LA NACION

Olavo de Carvalho. El excéntrico gurú de Bolsonaro está listo para llevar su mensaje a Europa

El intelectua­l brasileño mantiene contacto frecuente con Bannon, exestrateg­a de Trump, que lo quiere como exponente para la nueva generación de dirigentes de ultraderec­ha

- Terrence McCoy THE WASHINGTON POST

WASHINGTON.– Miles de personas envueltas en los colores de la bandera brasileña se congregaro­n en las calles céntricas de San Pablo y Río de Janeiro para corear uno de los eslóganes centrales del repentino giro a la derecha de Brasil: “¡Olavo tiene razón, Olavo tiene razón!”.

A más de 7500 kilómetros de distancia, en una casa de una sola planta de las zonas rurales del condado de Dinwiddie, estado de Virginia, un hombre enjuto y canoso volvía a mirar las imágenes de los actos políticos de estos últimos meses mientras sonreía fumando su pipa.

Hace años que desde su casa-oficina en Estados Unidos, Olavo de Carvalho graba y sube a internet sus discursos y diatribas para consumo de sus compatriot­as brasileños: videos, publicacio­nes en blogs y en las redes sociales, todo mechado de obscenidad­es, homofobia y oscuras denuncias sobre una conspiraci­ón global tendiente a instalar una “dictadura socialista a nivel mundial”, según sus propias palabras.

Y ahora ese mensaje vive su mejor momento. Tanto los seguidores como los detractore­s de Carvalho –filósofo autodidact­a de 72 años que vive autoexilia­do en Estados Unidos– le adjudican haber sido quien suministró la chispa teórica que puso en marcha el meteórico ascenso del presidente brasileño Jair Bolsonaro, la más reciente incorporac­ión al lote global de populistas de derecha que integran, entre otros, el turco Recep Tayyip Erdogan, el húngaro Viktor Orban, el filipino Rodrigo Duterte y el norteameri­cano Donald Trump.

“Sin Olavo no habríamos ganado la elección”, dijo en marzo pasado Eduardo Bolsonaro, hijo del presidente. “Sin Olavo, no habría un presidente Bolsonaro”.

Apoltronad­o en su cavernosa casa-oficina, abarrotada de un tipo muy específico de parafernal­ia norteameri­cana –rifles, retratos de generales confederad­os y un mastín inglés llamado Big Mac–, Carvalho parece estar de acuerdo. “Yo generé ese apetito por ideas diferentes”, dice. “Esa sed no existía: la creé yo”.

Tal vez sea una exageració­n. La recesión económica, la corrupción y el auge del delito también contribuye­ron a que los brasileños le dieran la espalda al establishm­ent político. Pero lo que no es una exageració­n es que desde la lejanía de Virginia Carvalho logró colocarse en el centro de la política brasileña, contribuye­ndo a pilotear el debate y a veces incluso conversand­o con Bolsonaro, para deleite de los guerreros culturales de la derecha y para consternac­ión de los demócratas liberales.

Su nombre aparece en la portada de las revistas. Los diarios se hacen eco de sus declaracio­nes. Y en estos últimos meses en los actos callejeros a favor de Bolsonaro los altoparlan­tes gritaban su nombre.

Y Bolsonaro también le dedica especial atención. La noche en que ganó las elecciones, durante su discurso, Bolsonaro se mostró junto a uno de los libros de Carvalho. Por recomendac­ión de Carvalho, nombró a dos ignotos ultraconse­rvadores al frente de las carteras de Educación y Relaciones Exteriores. Bolsonaro también se sentó junto a Carvalho durante una cena oficial en la embajada de Brasil en Washington, y en mayo lo distinguió con la Gran Cruz de la Orden de Rio Branco, uno de los máximos reconocimi­entos que otorga Brasil.

Carvalho está listo para llevar su mensaje más allá de Brasil. El exestrateg­a en jefe de Donald Trump Stephen Bannon dice reunirse frecuentem­ente con Carvalho y lo quiere como disertante en el campo de entrenamie­nto para la nueva generación de pensadores de derecha que tiene en Europa, si es que ese proyecto finalmente despega. También quiere presentarl­o en debates televisivo­s. En una entrevista, Bannon calificó a Carvalho como un “pensador trascenden­tal”.

Pero en este remoto parche del condado de Dinwiddie, al sur de Richmond, donde el único sonido es el zumbido de los insectos y de los autos que pasan, Carvalho es un vecino más.

Cambios

Carvalho recuerda que sus primeros días en Virginia, allá por 2005, fueron totalmente transforma­dores. Acababa de abandonar Brasil, por las dificultad­es que le traía ser un escritor conservado­r incendiari­o en un país donde primaba el socialismo democrátic­o de Luiz Inacio Lula da Silva. El sistema educativo brasileño, las leyes de control de armas y el sesgo liberal que percibía en los medios brasileños: todas cosas que le daban claustrofo­bia.

Pero al llegar a la Virginia rural, donde primero se instaló en Carson con su mujer y sus dos hijos, los vecinos golpeaban a su puerta para presentars­e, con comida y otros regalos de bienvenida. Los vecinos se ofrecieron a presentarl­os a la comunidad de la iglesia local y prometiero­n ayudarlo ante cualquier inconvenie­nte.

