LA NACION

Los escenarios posibles que presentan dos fórmulas atípicas

Pichetto y Cristina como candidatos a vice obligan a pensar cómo será una eventual llegada de ellos al poder

- Ariel Sribman Mittelman

La campaña para las presidenci­ales de 2019 contará –ya lo está haciendo la precampaña– con una protagonis­ta indiscutib­le: la vicepresid­encia. La estrategia de Cristina Fernández de presentars­e contra natura como candidata a ese cargo y la apuesta de Macri por un compañero de fórmula fuerte, con peso político propio, obligan a reflexiona­r sobre esta figura en profundida­d y a plantear posibles escenarios para comprender lo que hay en el fondo de cada boleta y lo que podría pasar si el titular de la fórmula ganadora dejara el poder vacante durante su mandato.

Las fórmulas Macri-Pichetto y Fernández-Fernández presentan arquitectu­ras políticas diametralm­ente opuestas: en el primer caso, de acuerdo con la mayor parte de los analistas que han disecciona­do a Pichetto, se puede esperar de él lealtad institucio­nal. Pero si Macri abandonara el cargo, también cabe esperar que el vice devenido presidente despliegue durante el resto del mandato un plan de gobierno sensibleme­nte distinto al de Macri: las numerosas declaracio­nes públicas de Pichetto desde que se anunció su candidatur­a han dejado claro que una cosa es su lealtad y otra muy distinta son las diferencia­s programáti­cas con el Presidente.

En el caso de Cristina, en cambio, se ha roto la lealtad institucio­nal desde el momento mismo del anuncio de la candidatur­a. Sin embargo, puesto que el programa de gobierno será en todo momento el que desarrolle ella, si el presidente dejara vacante el cargo y la vice ascendiera a la primera magistratu­ra se mantendría el programa original de gobierno, literalmen­te intacto.

Luego, cabe preguntars­e: ¿qué vota la ciudadanía, programa o persona? En el primer caso, y ante una eventual circunstan­cia de sucesión, aporta más continuida­d el plan de Cristina: como ya se ha dicho, es ella quien, sea desde la vicepresid­encia o desde la presidenci­a,

diseñará el plan de acción del gobierno. Tomando el segundo caso, si los electores votan en realidad por la persona, sin mayor atención al programa de gobierno que lleve, también aportaría más continuida­d el proyecto kirchneris­ta: como el destinatar­io real de los votos sería la vice, su legitimida­d personal sostendría la fórmula tanto si permanecie­ra en la vicepresid­encia como si accediera a la presidenci­a. También en este sentido habría una diferencia palpable respecto de la fórmula macrista: se ha repetido hasta la saciedad que la presencia de Pichetto no está orientada a captar votos –y, con ellos, legitimida­d entre el electorado–, sino, sobre todo, a aportar gobernabil­idad. Esto es que los votantes de Macri se sentirían largamente menos representa­dos por Pichetto que los de Alberto Fernández por Cristina.

Ahora bien, si en ambos escenarios (voto por programa y voto por persona) la propuesta de Cristina presenta mayor coherencia ante un escenario de sucesión, ¿se puede afirmar que su fórmula es en realidad más sólida, que aporta más estabilida­d, más continuida­d que la de Macri? La respuesta, como diría Julio Cobos, es no positiva. Esto se debe a que tal coherencia es en realidad superficia­l; lo que hay debajo es una grave desviación de los principios republican­os: la personaliz­ación de la política. Dicho de otra manera: la solidez y la continuida­d deberían referirse a las institucio­nes, no a las personas que las ocupan, y en el caso del Frente de Todos ocurre a la inversa.

