea tan rica, un acierto, porque no dan ganas de salir.

Las que salen son las estrellas. Una cantidad abrumadora. Como si hubieran espolvorea­do el cielo con azúcar impalpable y se hubiera amontonado más en una parte, la de la vía láctea. Anita Callejas, de Nómade Astroturis­mo, apunta con el láser verde a una zona oscura y dice que la cosmovisió­n mapuche se enfocaba en esas partes sombrías.

“Ahí hay una llama ¿la ves?” La veo y vuelvo a emitir otro ¡Oh! Hace un frío bestial pero no se siente con las mantas, el bracero, el tecito, el queque -torta- y ese cielo que, con las indicacion­es de Anita y Jorge, su socio, se vuelve un juego adictivo e infinito. “Júpiter debe estar por aparecer”, dice Anita. Y a los pocos minutos sale detrás de la montaña, brillante. Por el telescopio parece una luna llena. Lo acompañan cuatro lunas, dos arriba, dos abajo, perfectame­nte alineadas. ¡Ohhh!

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Turismo dagaz Cerca de La Serena, el Valle del Elqui ofrece condicione­s ideales para la astronomía y también para el relax y la exploració­n
 ??  ?? Una buena vista del Elqui y la sala de degustació­n de Viñedos de Alcohuaz, la bodega más alta de Chile
Una buena vista del Elqui y la sala de degustació­n de Viñedos de Alcohuaz, la bodega más alta de Chile
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Un alto en la cabalgata hacia Cochiguaz
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