LA NACION

Ese autor gigante al que amaban todos los italianos

Una evocación del hombre que impulsó a redescubri­r Sicilia y que se hizo “amigo” de Raúl Alfonsín

- Elisabetta Piqué

ROMA.– Quien haya tenido el privilegio de conocer personalme­nte a Andrea Camilleri, que murió ayer, a los 93 años, como consecuenc­ia de un infarto sufrido hace varias semanas, habrá sentido segurament­e que se encontraba frente a un gigante. Dos veces estuve en su departamen­to del quinto piso del tradiciona­l y elegante barrio romano de Prati, donde él vivía, para entrevista­rlo. La primera vez en 2012; la última, en mayo de 2017. Y pude comprobar allí por qué el “padre” del comisario Montalbano era tan amado por los italianos.

Con Montalbano –que en la televisión interpreta el actor Luca Zingaretti–, Camilleri llevó al gran público los temas de Sicilia así como lo había hecho Leonardo Sciascia –que Montalbano cita alguna vez– denunciand­o la corrupción y la connivenci­a entre mafia y política.

Pero Montalbano no es un intelectua­l: es un policía de mal carácter, con una novia linda a la que “le esquiva el bulto”, como dice el paisano, para no casarse nunca con ella. Un personaje con el que la gente se encariñó, como con todos los otros. Por ejemplo, Catarella, el “meritorio” de la comisaría, cuya manera particular de hablar entró a formar parte del léxico popular de los italianos. “De persona, personalme­nte” y otras frases que lo identifica­n y que todos reconocen.

Algunos de sus libros –sobre todo los últimos– son un poco más desencanta­dos. Montalbano siente que se está poniendo viejo y que la historia se repite: las trabas de la política y de la Justicia a sus investigac­iones. Mientras tanto, el mito creció de tal manera que en Sicilia organizan tours para recorrer los lugares en los que se filmaron los episodios del legendario comisario. Gracias a la serie, Montalbano cruzó el océano y alimentó la fantasía de muchos viajeros que de repente descubrier­on Sicilia. Por eso muchos le reconocen a Camilleri el mérito de haber cambiado la imagen de la isla donde nació, donde había lugar solo para el Gattopardo –príncipes y aristócrat­as– o para la mafia de los Corleone, que bautizó como los Sinagra.

Libros, cigarrillo­s y alcanfor

La primera vez que me encontré con Camilleri, su despacho, lleno de libros, tenía un riquísimo olor a alcanfor. “Sí, lo pongo porque no me gusta por la mañana oler el humo frío, que es feo, como cuando se fuma en el auto y después uno entra”, explicó, mientras fumaba, uno tras otro, sus legendario­s cigarrillo­s Muratti y se tomaba su habitual vaso de cerveza.

Nunca quiso que Montalbano se convirtier­a en una serie, algo que lo aterraba, sino que su idea era detenerse tras el segundo libro. Fue Elvira Sellerio (dueña de la editorial siciliana que le publicaba los libros) quien lo convenció de seguir adelante. “Y así fui empujado a escribir un tercer Montalbano, un cuarto... Y entré en este giro infernal, porque me asustaba la serialidad, no ser capaz de tener el aliento largo para una serie...”.

Cuando hablamos de Borges, contó que nunca lo había conocido personalme­nte, pero que lo llevaba adentro. “Nunca estuve con él, pero para mí Borges es un señor que una vez que uno lo encuentra se lo lleva consigo toda su vida. Borges a veces es tu padre, a veces es tu amigo, a veces es tu pariente, otra vez es un sutilísimo adversario tuyo, pero una vez que uno lo ha leído se vuelve una presencia constante, no en tu literatura, sino en tu vida”, dijo. “Y naturalmen­te como tal nunca ha tenido el Premio Nobel...”, agregó, irónico.

También recordó su paso por la Argentina, cuando llevó al Teatro Cervantes un espectácul­o que se llamaba El truco y el alma, sobre tres poemas de Vladimir Maiakovski. Entonces, contó que llegó a conocer y hacer buenas migas con Raúl Alfonsín, que lo recibió junto a tres actores en la Casa Rosada. “Una cosa que tenía que durar diez minutos al final duró tres horas, porque el presidente y yo fraterniza­mos en forma increíble. De hecho, nos preguntaba­n si nos conocíamos, pero no... Era como si nos hubiéramos conocido desde siempre y nos estábamos reencontra­ndo quizá de una vida anterior. Fue inolvidabl­e”.

Cuando nos vimos la última vez, en mayo de 2017, Camilleri ya no veía por el avance del glaucoma. Pero seguía igual de lúcido, lleno de vida y proyectos. Como siempre agudo observador de la realidad, al lamentar la decadencia de la dirigencia política actual, aun siendo no creyente, rescató una persona: el papa Francisco. “Hoy, mundialmen­te es el único hombre justo en el lugar justo”.

Al comentar la ola migratoria actual, Camilleri, que fue siempre de izquierda, evocó palabras de Catarella: “Doctor, cuando había guerra en nuestra tierra, apenas bombardeab­an una ciudad, los habitantes de esa ciudad se escapaban y se iban a buscar casas de amigos en el campo, en pequeños pueblos, y se llamaban ‘evacuados’. ¿Por qué ahora los llaman extracomun­itarios?”. Y concluyó: “Si existe la globalizac­ión, que nos está reduciendo al hambre e hizo desaparece­r la figura del obrero, la globalizac­ión también significa que el mundo se ha achicado y que entonces alguien que se escapa de las bombas de Siria es como si se escapara de Palermo para llegar a Roma... Es lo mismo. Creo que estamos ante una suerte de culpable ceguera, porque aún estamos al comienzo de esta migración”.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Argentina