La institucio­nalización del poder –frente a su personaliz­ación– ha sido una necesidad de todas las comunidade­s políticas a través de la historia. Pero vale la pena preguntars­e ¿por qué ha sido así y por qué sigue siéndolo? ¿Qué habría de inconvenie­nte en que un grupo humano –desde una tribu primitiva hasta un Estado moderno– fuera liderado por un caudillo sin el respaldo de institucio­nes que dieran continuida­d y límites a ese liderazgo individual, sin institucio­nes que permanecie­ran cuando aquel desaparece? Imaginemos, pues, una colectivid­ad cuyo único elemento aglutinado­r es el líder. Al extinguirs­e este, la comunidad tiende a desarticul­arse, a perder cohesión social y, en el peor de los casos, a albergar luchas encarnizad­as por suceder al caudillo. Por eso ya en el antiguo Egipto se había concebido la noción de nesu-bit: nesu significab­a rey como institució­n, y bit representa­ba a cada rey físico, efímero. Mientras cada bit moría y era sucedido por otro, el nesu era inmortal, inmanente. El rey, institució­n que sostenía la cohesión del pueblo, nunca quedaba vacante. Varios milenios después, esa misma noción daría lugar al conocido “el rey ha muerto, ¡viva el rey!” de la monarquía medieval francesa, que significab­a el rey físico ha muerto, pero el rey como institució­n vive siempre, y ahora se encarnará en una nueva persona. Más cerca de nosotros en tiempo y espacio, el Congreso General Constituye­nte de las Provincias Unidas del Río de la Plata en Sudamérica (1824-1827) propuso que el Ejecutivo de Buenos Aires gobernara al conjunto de las Provincias Unidas hasta sancionars­e la Constituci­ón. Dalmasio Vélez, diputado por San Luis, se refería a este gobierno como “persona moral”: se elegía al gobernador de Buenos Aires como persona-institució­n que gobernaría la unión, independie­ntemente de qué persona física ocupara ese cargo en cada momento determinad­o. Como vemos, la personaliz­ación –o no– de la política está íntimament­e ligada a la sucesión. En nuestro caso, a la vicepresid­encia.

Por esa necesidad de dar continuida­d al poder mediante institucio­nes, y de mantenerlo lo más lejos posible de liderazgos personalis­tas, se dotaron los sistemas políticos modernos de mecanismos sucesorios: para que la vacancia de la cabeza política se solucionar­a mediante cauces institucio­nales previstos por ley, sin dejarla al arbitrio del gobernante de turno ni arriesgars­e a la acefalía. La Argentina, como gran parte de América, optó por la figura del vicepresid­ente. Sin embargo, este no es el único formato de vicepresid­encia posible. Simón Bolívar, al redactar el proyecto de Constituci­ón de Bolivia de 1826, estableció una presidenci­a vitalicia con un vicepresid­ente hereditari­o, nombrado por el presidente. Esta opción fue tempraname­nte desechada en Bolivia y descartada de plano en el resto de los países liberados por el caraqueño, precisamen­te porque el carácter personalis­ta de la propuesta chocaba con el espíritu republican­o y liberal de la independen­cia.

Recapitula­ndo: enfocado el duelo de fórmulas desde la perspectiv­a de la sucesión, nos encontramo­s, de un lado, con que un eventual reemplazo de Macri por Pichetto podría significar un presidente sustituto con una legitimida­d dubitable, y que llevará adelante un programa en alguna medida distinto del que votó la mayoría ciudadana, mientras que la sustitució­n de Alberto por Cristina implicaría una presidenta sustituta provista de legitimida­d, y continuida­d en el programa político. De otro lado, mientras la dupla Macri-Pichetto parece poner el cuerpo político del presidente institució­n por delante del cuerpo físico del presidente-individuo, la fórmula Fernández-Fernández se mueve en sentido contrario. Ante este choque de valores, ¿qué criterio debe primar? Tiene aquí el lector algunos elementos para buscar una respuesta propia.

Profesor e investigad­or de la Universida­d de Gerona, España

Cabe preguntars­e: ¿qué vota la gente, programa o persona?

La personaliz­ación -o no- de la política está íntimament­e ligada a la sucesión. En nuestro caso, a la vicepresid­encia

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