LA NACION

UNA NOCHE MÁGICA E INOLVIDABL­E EN LA QUE TODOS DIMOS ESE PEQUEÑO GRAN PASO

En la Argentina no había otro tema de conversaci­ón: todo remitía a la Luna

- pablo sirvén

yYa veníamos convenient­emente adobados por 2001, Odisea del espacio, la increíble fábula futurista de Stanley Kubrick, que se había estrenado el año anterior, y que los chicos de aquella época admiramos con devoción no exenta de cierta inquietud (esos seres, mitad hombres, mitad mono del principio, y la atronadora Así

hablaba Zaratustra, de Richard Strauss, que musicaliza­ba de manera colosal a ese hueso dando vueltas por el aire que unía la Prehistori­a con el futuro hasta convertirs­e en una nave espacial). Por fin, toda esa ficción que veníamos consumiend­o ávidos en el cine y también en la televisión, con las series Perdidos en el espacio y

Viaje a las estrellas, se empezaba a corporizar en una realidad tangible ante nuestros asombrados ojos.

Todo sucedió en la década más estimulant­e y moderna que me tocó vivir de chico (sí, mucho más moderna que el tiempo que ahora transitamo­s): los felices años 60. Los Beatles, los happenings del Di Tella, los Rolling Stones, el boom de la literatura latinoamer­icana, Piazzolla, Borges, Bob Dylan y la revista Primera Plana, entre tantos otros buenos impactos. Estábamos bien lanzados hacia el futuro y solo faltaba que nos confirmara­n que íbamos en el rumbo correcto si esos hombres alunizaban (verbo que entonces aprendimos a conjugar), correteaba­n un rato por ahí y se volvían a casa sanos y salvos.

Acá todavía todo era mucho más casero y pueblerino: sin internet ni celulares ni teléfonos que comunicara­n con países lejanos en el acto, la Argentina igualmente parecía acercarse al resto del mundo porque no había otro tema de conversaci­ón. Todo remitía a la Luna y a los visitantes que pronto se posarían sobre ella. Ya nos venían ilusionand­o de hace rato: Yuri Gagarin, el primer ser humano que salió a dar vueltas por el espacio; la perra Laika, pobrecita, que la mandaron allá lejos solo con boleto de ida; y la carrera entre las naves rusas Sputnik y las norteameri­canas Apollo, que jugaban a su manera la Guerra Fría en la noche interestel­ar. Muy buenas entradas todas aquellas, pero ahora queríamos el plato principal: el hombre en la Luna. Y lo queríamos ya. Era la obsesión del momento de la que hablaban las tapas de los diarios y las revistas, los programas con enviados especiales en la tele, las figuritas, los cohetes de juguete y hasta un juguito Pindapoy que venía en un envase de plástico con forma de luna llena, cráteres incluidos. No dábamos más de la ansiedad.

No teníamos computador­as ni freezer ni horno de microondas. Tampoco, desde luego, redes sociales. Ni siquiera había llegado el color a la televisión pero, chicos de ahora, sepan una cosa: aquel mundo de entonces era bien tangible y para nada virtual. Nuestros héroes de carne y hueso –Neil Armstrong, Edwin Aldrin y Michael Collins, colgados en coloridos posters en nuestras habitacion­es– estaban de verdad por encima de nuestras cabezas, en la estratosfe­ra, disparados hacia el satélite natural de la Tierra. Estaba sucediendo. Era real. Un espectácul­o global lleno de emoción y de tensión que no sabíamos si terminaría­bien.Lesaseguro­quecualqui­ercascovir­tualo jueguito sofisticad­o de ahora son nada al lado de aquellas sensacione­sdemontaña­rusaquetod­ostuvimos.Corazones de chicos latiendo fuerte y mirando por la ventana a la noche para ver si en esa resplandec­iente esfera blanca descubríam­os, en una de esas, al módulo lunar y sus pasajeros, que tanto nos desvelaban.

Ese domingo 20 de julio de 1969, en la intimidad de nuestras casas, grandes y chicos nos acurrucamo­s frente al televisor, cada cual con su propia familia, y todos juntos –nosotros, acá abajo, y ellos, allá arriba–, dando ese pequeño gran paso para la humanidad. Fue una noche mágica e inolvidabl­e.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina