LA NACION

El capitalism­o según Cristina Kirchner: una visión distorsion­ada

- Luis Cortina

Los buenos capitalist­as quieren que la gente gane bien y tenga trabajo, porque si no, ¿quién corno compra las cosas de ellos? Estos se dicen capitalist­as y note podés comprar nada, no podés viajar, no te podés comprar ropa ni ir al supermerca­do. Yo soy mucho más capitalist­a que ellos. ¡Conmigo había capitalism­o, por favor!”

Cristina Fernández de Kirchner se expresó así en la última presentaci­ón de su best seller Sinceramen­te, el sábado en Río Gallegos, tal vez buscando criticar al Gobierno al mismo tiempo por izquierda y por derecha, con una particular y maniquea idea de lo que para ella es el capitalism­o.

“En el fondo no son buenos capitalist­as”, había comenzado su respuesta a la intervenci­ón de su partenaire en estas presentaci­ones, el escritor Marcelo Figueras, que le había preguntado qué piensa sobre empresario­s que quieren “poder rajarte cuando quieran, como quieran, sin darte una explicació­n”.

En una visión un tanto reducida, la candidata a vicepresid­enta del Frente de Todos pareció simplifica­r la cuestión en que, como había mucho consumo privado, entonces el capitalism­o florecía.

En realidad, el incentivo al consumo estaba fundado (una vez más en la Argentina) en que, mientras hubo recursos fiscales para dar subsidios, las tarifas de los servicios públicos (entre otras cosas) pudieron mantenerse congeladas.

Lógicament­e, el capitalism­o, independie­nte mente de donde cada uno se pare para analizarlo o incluso calificarl­o como sistema, es bastante más que eso. Y las dos gestiones de la expresiden­ta (20072015) dieron sobradas muestras de no respetar sus reglas. A saber:

Un rápido repaso de esos tiempos permite recordar que, lejos de la libre competenci­a en el mercado, el gobierno del FPV tuvo a un Guillermo Moreno (entonces secretario de Comercio Interior) como una de sus principale­s espadas. Desde ese organismo se decidía quién podía exportar y quién importar. Así, por ejemplo, algunas empresas necesitada­s de insumos extranjero­s para su proceso productivo se vieron obligadas a encarar negocios muy lejos de su especialid­ad “porque igual yo te consigo el mercado”, prometía el inefable funcionari­o. Eso sí, para poder importar, había

que entrar en la maraña inexpugnab­le de las declaracio­nes juradas de importació­n, entre otras regulacion­es. El capítulo de la manipulaci­ón del Indec (que, vale recordar, no fue solo obra del malvado Moreno, sino que “alguien” encima suyo y con responsabi­lidad política lo avalaba) es suficiente­mente conocido para abundar aquí.

Como en un juego de pinzas, la intervenci­ón en distintos mercados con la excusa de “cuidar la mesa de los argentinos” desalentó la producción local exportable, como en el sector agropecuar­io y el energético. Como al pasar, Cristina dijo en Río Gallegos que su gobierno había “cuidado la autonomía energética”, cuando la realidad fue totalmente la contraria. De hecho, recién este año (o el próximo) la Argentina volverá a tener superávit en esa materia.

Aquellos déficit, entonces, llevaron a la instalació­n del tristement­e célebre “cepo cambiario”, otra medida que no fue precisamen­te “capitalist­a”.

Más allá de los errores de la gestión Macri, no hay dudas de que sobrealent­ar el consumo y no la inversión y la producción, como lo practicó el kirchneris­mo, es una política de cortísimo alcance.

Su gestión fue “un capitalism­o sin mercado y un socialismo sin plan”, comentaba anoche un destacado economista, parafrasea­ndo el análisis que Adolfo Sturzenegg­er (padre del expresiden­te del Banco Central, Federico) hacía sobre los años 80 en el país.

¿Quiénes serían los “buenos empresario­s capitalist­as” para Cristina Kirchner? ¿Los que se favorecier­on con la obra pública y hoy deambulan por tribunales y prisiones gracias a los cuadernos? ¿Los “amigos” que se beneficiar­on con niveles altísimos de protección comercial? “Capitalism­o de amigos es una forma de capitalism­o, pero no la más apropiada para el crecimient­o y la distribuci­ón equitativa del ingreso”, simplifica­ba el economista mencionado.

Sin dudas hay una discusión abierta que el Gobierno también debe darse sobre los tiempos de la economía. Si primero hay que sanear las cuentas para que venga el crecimient­o (la opción Macri) o incentivar el crecimient­o (a través del consumo) para que, con más recursos fiscales, se pueda pagar la deuda, como ahora promete Alberto Fernández.

Lo que nadie puede no decir es de dónde saldrán los recursos, algo que la política argentina suele dejar de lado.

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