LA NACION

Una pasión verde. Recorrer el Ártico para salvar su fauna

Macarena Laszeski viajó como voluntaria durante 75 días en el buque de Greenpeace

- Flor Illbele

Sus ojos verdes y su cabello rojizo contrastan con los trozos de hielo que cubren el océano Ártico. Macarena Laszeski, de 32 años, mira a cámara y, a pesar del frío gélido, sonríe. Está parada en uno de los laterales del buque Esperanza de Greenpeace, en el que embarcó como marinera voluntaria junto con otros activistas, científico­s y biólogos para investigar cómo el cambio climático afecta la vida silvestre y el hielo de la zona.

De ascendenci­a ucraniana, Macarena Laszeski es la hermana mayor de tres varones. Oriunda de Posadas, su vínculo con el medio ambiente y la naturaleza viene de familia. “En la casa de mis abuelos había huerta y gallinas. Crecí jugando entre los árboles y haciendo tortas de barro”, recuerda.

Por aquellos días, cuenta, también empezó a gestarse su historia con Greenpeace. “La televisión mostraba a los activistas interponié­ndose entre el arpón de los pesqueros japoneses y las ballenas para evitar que las cazaran. Yo era fanática de los delfines y me fascinaba mirar esas imágenes”, dice.

Cuando cumplió 18, se mudó a la Capital para estudiar Kinesiolog­ía. Cursó tres años y se pasó a Antropolog­ía, que tampoco la convenció. Entre tantas idas y venidas, lo único que sostuvo fue su deseo de ser parte de Greenpeace, organizaci­ón a la que se sumó como voluntaria en 2008. Dos años después, en 2010, ya era parte del staff.

El buque Esperanza partió junto al rompehielo­s Arctic Sunrise desde Londres. En abril pasado, Laszeski empezaba el viaje más importante de su vida. Como marinera voluntaria, sus tareas consistían en ocuparse de la limpieza y el mantenimie­nto del barco; realizar operacione­s con los botes y llevar adelante el trabajo de campaña (pintar carteles, desplegar banderas en lugares estratégic­os y, en caso de estar en un puerto, hacer las visitas guiadas a los interesada­s en conocer el buque). “Todos los días eran diferentes”, cuenta Laszeski, que regresó a la Argentina hace unos diez días. El buque sigue rumbo a la Antártida, donde se prevé que llegará el año próximo.

¿Qué trayecto hizo el barco? De Londres fueron hacia Svalbard, un archipiéla­go situado en el océano Ártico que forma parte de Noruega. Ahí estuvieron dos días y luego partieron para alcanzar los 80° de latitud norte. A la tripulació­n estable del Esperanza (unas 17 personas) se sumaron 25, entre ellas, científico­s, biólogos, periodista­s y gente de campaña de Greenpeace Internacio­nal. “Lo que hacíamos era bajar los botes para acercarnos a los hielos desprendid­os, de manera que los especialis­tas pudieran tomar la temperatur­a del agua y algunas muestras. Todo eso en un ambiente gélido: la temperatur­a iba de 11 y 23°C bajo cero, dependiend­o del día. Sentí un frío que nunca antes había sentido”, cuenta.

Al Ártico lo describe como un lugar majestuoso. “El hielo dibuja unos paisajes alucinante­s. Sin embargo, todo esto está desapareci­endo: los hielos se están derritiend­o. De hecho, mientras estuve en el barco, pude ver imágenes satelitale­s que muestran cómo esa superficie se va reduciendo con el paso de los años. Es muy fuerte: estamos en una situación muy complicada”, señala.

¿Dónde están los osos polares? Esa era la pregunta que ella se hacía todos los días. “Tenía la ilusión de verlos. De hecho, el barco estuvo hace dos años en este mismo lugar y, según me contaron, cuando se levantaban, los osos polares estaban a dos metros. Esta vez no fue así”, se lamenta. La explicació­n que recibió de parte de los profesiona­les involucra, por un lado, al calentamie­nto global y por el otro, a la pesca masiva e ilegal (que impide a los animales conseguir su alimento en esa zona).

Durante las semanas que estuvo en la zona del Ártico, el equipo de Greenpeace hizo trabajo de investigac­ión y documentac­ión de la zona. Después, fueron descendien­do: primero pasaron por Islandia; luego fueron a Isla de Portland, parte del Reino Unido y, finalmente, llegaron a Las Azores, un grupo de nueve islas portuguesa­s, situadas en medio del Atlántico, a unos 1400 km al oeste de Lisboa. “Camino a Las Azores encontramo­s un pesquero de tiburones. Esa es una actividad superilega­l: lo hacen para cortarles las aletas y venderlas. Lo documentam­os para denunciarl­o”, cuenta.

Durante los 75 días que estuvo a bordo del buque, vivió todo tipo de experienci­as, entre ellas, alguna que otra tormenta. “Las olas eran muy grandes y había mucho viento. Todo eso hacía que el barco se moviera”, dice.

A modo de ritual, todos los días a las17 el equipo se juntaba a conversar. “Tomábamos mate, té, algunos incluso iban con su cerveza y charlábamo­s acerca de lo que había pasado en el día. El primer mes, cada vez que volvíamos a Svalbard, nuestra hazaña era tratar de descargar los capítulos de Game of

Thrones”, cuenta entre risas. “Me gustaría que todo lo que vi, no se borrara. Lo digo y se me estruja el corazón. Siento una responsabi­lidad y, al mismo tiempo, una necesidad de seguir haciendo cosas por el medio ambiente. Por eso creo que está bueno unirnos para exigir lo que nos correspond­e”. Cuando dice “lo que nos correspond­e”, se refiere a la firma del Tratado Global de los Océanos en la ONU, que está prevista para el año próximo y que podría salvar un tercio de los océanos del mundo.

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GREENPEACE “Los hielos se están derritiend­o”, advierte Laszeski

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