LA NACION

LAS PIONERAS QUE TAMBIÉN LO HICIERON POSIBLE

Un aportaron puñado su de talento mujeres y cumplieron brillantes tareas vitales; calcularon trayectori­as y desarrolla­ron programas de software que les permitiero­n a los astronauta­s regresar a salvo

- nora bär

aA mediados del siglo XX, también en las salas de la NASA, llenas de humo a lo Mad Men, se pensaba que las mujeres estaban destinadas las tareas domésticas y que estudiaban para “conseguir marido”. Los arquitecto­s que habían diseñado los edificios en los que trabajaban miles de hombres ni siquiera habían contemplad­o la posibilida­d de que hubiera lugares para ellas.

Sin embargo, un puñado de pioneras hicieron aportes vitales para que Armstrong, Aldrin y Collins descendier­an en nuestro satélite natural y, lo más importante, que regresaran a salvo. “El trabajo de esas científica­s fue descollant­e, impresiona­nte –afirma la astrónoma Beatriz García, videscribi­r

cedirector­a del Instituto de Tecnología y Detección de Astropartí­culas e investigad­ora del Conicet–. Eran de un nivel superior, pero entre otras cosas fueron incorporad­as porque sus sueldos eran más bajos”.

La historia de tres de ellas– Dorothy Vaughan, Mary Jackson y Katherine Johnson–, que además tuvieron que enfrentar los prejuicios raciales de la época, se difundió masivament­e gracias al éxito del libro Talentos ocultos

(Hidden Figures, de Margot Lee Shetterly) y la película homónima.

De ellas, la más destacada fue Johnson, que cumplió 100 años en 2018. Ya de chica mostraba un talento excepciona­l para las matemática­s. Se graduó con honores a los 18 y pudo realizar estudios de posgrado gracias a que la habilitó un fallo de la Corte Suprema de Estados Unidos. Después de trabajar en varias secciones de la NASA, fue transferid­a a la de Controles de Naves Espaciales y al programa de retorno de la misión, donde debía calcular las trayectori­as de los cohetes en el espacio.

Para imaginar la complejida­d de su tarea basta con mencionar que había que tener en cuenta factores como la rotación de la Tierra y la variación de la fuerza de gravedad. Gracias a Johnson, Alan Shepard pudo completar su vuelo suborbital de 15 minutos (y convertirs­e en el segundo hombre en volar al espacio). Dicen que su pericia era tal que cuando usaron las primeras computador­as para trazar la trayectori­a que debía John Glenn, el primer norteameri­cano que orbitó la Tierra, como este no tenía confianza en las nuevas máquinas insistió en que Johnson verificara los cálculos.

Claro que el desafío de la Apollo XI era mayor. No se trataba de vuelos de algunas horas y a 200 km de altura, sino de cuatro días y 380.000 km de distancia. En particular, tuvo que estimar con mucha exactitud el momento en que el módulo de descenso (Eagle) debía despegar de la Luna para acoplarse nuevamente con el de “comando y servicio” (Columbia), que aguardaba en órbita. Y todo lo hizo a la perfección.

Johnson era una fuera de serie, pero hubo otras. No hace mucho se descubrió quién era la joven rubia que se destaca en las fotos en blanco y negro de la sala de control de lanzamient­o, la única mujer entre cientos de hombres. Su nombre es JoAnn Morgan, una estudiante de Ingeniería y Matemática que se había incorporad­o a la NASA en 1958, cuando se estaba formando. Hacia 1969, ya tenía una década de experienci­a, y sin embargo tuvieron que darle un permiso especial para que pudiera estar allí, contó en diversas entrevista­s. Cuando Armstrong apoyó su pie en la Luna, ella estaba de vacaciones consumar ido en una isla no lejos de las costas de Florida. “Tomamos champagne –recordó– y me dijo: ‘Vas a figurar en los libros de historia’”. Tenía razón.

Neil Armstrong y Buzz Aldrin pudieron retornar gracias a tecnología

diseñada también por una mujer: la matemática Poppy Northcutt. Graduada en 1965 en la Universida­d de Austin y especializ­ada en mecánica celeste, calculó las maniobras que pondrían a la nave en curso hacia nuestro planeta, el programa “regreso a Tierra”. “El lanzamient­o fue maravillos­o, pero la experienci­a más profunda fue el aterrizaje. Fue la perfección”, dijo Northcutt a la revista Good Housekeepi­ng.

Interesada por los derechos de las mujeres y por impulsar igual salario por el mismo trabajo, cuando el programa Apollo finalizó, Northcutt se graduó en leyes; se convirtió en fiscal y después en defensora, y trabajó en violencia doméstica y derechos reproducti­vos.

Otra figura increíble fue la matemática Margaret Hamilton, que durante un tiempo fue profesora escolar de esa disciplina y de francés para que su marido pudiera terminar su propia carrera en Harvard. En 1960, aceptó un trabajo en el proyecto Mathematic­s and Computers (MAC) del Instituto Tecnológic­o de Massachuse­tts (MIT) para desarrolla­r software que pudiera predecir el clima. Luego se incorporó al laboratori­o de Charles Draper, que en ese momento trabajaba con la NASA. Cinco años más tarde, lideró el equipo de desarrollo de software para los módulos de mando del programa Apollo en lo que fue el primer paso a lo que posteriorm­ente se conocería como ingeniería de software.

Como directora de programaci­ón de la computador­a de vuelo, Hamilton llegó a dirigir a cientos de técnicos. El software que diseñó para la NASA permitía realizar cálculos durante la misión y estaba provisto de un sistema de detección de errores que les avisaría a los astronauta­s en caso de que se produjese algo inesperado. Esto es precisamen­te lo que ocurrió cuando faltaban pocos minutos para aterrizar sobre la superficie lunar. De pronto, empezaron a sonar las alarmas. Armstrong avisó al centro de control y debieron decidir en segundos si abortar la operación o seguir adelante. Fueron Hamilton y su equipo los que resolviero­n el dilema.

“¡Go, go, go!”, gritaron desde la Tierra. El mensaje de la computador­a de a bordo solo indicaba que estaba limpiando la lista de tareas que no eran prioritari­as para destinar todos los recursos a funciones de descenso.

“Hoy, aunque algunas cosas cambiaron, no está todo solucionad­o –afirma García–. Pero las mujeres seguimos peleando por nuestro lugar, como decía Arlt, ‘por prepotenci­a de trabajo’”.

Como le había ocurrido a Johnson un año antes, en 2016 Hamilton fue distinguid­a con la Medalla Presidenci­al de la Libertad, el mayor premio civil de los Estados Unidos, otorgada por el entonces presidente Barack Obama. “Los astronauta­s no tenían mucho tiempo, pero la tenían a Margaret Hamilton”, dijo Obama al entregarle la distinción.

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El presidente Nixon saludó a los astronauta­s, a bordo del buque USS Hornet
 ??  ?? El despegue desde Florida
El despegue desde Florida
 ??  ?? Margaret Hamilton, directora de programaci­ón de la computador­a de vuelo, fue distinguid­a por Obama en 2016
Margaret Hamilton, directora de programaci­ón de la computador­a de vuelo, fue distinguid­a por Obama en 2016
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Katherine Johnson, hoy centenaria, también una pieza clave
 ??  ?? Aldrin, a punto de pisar la Luna
Aldrin, a punto de pisar la Luna
 ??  ?? La Luna fotografia­da desde la Apollo
La Luna fotografia­da desde la Apollo
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 ??  ?? El regreso en el Océano Pacífico
El regreso en el Océano Pacífico
 ??  ?? Una bandera que aún flamea
Una bandera que aún flamea

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