Venezuela y los organismos internacionales
El llamado “chavismo” –eufemismo utilizado por los “bolivarianos” para evitar autodefinirse como comunistas– ha conducido a Venezuela a un desastre social. Más de cuatro millones de venezolanos han huido de su tierra y conformado una nueva lamentable y enorme diáspora. Dentro del propio país, nada menos que la cuarta parte de su población total vive sumergida en la precariedad y demanda imperiosamente algún tipo de ayuda humanitaria.
Desde la OEA, la descripción y las referencias a la calamitosa situación económico-social venezolana emergen sin rodeos. El actual secretario general de la organización, el dirigente izquierdista uruguayo Luis Almagro, que fue en su momento integrante del gobierno de José Mujica, sostiene que la administración venezolana ha conformado un “régimen oprobioso” y que su “principal problema” radica hoy
en el grupo de “ladrones que están sentados en su dictadura”.
Como dictadura que efectivamente es, Venezuela se ha retirado y ha dejado de pertenecer a la OEA.
Desde las Naciones Unidas, la alta comisionada para los Derechos Humanos, la chilena Michelle Bachelet, ha publicado recientemente un informe puntual en el que se denuncian, entre muchos otros, los crímenes que se atribuyen al gobierno de Nicolás Maduro y a los militares que lo sostienen para no perder sus prebendas.
En ese estudio se afirma que en Venezuela existe la tortura, usada constantemente por sus autoridades en contra de dirigentes de la oposición que se animan a denunciar y criticar públicamente la alarmante situación de ese país en materia de vigencia de los derechos humanos y de las libertades civiles y políticas. A esas múltiples y generalizadas violaciones de todo tipo de derechos se suma el éxodo sin precedente de ciudadanos venezolanos hacia distintos puntos del planeta. En Venezuela, dice el informe, hay 3,7 millones de desnutridos, faltan medicamentos en los hospitales y alimentos en los centros de provisión; el salario mínimo es de 7 dólares y cubre apenas el 4,7% de la canasta básica, mientras que abundan los tratos inhumanos y las torturas, como los métodos de descargas eléctricas, asfixia y la violencia sexual ejercida sobre muchísimas personas para obtener confesiones.
Han sido y son unánimes las justificadas críticas por parte de los observadores que siguen de cerca la evolución de estas cuestiones en América Latina.
Hay desastres que, por su naturaleza y magnitud, deben siempre llamarse por su nombre. Precisamente por ello, no pueden ser objeto de silencios o de disfraces, dado que con frecuencia se transforman, tarde o temprano, en actitudes tan desgraciadas como cómplices.