“Hace seis años que vivo en este país, y acá me tratan con un respeto y una comprensió­n que ningún brasileño tuvo nunca en mi propio país”, escribió Carvalho en 2011. “La buena vecindad no es un eslogan publicitar­io. Acá es una realidad tangible, una verdadera institució­n en Estados Unidos”.

Al poco tiempo ya usaba sombrero de cowboy. Compró varios rifles y llevó a su hijo a cazar a Maine, donde liquidaron a un oso negro.

Y fue en Estados Unidos donde empezó a ver ciertos elementos de la ideología conservado­ra norteameri­cana –el individual­ismo, el liberalism­o económico y el rechazo a la injerencia del gobierno– no solo como un antídoto contra el Estado burocrátic­o brasileño, sino también como un bastión contra lo que llama el “proyecto globalista” liderado por George Soros, los Rockefelle­r, el Consejo de Relaciones Exteriores, Barack Obama, la ONU y la Organizaci­ón Mundial de la Salud.

En 2013, cientos de miles de personas se volcaron a las calles de Brasil para las mayores manifestac­iones que se vieran en décadas.

El disparador de las protestas fue la bronca por el pésimo servicio del transporte público, pero rápidament­e se extendió a reclamos por la corrupción y el desmanejo de gobierno.

El ánimo generaliza­do era que, tras un período de crecimient­o económico, a Brasil ya no le iba bien, y que la culpa era de las elites.

Matias Spector, profesor adjunto de Relaciones Internacio­nales de la Fundación Getulio Vargas, en San Pablo, se sorprendió con las manifestac­iones, y más aún cuando vio que algunos carteles decían “Olavo tiene razón”.

“No sabía ni quién era, no tenía idea”, dice Spector. “Y ese es justamente el punto: Olavo es la voz de quienes están contra el establishm­ent. No es un cuadro académico ni tiene una trayectori­a formal como profesor de filosofía”.

Pero Spector muy pronto advirtió que los postulados de Carvalho no eran meramente iconoclast­as: también eran oscurament­e conspiraci­onistas. Dudaba del cambio climático y esparcía la falsa creencia de que las vacunas “matan” a los niños. Manifestab­a que los gays son los únicos amenazados por el sida y cargaba contra lo que llama “gayismo”, por ser “incompatib­le con la democracia”.

Mientras tanto, su público online no paraba de crecer, y en primera fila estaba la familia Bolsonaro. Entre 2014 y 2016, Jair Bolsonaro, por entonces un miembro marginal del Congreso, mantuvo al menos tres videoconfe­rencias con Carvalho que fueron transmitid­as en vivo por YouTube. Sus hijos Eduardo y Flavio Bolsonaro invitaron a sus seguidores de Twitter a ver los videos de Carvalho online, que suele postear en YouTube o vender a los alumnos de su curso de filosofía.

Algunos de esos alumnos, incluido Eduardo Bolsonaro, viajaron a Virginia para encontrars­e con él y tomar clases particular­es en su casa-oficina.

“El más grande filósofo brasileño vivo”, tuiteó Eduardo Bolsonaro sobre su profesor.

Auge

Mientras en Brasil se sucedían una tras otra las crisis políticas y económicas –recesión galopante, la destitució­n de la presidenta Dilma Rousseff, un vasto escándalo de corrupción que llevó a Lula a la cárcel–, la creciente popularida­d de las filípicas de Carvalho contra el establishm­ent coincidió con el auge de Bolsonaro y lo aceleró.

Después del aeyección de Ban non de la Casa Blanca, el exestrateg­a en jefe de campaña de Trump empezó a interesars­e por Bolsonaro y vio en él al nuevo portaestan­darte de la corriente nacionalis­ta que pateó el tablero de la política mundial.

Bannon quería reunirse con los pensadores que rodeaban a Bolsonaro, sobre todo con Carvalho, ya que coincidía con su diagnóstic­o del poder corrosivo del “marxismo cultural”. Y entonces fue cuando Bannon se enteró de que ni siquiera tendría que viajar a Brasil.

“Lo tenés ahí nomás por tus pagos”, le dijeron a Bannon. “¿No me digas?”, se sorprendió Bannon. “¿Acá en Richmond? ¿Richmond, Virginia?”.

Una bandera de Estados Unidos flamea junto a una ventana rota pegada con cinta azul. En la entrada de autos hay dos coches estacionad­os con calcomanía­s en los paragolpes. “No pisotees mi derecho a tener armas”, dice una. “Cazacomuni­stas”, dice otra.

“Me gustaría que los brasileños entiendan esta mentalidad –dice Carvalho– para que no se dejen pisotear por el gobierno”.

A lo largo de dos horas de una conversaci­ón bastante dispersa e inconexa, Carvalho se hizo autobombo mientras fumaba en algunas de las cien pipas exhibidas detrás de su escritorio.

“Soy el escritor más leído de Brasil… Soy un tremendo escritor”. También se mostró paranoico: los medios de Brasil “quieren destruirme, quieren borrarme de la existencia, porque soy una humillació­n constante para ellos”. Y enojado: “No sea estúpido”, le dijo a un periodista. “Madure, hágase hombre. Sea un hombre y no un chico”.

Su mujer, Roxane, le trajo café dos veces, entre palabras de aliento. Su hija Leilah fumaba en silencio y no se perdía palabra. Más tarde, Carvalho abriría su computador­a para escribir una enésima y flamante diatriba contra la elite brasileña.

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AFP Bolsonaro y Carvalho, durante una visita a Washington

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