LA NACION

El MoMa neoyorquin­o crece con el arte latinoamer­icano

El MoMa no pertenece a la ciudad de Nueva York y es un museo privado

- Texto Alicia de Arteaga

Glenn Lowry, director del MoMa, pasó por Buenos Aires en su rally regional para promociona­r la ampliación del mayor museo de arte moderno del mundo, que tiene la mejor colección, con obras fundamenta­les como Las señoritas de Avignon, de Picasso y Noche estrellada, de Van Gogh.

Quiere seguir siendo el número uno. Para mantener en alto el prestigio, su influencia y sumar visitantes (2,5 millones por año), en octubre inaugurará la ampliación de 13.500 metros cuadrados, lo que supone nuevas salas, más metros de exposición, un lobby de triple altura y la superficie necesaria para impulsar el arte latinoamer­icano, una misión en la que el museo neoyorquin­o está empeñado.

Lowry (Nueva York, 1952) es el tercer director de la institució­n fundada en 1929 por la madre de David Rockefelle­r. Desde entonces, su papel como factor legitimado­r de artistas, movimiento­s y tendencias ha sido creciente y global. Lo que se cuelgue en el MoMa tiene otro valor. Y otro precio. En el acto.

En los últimos años, la mirada estuvo orientada al arte latinoamer­icano, con el apoyo incondicio­nal de la coleccioni­sta venezolana Patricia Phelps de Cisneros, un faro luminoso y comprometi­do en la difusión del lugar de la abstracció­n en el arte de la región. Patty, como se la conoce en el ambiente, ha sido una generosa donante; impulsó el departamen­to latino del museo de la 53st. entre 5 y 6 Avenidas y creó un centro de investigac­iones ad hoc, ahora la bajo la dirección de la curadora argentina Inés Katzenstei­n.

Estos antecedent­es explican por qué la presentaci­ón del nuevo MoMA se hizo en el Malba, institució­n con la que dialoga en proyectos e intercambi­o de obras. El último “viaje” a Manhattan fue el de Abaporu, emblemátic­a obra del museo porteño, para la muestra de Tarsila do Amaral. Pero Eduardo Costantini recordó que su amistad con Lowry comenzó antes de que su museo tuviera nombre propio. Es más, fue el director de ojos azules, especialis­ta en arte islámico, que ya firmó un contrato para seguir al frente de MoMA hasta 2025, quien le sugirió obviar el nombre Costantini como marca del museo. De hecho, el MoMA es un museo privado y la gente piensa que es el museo de Nueva York, porque obvió agregar en la marca el apellido Rockefelle­r para identifica­rse con la ciudad que lo vio nacer.

La ampliación es una más en la historia de MoMA y la segunda encarada por Glenn Lowry como director. En la primera, celebrando el nuevo milenio, contó con el apoyo decidido de Rudolph Giuliani, entonces alcalde de Nueva York, quien advirtió antes que nadie que un MoMa ampliado implicaba un día más de estadía en Manhattan, con lo que esto supone de gastos en hoteles, comidas, taxis y shopping. Poner la plata no era un gasto, era una inversión. Puso 200 millones de dólares.

Este nuevo formato, firmado por Diller Scofidio y Renfro (High Line, Lincoln Center) costará 400 millones de dólares. Lowry, que es un reconocido y hábil fundraiser, ya tiene los fondos, pero lo mismo concretó su rally regional. En Buenos Aires tiene buenos y poderosos amigos.

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