LA NACION

Un volcán oculto a punto de estallar

- Hugo Beccacece

La semana pasada, en este mismo espacio, me referí al bombardeo de la Plaza de Mayo en 1955. La última palabra de esa nota era “continuará”.

Era la madrugada del jueves 26 de junio de 1969. Estaba en mi casa. no dormía. De pronto, oí un estruendo que se parecía al estallido de una bomba. casi enseguida hubo una réplica del mismo ruido, pero que llegaba de otra dirección. al tercer estruendo, ya no dudé. Mi diagnóstic­o estaba alimentado por el hecho de que el millonario estadounid­ense rockefelle­r, enviado del presidente nixon, habría de

llegar a Buenos aires pocos días después. aquellas salvas eran la bienvenida.

El viernes 27 de junio, los medios informaron que habían estallado bombas de estruendo e incendiari­as en 13 supermerca­dos de la cadena Minimax, propiedad de rockefelle­r. Todo el mundo se quedó perplejo por la elegante sincroniza­ción de los estallidos. ninguna agrupación se atribuyó el hecho.

Un año después, el 30 de julio de 1970, hubo otro ataque de la guerrilla, mucho más complejo y alarmante: la toma de la localidad de Garín, a cuarenta kilómetros de Buenos aires. Los guerriller­os coparon la oficina de Entel y cortaron los cables de comunicaci­ón. Tuvieron el cuidado de ir a una casa particular y destruir el único aparato de radioafici­onado de la ciudad. asaltaron el Banco de la Provincia de Buenos aires y se hicieron de la comisaría cercana. antes habían cerrado los dos accesos de la población. Un vecino logró huir, telefoneó a la policía desde la ruta y empezaron a llegar fuerzas del Estado. Los guerriller­os habían cumplido sus objetivos y se retiraron. Hubo un policía y una guerriller­a muertos. cuando leí el diario, recordé el incendio de los Minimax. Las dos acciones tenían la misma precisión. Lo de Garín fue la presentaci­ón en sociedad de las Far (Fuerzas armadas revolucion­arias).

años después, vi en un quiosco la cara de un excompañer­o de la carrera de Filosofía de la UBA en la tapa de una revista de izquierda o peronista. La compré. Leí atónito una evocación de carlos olmedo, para mi sorpresa, el fundador de las Far, muerto en combate en córdoba en noviembre de 1971, durante el intento fallido de secuestrar a un ejecutivo de la Fiat. También se le atribuían los incendios de los Minimax y la toma de Garín. recordé que en alguna de mis agendas estaba el número de teléfono de carlos. ¿cómo había podido ese muchacho –tenía 27 años cuando lo mataron– empuñar un arma para asesinar a alguien? resultaba imposible pensar que ese alumno de Filosofía, de mirada melancólic­a, de víctima

¿Cómo había podido ese muchacho –tenía 27 años cuando lo asesinaron– empuñar un arma para matar?

sacrificia­l, rubio, de ojos celestes, con una cara que los prerrafael­istas o Franco Zeffirelli habrían elegido para encarnar a Jesucristo, fuera un ser violento. Durante los años de facultad, fuimos compañeros en Historia de la Filosofía antigua, creo. Hablábamos de poesía, música, cine y Heráclito. Él admiraba a Gustav Mahler, en especial La canción de la tierra. Era de una inteligenc­ia brillante. Había estudiado a fondo el marxismo. Ya de adolescent­e militaba en la Federación Juvenil comunista. Tuvo una beca y estudió en París, donde fue alumno de Louis althusser. recibió instrucció­n militar en cuba y volvió al país.

cuando se conoce la trayectori­a ideológica y militante de olmedo, su adhesión a la violencia es tan entendible como discutible. Lo que me sigue perturband­o es el contraste y la transición entre sus dos caras. Me hace temer que cualquiera, por más civilizado, sensible e inofensivo que parezca, tenga un volcán oculto a punto de entrar en erupción por razones tan válidas como la injusticia. Me hace temer que a la impiedad se responda con impiedad, que surjan redentores, armas en mano, dispuestos a sufrir el eterno martirio de los ángeles violentos.

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