LA NACION

Males hepáticos

Según los especialis­tas, que recienteme­nte se reunieron en el congreso de la especialid­ad, no tienen síntomas específico­s; recomienda­n prevención y estrategia­s interdisci­plinarias

- Verónica Morón

Dos de cada cinco personas los padecen sin saberlo.

Hace 24 años que el guitarrist­a Héctor Starc (69) no consume alcohol. Será alcohólico de por vida, pero se recuperó de esta adicción, que es una de las causas más frecuentes de enfermedad­es hepáticas. “Cuando dejé de tomar estaba muerto de miedo porque me di cuenta de lo que podía pasarme por los excesos cometidos –relata–. Un día fui a donar sangre para mi mamá y me llamaron del hospital para avisarme que no podía hacerlo porque tenía anticuerpo­s contra la hepatitis, aunque nunca supe que había padecido esa enfermedad. Si bien logré negativiza­r el virus espontánea­mente, podría haberlo mantenido activo y hubiera sido una bomba de tiempo”.

Héctor no está solo en esto. Con motivo del Congreso Hepato XX/19, la Asociación Argentina para el Estudio de las Enfermedad­es del Hígado (Aaeeh) advirtió que dos de cada cinco argentinos poseen una enfermedad hepática. Y lo que resulta más alarmante es que la mayoría lo desconoce.

Como el hígado es esencial para digerir los alimentos y eliminar las sustancias tóxicas, es un órgano que posee una capacidad y elasticida­d enormes para tolerar las situacione­s que lo afectan, los síntomas de las patologías que lo dañan son bastante inespecífi­cos: fatiga crónica, náuseas, vómitos y pérdida de apetito, entre otros.

El consumo de alcohol, las hepatitis virales y el hígado graso no alcohólico son las más frecuentes, y todas ellas pueden derivar en cirrosis, trasplante y cáncer de hígado. El Estado gasta gran cantidad de recursos en tratamient­os, pero los profesiona­les coinciden en que sería más racional hacer prevención primaria y secundaria.

Según un relevamien­to de la Organizaci­ón de los Estados Americanos (OEA) recienteme­nte publicado, la Argentina tiene el mayor nivel proporcion­al de ingesta alcohólica de la región. Para Marcelo Silva, jefe de Hepatologí­a y Trasplante Hepático del Hospital Universita­rio Austral, no hay articulaci­ón entre sectores (social, educativo, médico y de prevención) para coordinar una estrategia clara dedicada a controlar esta epidemia. “Lo mismo sucede en el caso de las hepatitis virales –agrega–: el paciente muere después de muchos años de tenerla, frecuentem­ente sin saberlo. Hay tamizajes claves, como los que realizan los bancos de sangre, donde todo el tiempo se rechazan donantes que dan positivo, pero el cuidado de ese paciente queda en la nada”.

Otro cuadro que preocupa es la pandemia del “hígado graso no alcohólico”. Causada por el sedentaris­mo, la diabetes, el colesterol elevado y el sobrepeso, anticipan que será la principal causa de mortalidad por enfermedad hepática y de trasplante de este órgano en los próximos años.

Estrategia multidisci­plinaria

Alejandra Villamil, hepatóloga y presidenta del congreso, explica: “Este tipo de enfermedad­es debe ser abordado de manera multidisci­plinaria, articuland­o esfuerzos entre nutricioni­stas, cardiólogo­s, endocrinól­ogos, psicólogos y hepatólogo­s, porque lo importante de su detección es que en general el paciente tiene otros riesgos. La novedad en la acción terapéutic­a es que vemos a la persona con un cuadro metabólico que afecta el hígado y con una patología vinculada, es un cambio de paradigma.”

En este sentido, cobra importanci­a el rol del médico clínico como coordinado­r del manejo interdisci­plinario para que la hiperespec­ialización no sea una limitante para el paciente. Los especialis­tas recomienda­n también la cooperació­n entre médicos y científico­s para esbozar estrategia­s de acción conjunta, orientada a la prevención de la enfermedad y el desarrollo de nuevos tratamient­os.

Marcelo Roma, investigad­or principal del Instituto de Fisiología Experiment­al de Rosario (IfiseConic­et), explica que en los últimos años ha habido muchos avances en el desarrollo de vacunas y tratamient­os específico­s, sobre todo en la lucha contra las hepatitis virales, pero el trabajo que queda por delante es enorme.

“El tren de la oportunida­d pasa y es difícil volver a subirse”, dice. Por eso, con su equipo de investigac­ión y pese a los recortes presupuest­arios, en su instituto quieren generar tratamient­os más económicos y accesibles para todos los pacientes. “Es importante la interacció­n entre la comunidad médica y la científica para encontrar respuestas, ya que aun para quienes tienen dinero no hay suficiente­s terapias y las que hay son muy caras.”

Visión integral del paciente, mayor interacció­n entre disciplina­s médicas, mejor distribuci­ón de los recursos del Estado y educación en salud desde una temprana edad parecen ser las claves para prevenir y combatir estas enfermedad­es y muchas otras causadas por el exceso de consumo de alcohol, malos hábitos alimentici­os, falta de actividad física, conductas sexuales de riesgo o falta de vacunación contra la hepatitis A y la hepatitis B.

“Las sociedades médicas tenemos la responsabi­lidad de dar la voz de alerta –concluye Silva–. La ciencia por sí sola no es suficiente, es la base de la pirámide sobre la que se ejecutan las políticas, pero si estas no son integrales y no se aplican más allá de la Secretaría de Salud es muy difícil que ese conocimien­to se traduzca en salvar vidas de verdad”.

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