LOS TRES PROTAGONISTAS, CON EL PESO DE LA HISTORIA SOBRE SUS ESPALDAS
Considerados héroes nacionales, a su regreso enfrentaron todo tipo de problemas; Armstrong y Collins se alejaron de la NASA tras la misión en la Apollo XI; Aldrin todavía participa de conferencias sobre el espacio
FFueron ocho días que conmovieron al mundo –y de algún modo lo cambiaron para siempre– justo hacia la mitad de los 45 años que duró esa particular forma de guerra conocida como Guerra Fría.
El tránsito que va desde el 16 de julio de 1969, cuando salió el cohete Saturno V desde Cabo Kennedy (Florida), hasta el 24, cuando los astronautas regresaron, marcó el fin de la ventaja soviética en la carrera espacial. Por esa razón, los tres astronautas-pilotos que fueron a la Luna son considerados héroes nacionales y sus vidas cambiaron para siempre. Pero para ellos, tal como para los otros astronautas que fueron a la Luna, tampoco fue fácil volver. La mayoría de sus matrimonios se quebraron, Aldrin cayó en el alcoholismo y la depresión, alguno fue acosado por quienes creyeron que todo fue una puesta en escena y otros se recluyeron, aún sin llegar a las creencias sobrenaturales de otros moonwalkers posteriores, como James Irwin, Charles Duke y Eugene Cernan.
ARMSTRONG La virtud de ser el primero
En estos días, el pueblo de Wapakoneta (“lugar de huesos blancos”, en idioma shawnee) vuelve a aparecer en los mapas desde un recóndito lugar de Ohio. Sus 10.000 habitantes se enorgullecen de ser el lugar de nacimiento del primer humano que puso sus pies en la Luna y recibirán este mes a decenas de miles de visitantes para el festival lunar de cada verano boreal, que incluye la torta lunar más grande (de 25 kilogramos).
Neil Alden Armstrong nació allí en agosto de 1930. Fue piloto de guerra (peleó en Corea), ingeniero aeronáutico y profesor universitario, pero por el singular valor de ser pionero su existencia mutó radicalmente ese 20 de julio de 1969, cuando bajó las breves escaleras del módulo lunar y dejó caer un peso de poco más de 13 kilogramos (aquí en la Tierra pesaba unos 80). Su frase “un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad” no fue espontánea: según contó su hermano Dean, la preparó durante los meses previos. Esas horas en la superficie del satélite lo dejaron en similar estatus histórico que Colón, Amundsen o Ragnar Lothbrok (o el vikingo que sea).
A Armstrong siempre se le reconoció cierta frialdad: quizá por eso fue elegido para semejante misión, pero quienes monitoreaban desde la Tierra su estado de salud veían cómo al momento de descender hacia la superficie lunar sus pulsaciones llegaron hasta 158. Su corazón sabía que era el instante culminante de su vida. Luego del regreso, la cuarentena, los paseos de la victoria por Estados Unidos e incluso un recorrido por la Unión Soviética (en 1970), decidió que no volvería a volar. Se compró un terreno en su Ohio natal y se limitó a trabajar como vocero y representante de empresas privadas, sin aceptar las ofertas que le hicieron los dos partidos de su país para ocupar cargos. Se cuenta que incluso dejó de firmar autógrafos cuando se enteró de que se vendían por miles de dólares. Murió en 2012, antes de que alguien pudiera pedirle una selfie. Las huellas que sus botas imprimieron en el polvo lunar permanecen.
ALdrin El segundo de doce
La escena es en un hotel de Beverly Hills, en las afuera de Los Ángeles. Alguien se le acerca con una Biblia y le pide que jure sobre el libro que realmente estuvo en la Luna. Él se quiere escapar, le pide ayuda al personal del hotel y da un rodeo como un torero hasta que se le ponen enfrente y le dicen que es “un cobarde y un mentiroso”. En ese momento, decide que es suficiente y le da a quien le hablaba (un documentalista) un derechazo en pleno rostro. Todo eso sucedió en 2002 (acá se puede ver: https://www.youtube.com/watch?v=OROlF8zB9z0).
Treinta y tres años antes, Edwin Eugene Aldrin (Buzz para todo el mundo) había sido el segundo humano, 19 minutos después de Armstrong, en estampar su indeleble pie en la superficie de la Luna. En algo sí fue el primero: se dio a sí mismo la comunión con un kit que llevó exprofeso. Si Armstrong habló del “gran salto”, su frase fue más poética: “Una magnífica desolación”, dijo del paisaje lunar.
Hoy, a los 89 años, Buzz Aldrin sigue participando de todo tipo de conferencias relacionadas con el espacio y no puede creer que las condiciones geopolíticas hayan cambiado tanto como para que no se hayan conseguido más hitos espaciales. En ese sentido, lo entusiasmó tanto el anuncio del presidente Donald Trump de volver a la Luna hacia 2024 que decidió presenciarlo en vivo en la Casa Blanca.
Casado tres veces, y divorciado otras tantas, en algún momento de su vida con problemas de depresión y con el alcohol, este ingeniero mecánico es el más viejo de los cuatro –de un total de 12 humanos– que estuvieron en el satélite y que siguen vivos (los otros son Dave Scott, Charlie Duke y Harrison Schmitt).
COLLINS saber cómo es la soledad
La televisación de la llegada de la NASA a la Luna tuvo entre 500 y 1000 millones de espectadores en todo el mundo, la incredulidad de unos y el asombro de otros. Entre quienes no pudieron ver esa transmisión especial estuvo el piloto de pruebas Michael Collins. Mientras sus compañeros dejaban su sello, juntaban kilos y kilos de roca extraterrestre y colocaban un sismógrafo, entre otras actividades científicas, él daba treinta órbitas a la Luna en cuidado del módulo Columbia a unos 100 kilómetros de altura.
Es más: se ha dicho que fue la persona que más sola jamás estuvo cuando, en esas órbitas, estaba al otro lado de la Luna, sin ver a sus compañeros ni tener siquiera contacto visual con el planeta madre.
Y era él quien, en caso de que sus compañeros no lograran salir de la superficie lunar, hubiera tenido que poner proa a la Tierra, también en soledad. Nacido en Roma, hijo del agregado militar de Estados Unidos en Italia, también dejó la NASA poco tiempo después del regreso. Ocupó brevemente un cargo público durante la presidencia de Nixon y en la década de 1970 dirigió dos museos en Washington. Desde hace 50 años viene quitándose el peso de no haber pisado la Luna: “Siempre me sentí un tercio de toda esa misión”, señaló recientemente a los 88 años en una de las entrevistas que dio para el aniversario.