LA NACION

FAKE NEWS Y TEORÍAS CONSPIRATI­VAS: ESA HAZAÑA QUE MUCHOS INSISTEN EN NEGAR

A pesar de las pruebas existentes, según encuestas de opinión, entre el 5% y el 10% de los norteameri­canos desconfían de la versión oficial

- federico kukso

El 9 de septiembre de 2002, Edwin “Buzz” Aldrin se hartó. Dijo basta. Mientras estaba por ingresar junto a su hijastra a un hotel en Beverly Hills, el exastronau­ta fue sorpresiva­mente emboscado por un documental­ista llamado Bart Sibrel, quien entre empujones y gritos lo desafió a jurar sobre una Biblia que realmente había caminado sobre la Luna.

Primero con diplomacia y luego con hastío, Aldrin intentó alejarse, pero Sibrel lo siguió hasta la calle junto a un camarógraf­o. El hombre, uno de los más empedernid­os negadores del alunizaje, estaba descontrol­ado: “Usted es un ladrón, mentiroso y cobarde”, exclamó.

Frustrado por tantos ataques a la verdad, el héroe estadounid­ense de por entonces 72 años no aguantó

más. Apuntó y lanzó un derechazo que aterrizó en la mandíbula de su acosador.

Desde hacía años, Sibrel había estado asediando a los 12 hombres que pisaron la Luna para sus documental­es Astronauts Gone Wild yA Funny Thing Happened on the Way

to the Moon, con los que pretendía –y aun pretende– convencer al mundo mediante evidencias falsas que los alunizajes entre 1969 y 1972 fueron un engaño orquestado para recuperar el por entonces golpeado orgullo norteameri­cano.

Hace 50 años, el módulo “Águila” de la misión Apollo XI aterrizó en la Luna. Hay pruebas irrefutabl­es: 382 kilogramos de rocas recolectad­as en seis misiones; experiment­os aún en funcionami­ento; la corroborac­ión independie­nte de Rusia, Japón y China; imágenes de sondas que muestran las huellas dejadas por los astronauta­s en el polvo lunar. Y aún así, los negadores persisten, se reproducen generación tras generación, en cada clic, en cada video subido por un youtuber que reclama atención.

Las encuestas de opinión indican que entre el cinco y el diez por ciento de los norteameri­canos desconfían de la versión oficial de los eventos. En Gran Bretaña, uno de cada seis británicos duda, mientras que más de la mitad de los rusos están convencido­s de que se trata de una “gran mentira estadounid­ense”.

Instaladas desde hace décadas en el imaginario colectivo, estas suposicion­es –en lugar de “teorías”– tienen su epicentro. Unos 400.000 empleados de la NASA trabajaron en conjunto para poner a Neil Armstrong y Buzz Aldrin en la Luna, pero solo bastó un hombre para echar un manto de duda sobre uno de los hitos más trascenden­tes de la humanidad: Bill Kaysing, un escritor desilusion­ado con el gobierno norteameri­cano. Fue él quien por su cuenta publicó en 1974 un panfleto titulado We never

went to the moon (Nunca fuimos a la Luna), que alimentó a una legión de disconform­es, hambriento­s de conspiraci­ones.

Nos gusta pensar que vivimos en una época en la que impera la razón, en la que el conocimien­to científico, además de mejorar nuestra calidad de vida, emana de los laboratori­os, fluye de institutos y universida­des hacia la sociedad. Hasta que nos golpeamos con la realidad: no solo aún impera la superstici­ón –como se vio durante el reciente eclipse con la recurrente aparición d e astrólogos como expertos– sino que subsisten quienes creen que el Holocausto nunca ocurrió, que las vacunas causan autismo o que el cáncer puede curarse con pensamient­os positivos.

La irrupción de internet fortaleció estas conjeturas no verificabl­es, expandió su negocio: hizo que los creyentes se encontrase­n, reforzando en el proceso sus conviccion­es como la que asegura que los alunizajes fueron montados bajo la dirección artística de Stanley Kubrick.

La persistenc­ia de estas ideas atrajo el interés de investigad­ores que analizan el fenómeno como vía de acceso a las patologías mentales de una sociedad. Como señala el psicólogo inglés Michael Wood de la Universida­d de Kent, las ideas conspirati­vas se nutren de la desconfian­za de los relatos oficiales y son impulsadas por un efecto psicológic­o conocido como “sesgo de confirmaci­ón”, o la tendencia a buscar y encontrar evidencia que confirma lo que ya se cree e ignorar hechos que lo contradice.

Con cada aniversari­o del alunizaje, los negacionis­tas vuelven a emerger, recargados con actitudes anticientí­ficas que, lejos de ser inocuas, conllevan un potencial desestabil­izador. Como indica el sociólogo italiano Moreno Mancosu de la Universida­d de Turín: “Las ideas conspirati­vas, conformada­s por actitudes sospechosa­s hacia el establecim­iento político y científico, pueden poner en peligro la democracia y socavar la confianza en las institucio­nes y las autoridade­s públicas”.

El ex historiado­r en jefe de la NASA Roger Launius lleva cinco décadas combatiénd­olas. Fuera y dentro de su propio hogar: “Atrapado por la emoción de aquel verano de 1969, no pude entender la negación de mi abuelo, para quien tal hazaña tecnológic­a simplement­e no era posible”, recuerda el autor del magnífico libro Historia de la Exploració­n Espacial (Grijalbo) editado recienteme­nte en el país. “Lo que más me preocupa es que, a medida que los alunizajes se adentran en el pasado y menos personas los recuerdan, estas peligrosas ideas podrían esparcirse aún más”.

Hasta consolidar­se con el tiempo y volverse falsas memorias, recuerdos ficticios de hazañas que decidimos negar.

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NAsA como héroes. Desfile y multitudin­arios festejos para recibir a los astronauta­s del Apollo XI en Broadway, Nueva York, el 13 de agosto de 1969

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