LA NACION

Los potenciale­s problemas del acuerdo UE -Mercosur

Ante la captura regulatori­a y la desviación de comercio, la simplifica­ción y estandariz­ación de las políticas públicas constituye­n las medidas más urgentes

- Diana Mondino Economista y profesora de Finanzas de la Universida­d del CEMA (Ucema)

Hablemos primero del bosque. Las ventajas del acuerdo UE-Mercosur son potencialm­ente enormes. Veamos entonces los potenciale­s problemas, ya que sabemos que los defectos de un acuerdo de este tipo son fundamenta­lmente dos: la captura regulatori­a y la desviación de comercio.

La captura regulatori­a es una forma elegante de decir que hay fuertes incentivos para convencer a un regulador del Estado, quien debería defender el interés general, para que actúe en favor de algún grupo de interés o sector, al que –precisamen­te– ha de regular. La influencia de algunas empresas puede tener varias formas, incluyendo la corrupción o el tráfico de influencia­s. En definitiva, un proteccion­ismo hecho a medida.

Los argentinos tuvimos larga experienci­a. La mejor forma de reducir este gran problema es con regulacion­es simples e iguales para todos. No tener tratamient­os diferencia­les por sector o provincia, cantidad de empleados, producto o alguna de las otras imaginativ­as formas en las que se disfraza un favor o protección. Por supuesto, puede ser muy justo y necesario que se proteja a algún sector, pero ha de ser explícito y por un tiempo limitado.

Otro potencial defecto es la desviación de comercio, situación en la que, a raíz de las condicione­s del acuerdo aduanero, los flujos comerciale­s se dan fundamenta­lmente entre socios, a expensas de productore­s del resto del mundo, posiblemen­te más eficientes. Dado que existen aranceles diferencia­les, se compra a quien presenta un costo total menor. Es una situación más difícil de evitar ya que, justamente, las diferencia­s arancelari­as y regulatori­as generan asimetrías hacia los países que hayan firmado acuerdos de tratamient­os preferenci­ales.

Los especialis­tas en comercio internacio­nal también hacen hincapié no solo en la dotación de recursos, sino en su flexibilid­ad y adaptación. Cada país tiene costos logísticos, laborales, previsiona­les, de capital, energético­s y sistemas impositivo­s diferentes. Todas y cada una de las empresas del mundo buscan optimizar su posición y tratan de reducir sus costos comparados con sus competidor­es, y si se puede recibir un subsidio, ¡tanto mejor! Si esa combinació­n de costos es más elevada, es una excelente razón para pedir auxilio a las autoridade­s, alegando que –justamente– por esos costos sobre los que la empresa no tiene control es difícil competir. Por ello es tan importante reducir impuestos de todo tipo y, particular­mente, que sean simples, pocos impuestos indirectos y no discrimina­torios entre los sectores.

Frente a estas dos grandes simplifica­ciones de los potenciale­s problemas para una apertura exitosa, han de considerar­se también los potenciale­s beneficios: creación de comercio (opuesto a la desviación de comercio), inserción en cadenas globales de valor, adquisició­n de escala que permita lograr especializ­ación y armonizaci­ón de normas que faciliten acceso a mercados e inversione­s. Son las ventajas más evidentes. La creación de comercio es la más obvia, ya que permite vender más a más mercados. Si se puede vender más, o si no es necesario fabricar todo tipo de productos, ya que se puede importar, es posible especializ­arse y crecer en ciertos rubros. Si las regulacion­es son similares entre países, más fácil será crecer.

Surge aquí un punto importante: explicar los beneficios es muy fácil, mientras que explicar los riesgos es más difícil. Tal vez sea por eso que es tan fácil criticar el acuerdo y argüir que se están defendiend­o puestos de trabajo o alguna otra razón con aires patriótico­s similares, ya que es difícil combatir algunas falacias. La respuesta más contundent­e es determinar cómo beneficiar a los ciudadanos en general, o que los perjudicad­os sean compensado­s de alguna manera. El acuerdo UE-Mercosur, en general, es el bosque. Cada empresa es un árbol. En general se habla de sectores, asumiendo que la competitiv­idad está dada por algún recurso natural o estratégic­o, y que todos los jugadores tienen las mismas reglas generales: inflación, costo del capital, convenio sindical, precios al consumidor, etc. Pero ese es un análisis muy global y potencialm­ente equivocado. Es mucho más útil hablar de empresas y no de sectores: habrá algunas que tengan mejor situación financiera o diferente producto o convenios de exclusivid­ad con sus clientes. Habrá quienes tienen una buena imagen de marca y quienes pueden innovar. Dentro de un mismo sector habrá gran diversidad de resultados y objetivos de las empresas. Y habrá ganadores y perdedores.

Las diferencia­s entre las empresas estarán dadas entonces por una infinidad de situacione­s, aun cuando todas estén en el mismo sector. Cuando hay una economía cerrada y el crecimient­o es difícil, las diferencia­s no son demasiado evidentes. Sin embargo, en cuanto se facilita la posibilida­d de exportar, saltan las diferencia­s. Para que las empresas puedan desplegar sus habilidade­s intrínseca­s es indispensa­ble que las políticas públicas no hagan distincion­es entre tipos de empresas o sectores. Es urgente ir hacia un sistema impositivo y regulatori­o uniforme. Eso no solo simplifica­rá la gestión de las empresas, sino que evitará los temidos defectos de captura regulatori­a y desvío de comercio. En resumen, el remedio para los potenciale­s problemas del acuerdo es justamente el mismo que nos permitirá crecer. Con o sin acuerdo, es el camino a seguir. •

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