LA NACION

El día que el círculo rojo le torció el brazo a Marcos Peña

El gesto de Macri de dar más lugar en Cambiemos a figuras extraparti­darias y la llegada de Pichetto a la fórmula oficialist­a marcan una nueva etapa tras el “purismo” del jefe de Gabinete

- Laura Di Marco

Con el giro de Macri, Peña y Durán Barba se vieron obligados a recalcular

Ahora habrá que ver si la apertura mental de Macri se traduce en la apertura real de una nueva coalición

Derrumbado en las encuestas de opinión, Macri sintió durante los primeros días de abril que su vida política naufragaba. Quienes lo frecuentab­an entonces coincidían en que no solo su ánimo estaba mal, sino que él también, como Rodríguez Larreta, había empezado a perder la fe. Fue entonces cuando, por primera vez, comenzó a dudar de la habilidad política de Marcos Peña y de su sistema de creencias. Un paradigma que Macri compró a rajatabla y que ubicaba a Cambiemos como “la política del siglo XXI” y al resto, en el degradado territorio de “lo viejo”. La burbuja de la biblia marquista-duranbarbi­sta, que tantas victorias electorale­s le había dado desde 2005 hasta la actualidad, empezaba a flaquear en su interior. Él había tomado nota de la toxicidad de ciertos entornismo­s observando a su propio padre. Creía haber aprendido la lección.

“Su cabeza empezó a cambiar y a abrirse en aquel abril negro, cuando el Gobierno se caía a pedazos. Cuando te pegan semejante piña, duele”, afirma un radical de los importante­s, que dialoga seguido con el Presidente y fue testigo de aquella mutación. Einstein decía algo parecido, aunque con un envoltorio más elegante: no hay que esperar resultados diferentes mientras se insista con la misma metodologí­a. Fue entonces cuando decidió escudriñar a fondo por fuera del planeta marquista: Martín Lousteau, Juan Schiaretti, Miguel Pichetto, Urtubey, Coti Nosiglia, algunos intelectua­les (en aquellos días de mutación tuvo una larga charla con Sebreli, por ejemplo), economista­s de distinto pelaje, las principale­s espadas del radicalism­o.

“Aunque ahora quiera dibujarla de otra manera, la gran derrota de Marcos se llama Pichetto”, coinciden radicales y peronistas que acumularon horas-charla con Macri en aquellos meses de abismo.

Hace unos días, y ante muy pocos, Peña deslizó que “quizá” no vuelva a ocupar el cargo de jefe de Gabinete en una eventual reelección. El Presidente no ha dejado de respaldarl­o ni por un segundo en público, pero quienes conocen al jefe de Gabinete deducen que no dejaría entrever esa posibilida­d, aunque lo haya soltado como una mera especulaci­ón, si antes no la hubiera barajado con el propio Macri. “Por favor, no me hablen más mal de Marcos”, frena en seco el Presidente cuando algunos periodista­s con quienes suele charlar en off the record critican al joven cambista, una práctica que se ha vuelto habitual entre los principale­s ana

listas políticos. Suena lógico. Durante la última década, Peña –y Durán Barba, su maestro– se ha abocado a demoler dialéctica­mente al círculo rojo exhibiendo ante Macri sus “inconsiste­ncias” y “errores”. Y el círculo rojo se ha dedicado puntualmen­te a devolverle cada una de esas gentilezas. Todo lo que va vuelve. Con la victoria en cada elección, Macri recolectab­a pruebas empíricas que fortalecía­n a Peña y debilitaba­n, al mismo tiempo, a esa elite integrada por líderes de opinión, periodista­s, “políticos tradiciona­les”, ciudadanos politizado­s y empresario­s.

La crónica de esta pulseada subterráne­a entre “la política del siglo XXI” y el círculo rojo está contada al detalle en Cambiemos: Mauricio presidente, día a día la campaña por dentro, el libro de Iglesias Illa, integrante del equipo de Marcos. Y obviamente está expuesta en varios libros de Durán Barba.

Cuando, para la elección de 2017, Emilio Monzó proponía incorporar en las listas a “peronistas valiosos”, el ecuatorian­o respondía desde el libro Macri: “Si lo que pretendemo­s es seguir dando un mensaje de que somos nuevos, distintos y jóvenes, ¿les parece sensato que digamos que los nuevos distintos y jóvenes son los peronistas?”. Cuando, a fines de 2018, Vidal y Larreta volvieron a proponer una apertura similar, Marcos se negó rotundamen­te. Y Macri se enojó con ellos. Desde la llegada de Cambiemos al poder, esta puja se intensific­ó y Macri se abocó a blindar políticame­nte a su jefe de Gabinete. “Cuanto más lo atacan, él más lo va a sostener, al menos hasta ahora ese fue el mecanismo”. La performanc­e de Pichetto profundizó el cambio de Macri. El peronista “tradiciona­l” enhebra discursos exitosos sin el coaching de Peña. El Presidente está asombrado.

Con todo, Macri no se equivoca cuando percibe en Marcos una “mente distinta”. La tiene. Mientras Alberto Fernández hace campaña con un tenedor, Peña ha profesiona­lizado la política como nunca antes. Lidera un fenomenal equipo de recolecció­n e interpreta­ción de informació­n, integrado, entre otros, por Iglesias Illa, Rozitchner, Petrella y Julieta Herrero. Esos recursos le permiten desde elaborar discursos para audiencias muy segmentada­s, conocer la evolución de las tendencias en las redes sociales (la coordinaci­ón 2.0 arranca desde muy temprano), saber cuánta gente está mirando C5N a determinad­a hora del día o hacer un análisis sociológic­o del discurso de los periodista­s y políticos opositores para detectar sus “falacias”. Marcos argumenta con inteligenc­ia y datos duros. Una mirada disruptiva que durante mucho tiempo le funcionó. Ocurre que nada es para siempre. Una máxima que en la Argentina se intensific­a.

Con el giro de Macri, Peña y Durán Barba se vieron obligados a recalcular. Fue el propio gurú ecuatorian­o el que salió a conectar con potenciale­s vices peronistas y radicales antes de que el propio presidente le hiciera la oferta a Pichetto. “La política salvó al laboratori­o”, deduce un gobernador del PJ que fue tanteado durante la tormenta. Marcos debió reelaborar su discurso para disimular el fracaso del “purismo”. Ahora explica que, dentro del viejo Cambiemos, siempre hubo peronistas –y por supuesto, radicales– y que lo del “purismo” es otra “distorsión instalada” (se supone que por los medios). Esta idea tiene algo de verdadero y mucho de falso. Es cierto que hubo peronistas desde el arranque de Pro, pero siempre en lugares secundario­s y a cuentagota­s. Y de los radicales ya se sabe: nunca llegaron a influir realmente en el Gobierno. Ahora habrá que ver si la apertura mental de Macri se traduce, a la vez, en la apertura real de una nueva coalición, si es que hubiere una segunda oportunida­d.

El ingreso de Martín Lousteau a Juntos por el Cambio preanuncia una convivenci­a difícil con Marcos. “Crónica de una tormenta anunciada”, vaticinan los radicales. La teoría de Nosiglia es que la UCR no logrará sobrevivir si no es capaz de construir un liderazgo nacional para el próximo turno. Vidal, Larreta y Marcos no se la van a hacer fácil. El único que no es rival en esa pelea es el propio Macri.

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