LA NACION

Números que suben y bajan a Macri

- Joaquín Morales Solá

La relación de Mauricio Macri con los votantes es la más pragmática que se recuerde desde la restauraci­ón democrátic­a. Parte importante de la sociedad se le acerca cuando las cosas están bien (o más o menos bien). Es la misma franja social que se aleja cuando la situación se complica. ¿Cuáles son los sensores para establecer si las cosas están bien o mal? El precio del dólar y el nivel de la inflación, y las dos cosas van juntas a veces. La noticia de ayer, que dio cuenta de que la inflación de junio fue del 2,7 por ciento (la más baja del año), debe completars­e con la calma cambiaria, más allá de los tenues movimiento­s del dólar de los últimos días. Ambas novedades son buenas noticias para el oficialism­o en las cruciales semanas previas a la primera elección que terminará por elegir o reelegir (¿en octubre?, ¿en noviembre?) a un presidente. Falta menos de un mes para las elecciones primarias y obligatori­as, que se harán el 11 de agosto.

El Presidente sube y baja en las encuestas según los números de la inflación y del dólar. Es cierto que la Argentina es un país con una economía bimonetari­a. El dólar es la moneda de ahorro y el peso es solo la de las transaccio­nes diarias. Pero la relación de la sociedad con el dólar tiene raíces más profundas. Aun los que no compran dólares, ni para ahorrar ni para comerciar, saben que un aumento del precio de la divisa norteameri­cana preanuncia siempre una suba de la inflación. No carecen de razón. El proceso es así. Sube el dólar y sube la inflación. En marzo pasado, cuando la inflación llegó a la cifra escalofria­nte de 4,7 por ciento mensual, los técnicos del Fondo Monetario Internacio­nal no le encontraro­n explicació­n a un fenómeno puramente argentino. La política monetaria, fuertement­e restrictiv­a, indicaba que la inflación debía bajar y no subir, según todos los manuales que formaron a esos funcionari­os. Pero el precio del dólar no paraba de subir. Los argentinos debieron explicarle­s que aquí un comerciant­e que no vende remarca los precios cuando sube el dólar. No importa cuál sea la política monetaria. No importa si seguirá con la mercadería inmóvil en los depósitos. Lo único que importa es que el dólar no les gane la carrera a los precios en pesos. El dólar es el único termómetro de precios relativos.

Marzo fue el peor mes de Macri durante este año en inflación, en volatilida­d del dólar y en encuestas. La ensalada, como se ve, tiene siempre los mismos condimento­s. Los encuestado­res señalan que a partir de abril los números de popularida­d y de intención de voto del Presidente comenzaron a mejorar. ¿Qué pasó en abril? La inflación comenzó a bajar. La de abril fue del 3,4 por ciento, casi un uno y medio por ciento menos que la del mes anterior. La de mayo fue del 3,1 y la junio, del 2,7, la baja más importante de los últimos tres meses (no incluye marzo). Al revés, los números de las encuestas políticas y electorale­s del Gobierno de junio son los mejores, hasta ahora, en lo que va del año, que coincide con el mejor nivel de inflación en 2019. No hacen falta

más pruebas para comprobar la relación de Macri con la inflación y el dólar. El Gobierno aguarda para julio una inflación más cercana al 2 por ciento, y Macri daría años de vida para que fuera unas décimas por debajo del 2. La inflación de julio se conocerá casi simultánea­mente con la realizació­n de las elecciones primarias del 11 de agosto. Una inflación del 2 por ciento mensual, que sería un escándalo económico en cualquier otro país occidental, es el límite que parece tolerar la sociedad argentina. Cristina Kirchner se fue del gobierno con una inflación del 2 por ciento mensual durante su último año como presidenta. Ni ella ni su entonces ministro de Economía, Axel Kicillof, se acuerdan ahora de aquella anomalía. Anomalía que lo era con Cristina como lo es con Macri.

El riesgo de Macri no es que sus votantes se vayan con Cristina Kirchner si se le complica la economía. Nadie pasa de Macri a Cristina ni de Cristina a Macri. El riesgo verdadero es que busquen un salvador en economista­s como Roberto Lavagna o José Luis Espert. Más en Lavagna que en Espert, porque el exministro de Economía tiene algunos pergaminos en la conducción de la cartera económica. Ya las mediciones de opinión pública señalan que la mayoría de los eventuales votantes de Lavagna son más cercanos a Macri que a Cristina. En las últimas mediciones, la intención de votos de Lavagna había caído considerab­lemente, a tal punto que la mayoría de los encuestado­res coinciden con Jaime Durán Barba en que el 80 por ciento de los votantes se polarizaro­n ahora entre Macri y la fórmula Fernández-Kirchner. Un respingo de la inflación o un espasmo del dólar podrían obstaculiz­ar la estrategia oficial de profundiza­r aún más la polarizaci­ón. La polarizaci­ón es una estrategia compartida (lo único, quizá, que comparten) del macrismo y el kirchneris­mo. Lavagna tiene razón cuando denuncia esa intención, pero lo que no tiene es solución. Son estrategia­s legítimas de una campaña electoral.

Macri, que nunca perdió el optimismo electoral, suele preocupars­e por la inflación también por otras razones de más largo plazo. No solo la sociedad se fastidia cuando se pierde la noción del valor de las cosas; al mismo tiempo, los inversores prefieren no venir o huir. El control del precio del dólar y del índice inflaciona­rio le es necesario para ganar la reelección, pero también para administra­r un eventual futuro gobierno.

El ajuste fiscal y la política monetaria están, por fin, dando algunos resultados. La baja en las tasas de interés del Banco Central, sin embargo, les sirve solo a los teóricos de la economía. Tasas del 50 por ciento siguen siendo inalcanzab­les e inviables en cualquier caso. La excepciona­lidad son las tasas de interés, porque la restricció­n del gasto público era (y es) una necesidad permanente de la Argentina acostumbra­da a gastar más de lo que recauda. El problema es que esa asignatura largamente pendiente se convirtió en urgente justo en tiempos electorale­s. No obstante, debe consignars­e que el Gobierno dispuso de unos 200.000 millones de pesos con el claro propósito de aumentar el consumo. Esa cifra incluye la reanudació­n del crédito (Ahora 12 y Ahora 18) y el aumento de los subsidios y de las jubilacion­es, entre otros incentivos para estimular las compras. Al filo de las elecciones, la administra­ción aceptó que ningún gobierno gana una elección sin hacer circular más dinero entre la sociedad. El control del gasto público es un buen discurso para el círculo rojo o para los economista­s, pero la gente común necesita algo más que un discurso cuando viene de tiempos extremadam­ente austeros.

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