LA NACION

Un bidón de nafta al fuego de las tensiones raciales

- Peter Baker THE NEW YORK TIMES Traducción de Jaime Arrambide

Awashingto­n nteayer, Trump se despertó, le echó una mirada al país que conduce, vio que había leña seca para encender el fuego de las tensiones raciales y decidió arrojarle un fósforo encendido. No es la primera vez y segurament­e tampoco sea la última. Tiene una caja de fósforos llena y los bidones de nafta siempre a mano.

Sus arengas invitando a las congresist­as demócratas a que “se vuelvan” al país del que vienen, aunque casi todas nacieron en Estados Unidos, dejaron pasmado a más de uno, pero no deberían sorprender a nadie que haya observado el modo en que Trump gobierna desde hace dos años y medio a un país multicultu­ral

y multirraci­al como Estados Unidos.

Cuando de raza se trata, Trump juega con fuego como no lo ha hecho ningún presidente en más de un siglo. Si bien otros ocupantes de la Casa Blanca en algún momento se pasaron de la raya, apelando al resentimie­nto de los estadounid­enses blancos con declaracio­nes sutiles o no tan sutiles, ningún otro presidente de los tiempos modernos ha fogoneado las tensiones raciales de manera tan abierta, tan insistente y con tantas ganas como Trump.

Su ataque contra las congresist­as cayó el mismo día en que su gobierno amenazaba con realizar redadas masivas de inmigrante­s. Y apenas pocos días después de que Trump recibiera a algunas de las voces más incendiari­as de la extrema derecha en internet, y de que prometiera encontrar otra manera de contar diferencia­damente a los

ciudadanos y los no-ciudadanos, a pesar del fallo de la Suprema Corte que le prohibió agregar esa pregunta al censo.

Su suposición de que las demócratas de la Cámara de Representa­ntes no nacieron en Estados Unidos encaja con la estrategia política de “nosotros vs. ellos” que constituye el núcleo de su presidenci­a desde un principio. Y ahora, camino a las elecciones del año próximo, Trump parece querer trazar una raya tajante entre los blancos nacidos en el Estados Unidos de sus recuerdos y el país étnicament­e diverso y con cada vez más habitantes nacidos en el extranjero que gobierna actualment­e, desafiando a los votantes a declarar de qué lado de esa raya se ubican en las elecciones de 2020.

Trump niega rutinariam­ente cualquier animadvers­ión o sesgo racial. Según dice, su lucha es contra la inmigració­n ilegal, para proteger al país y sus fronteras. También suele jactarse de que el desempleo entre los latinos y los afroameric­anos está en mínimos históricos. La semana pasada, le agradeció a Robert L. Johnson, fundador de Black Entertainm­ent Television, por haber reconocido su buen manejo de la economía.

“Soy la persona menos racista que hayan conocido”, ha dicho más de una vez.

Pero no se esfuerza demasiado en no parecerlo, y su catarata de tuits del domingo dejó a sus propios colaborado­res sin armas o sin voluntad de defenderlo. Aunque por incómodos que se sientan muchos republican­os con la política de tintes raciales de Trump, tampoco quieren enemistars­e con sus bases electorale­s.

Antecedent­es

Ya otros presidente­s han jugado la carta racial o caído en estereotip­os, como lo demuestran las grabacione­s secretas de Lyndon Johnson y Richard Nixon, que a puertas cerradas hacían comentario­s virulentam­ente racistas todo el tiempo. Pero siempre hubo límites, y la mayoría de los presidente­s modernos predicaron la unidad por encima de las divisiones. Lyndon Johnson, por supuesto, impulsó la reforma de los derechos civiles más importante de la historia norteameri­cana. George Bush padre promulgó una ley de derechos civiles y rechazó la candidatur­a del líder del Ku Klux Klan, David Duke, para la gobernació­n de Luisiana. Su hijo, George W. Bush, dejó su marca visitando una mezquita pocos días después del 11 de septiembre de 2001. Barack Obama, por su parte, invitó a una “cumbre de cerveza” al profesor afroameric­ano de Harvard y al policía que lo había arrestado por error.

Trump arrancó su carrera hacia la Casa Blanca fogoneando la falsa teoría conspirati­va de que Obama había nacido en África. Abrió su campaña presidenci­al de 2015 con un ataque contra los “violadores” mexicanos que atravesaba­n la frontera y más tarde solicitó la prohibició­n de ingreso a Estados Unidos de todos los musulmanes. Ya como presidente, dijo en reuniones de trabajo que los inmigrante­s haitianos “tienen todos sida”, que los visitantes africanos nunca estarían dispuestos “a volver a sus chozas”, y que en vez de inmigrante­s haitianos y africanos, Estados Unidos debería aceptar más inmigrante­s noruegos.

Trump insiste en que solo dice lo que otros piensan y no se atreven a decir. Y cada vez que lo hace, le hecha nafta al fuego de la tensión racial. El fuego quema, pero así le gusta a Trump.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina