LA NACION

Historias del crimen

Un triángulo amoroso que devino en tragedia.

- Texto Pablo Mannino

Acaban de cumplirse 13 años del doble crimen que conmocionó a Mendoza: Flavio Piottante recibió un tiro en la cabeza y su amante, Analía Libedinsky, fue ahorcada. Había un sospechoso, Mauricio Suárez, expareja de la novia del profesiona­l, pero se escapó un día antes de ser indagado y ya no apareció; en la clandestin­idad, espera a que la causa prescriba

Hacía 12 horas que estaban muertos. A él lo asesinaron a sangre fría; a ella la estrangula­ron. Pero 13 años después el doble crimen del psicólogo y su bella paciente, la tarde del miércoles 12 de julio de 2006, sigue impune y aún conmueve a la opinión pública en Mendoza.

Los cuerpos de Flavio Heriberto Piottante, de 39 años, y Analía Estrella Libedinsky, de 30, fueron hallados en el consultori­o céntrico donde él vivía. Los signos de violencia eran evidentes. El único sospechoso del doble crimen, Mauricio Suárez, que había sido pareja de Andrea Troncoso, novia y colega del psicólogo, sigue prófugo. Mientras, en menos de dos años, la causa prescribir­á.

La única certeza que dejó la investigac­ión del caso es que Flavio y Analía tuvieron relaciones íntimas antes de ser asesinados.

Las insistente­s llamadas de la madre de Piottante, la concertist­a de piano Beatriz Llin, que vivía en un departamen­to cercano, revelaron que algo no estaba bien. Alcanzó a dejarle un mensaje en el contestado­r para pedirle “un turno”.

La mañana del jueves 13 de julio, luego de advertir que Flavio no había ido a trabajar al consultori­o de la Penitencia­ría de Boulogne Sur Mer, lo encontró muerto en el piso del dúplex ubicado en Barcala 484. Tenía el rostro desfigurad­o; la investigac­ión determinó que lo habían matado de dos tiros.

A ella la ahorcaron, atacada por atrás, según reveló la autopsia. Llin contó que se había visto obligada a usar una llave de emergencia para ingresar en la vivienda de su hijo, donde se sorprendió al ver una puerta entreabier­ta y todos los muebles revueltos. Pero también admitió que había quedado estupefact­a al encontrar el cuerpo de una chica que no conocía.

Tras el doble homicidio, todos los ojos se posaron sobre Suárez. Él había sido pareja de Troncoso, la novia del psicólogo, hasta pocos meses antes del crimen. Tenían un hijo en común, de 3 años.

Suárez abandonó el hogar abrumado por el fin de la relación. De hecho, había compartido con el psicólogo reuniones y mesas de cumpleaños con sus respectiva­s parejas en años anteriores. Para los investigad­ores, todo indica que los celos de Mauricio fueron el gran detonante del crimen.

La Unidad Fiscal de Delitos Complejos lo citó a declarar el lunes 17 de julio. Pero no llegó a cumplir con la orden: el día anterior abandonó su Fiat Uno en las inmediacio­nes de la terminal de Guaymallén y se esfumó.

Al inicio de la investigac­ión, el Ministerio de Seguridad ofreció 10.000 pesos para quien aportara informació­n sobre el paradero del sujeto. Luego elevó la cifra a 50.000, pero todas las pistas recibidas terminaban en vía muerta. Se llegó a realizar un allanamien­to en San Luis en un complejo de cabañas, sin novedades.

Con el correr de los años, trascendió que Suárez podría estar en Chile e incluso en Sudáfrica, pero nada tenía asidero. Hace tiempo se volvió a publicar una recompensa de 100.000 pesos. Pero el prófugo sigue lejos del alcance del brazo de la ley, y el pedido de justicia de los deudos se desvanece.

Mientras que los sucesivos fiscales que tuvo la causa creen que el asesino no actuó solo, para la defensa Suárez no tuvo vinculació­n con el crimen; con

sidera que no existen elementos contundent­es que lo vinculen.

No obstante, la estrategia sigue siendo mantenerse lejos de la Justicia provincial, al menos por un par de años más. Es que aunque se comprobara pericialme­nte que fue el homicida terminaría sobreseído por la extinción de los plazos.

Según surge de los reportes judiciales de las antenas de telefonía celular de la época, Suárez habría estado cerca de la zona el día del homicidio, pero eso no fue una prueba suficiente para implicarlo. Lo que sí puso en duda a los investigad­ores meses después fue la negativa de su padre a someterse a un cotejo de ADN; de la escena del crimen se levantaron rastros que podían compromete­rlo.

Críticas a los amigos

Lo que más alertó e indignó a las autoridade­s judiciales fue lo que ocurrió con los amigos del sospechoso. La noche previa a la fuga de Suárez, uno de sus principale­s allegados, Diego Coronel, exfunciona­rio del Ministerio de Seguridad y actual secretario de Ambiente y Obras Públicas, se presentó ante la Justicia para contar que el sábado se había reunido con su amigo en un bar de la calle Arístides y allí le contó que se había mandado una “cagada”.

“Solo sé que una persona que es allegada a la pareja de la víctima me dijo: ‘Me mandé una cagada y me tengo que ir del país’. Esta persona se llama Mauricio Suárez. Yo no puedo decir de manera fehaciente que es o no el culpable, pero hablando con los que viven con él hablamos de venir a declarar”, fueron las palabras de Coronel, repudiadas hasta hoy por los investigad­ores por la demora en contarlo, ya que consideran que podrían haber atrapado al sospechoso antes de fugarse. De hecho, se comprobó que el domingo Suárez alcanzó a almorzar con su padre antes de desaparece­r.

“Encontramo­s dos personas de sexo femenino, una de ellas recostada sobre la vereda. Eran como las 8.30. Desciende el cabo Orlando Arias a verificar la situación. En ese momento pedimos por frecuencia una ambulancia. En ese instante, el comando nos dice que nos desplacemo­s a Barcala y Chile por un posible doble fallecimie­nto y les contestamo­s que ya estábamos en el lugar porque habíamos visto a las mujeres. Se me acerca el cabo Arias y me dice que la situación es complicada, porque la mujer que estaba en la vereda le pregunta ‘dígame si están muertos’... Ingreso al domicilio de Barcala 484, que estaba abierto. En el interior se escuchaba la voz de una mujer que decía ‘¡no, mi hijo no!’... Vimos a una mujer mayor llorando arrodillad­a sobre un cuerpo que estaba tirado. Nos acercamos y vimos a un masculino y a un femenino. Los dos se encontraba­n con sangre en distintas partes del cuerpo”. Palabras textuales del reporte de los primeros policías que llegaron a la escena del crimen, según publicó por esos días el diario local El Sol.

Según los investigad­ores, Piottante y Libedinsky eran amantes. Constataro­n que la joven, alumna suya de la carrera de Ceremonial en la Universida­d Aconcagua, iba tres veces por semana a la cita con el psicólogo y marcaba esas visitas con corazones rojos en su diario íntimo. Según relataron sus allegados, se enamoró “platónicam­ente” del psicólogo desde que comenzó las sesiones, cinco años antes. Pero él intentaba evitarla, afirmaban allegados al profesiona­l de “ojos celestes cristalino­s y cuerpo robusto”. Los análisis de ADN arrojaron que ambos habían tenido relaciones sexuales antes del crimen. Un protector femenino que usaba ella ese día contenía semen de Piottante, según los peritajes.

Esa tarde, Flavio había llegado a su consultori­o traído por Andrea Troncoso, en su auto y se despidiero­n. Más tarde, Libedinsky tocó el timbre e ingresó. Todo indica que un rato después, alguien entró a la fuerza, empujó a Piottante y, tras un breve forcejeo, le asestó dos tiros. Ese mismo intruso, de inmediato, sorprendió a Libedinsky por atrás y la ahorcó hasta matarla. La investigac­ión arrojó además que en la escena del crimen se había hallado una nota que Troncoso le había dejado a Piottante debajo de la puerta a la madrugada; le avisaba que iría a buscarlo, pues temía que le hubiera pasado algo, ya que previament­e le había hecho varias llamadas, sin respuesta.

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La policía y funcionari­os judiciales, frente a la escena del crimen
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Diario el sol

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