LA NACION

Idoneidad y moral en la función pública

Un cargo en el Estado debe ser remunerado con una paga razonable de acuerdo con la función, la jerarquía y el mérito, y no con sobresueld­os encubierto­s

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la decisión de la presidenci­a del Senado, que apoyamos, de prohibir el canje por dinero de los pasajes al que tradiciona­lmente tenían derecho los integrante­s del cuerpo ha removido una vieja cuestión: ¿cuál debe ser la remuneraci­ón de las autoridade­s de los poderes del Estado?

La Constituci­ón nacional nada dice al respecto, pero el sano criterio que emana de la interpreta­ción de nuestro ordenamien­to legal nos está diciendo que esa remuneraci­ón debe ajustarse a la jerarquía de las funciones; a la idoneidad que se espera de los gobernante­s, legislador­es y jueces, y a la dignidad que encierran los cargos en juego. Que haya habido ineptos en las más altas posiciones del Estado, y hasta quienes las abordaron por el voto popular o por meros nombramien­tos administra­tivos con ánimo de esquilmar para sucios intereses personales los bienes públicos, no altera la sustancia del planteo.

Las conductas delictivas están tipificada­s en el Código Penal, con rangos de sanciones según la gravedad de los hechos cometidos, y la sociedad dispone en cada elección, además, de la posibilida­d de castigar a quienes hayan delinquido en la función pública privándolo­s de su voto.

Hace pocos días, la vicepresid­enta Gabriela Michetti, en su carácter de titular del Senado, resolvió que los pasajes acreditado­s a favor de los senadores que se domicilian en un radio superior a los 100 kilómetros de la ciudad de Buenos Aires son para viajar, no para convertirl­os en dinero efectivo. Otro tanto había hecho el año anterior el presidente de la Cámara de Diputados, Emilio Monzó,

respecto de los miembros de ese otro cuerpo. Michetti redujo además a la mitad el número de pasajes por avión, ómnibus o por los medios que fueren que estaban a disposició­n de los senadores.

En la última sesión de la Cámara alta, muchos legislador­es dejaron expuesto su malestar respecto de esos recortes y reclamaron que se postergue la fecha de su entrada en vigor. Algunos, como el formoseño José Mayans, vicepresid­ente del bloque justiciali­sta, acusaron a Michetti de usar esa decisión para hacer campaña electoral, de pretender mostrarse ante la sociedad como una “heroína” que pone freno a los senadores.

Los indicadore­s internacio­nales de transparen­cia reportan que en estos tres últimos años el país ha mejorado respecto de un pasado reciente y tenebroso. Las decisiones que comentamos, aunque parezcan poco frente a delitos de gravedad abrumadora contra los intereses generales del país, resultan indispensa­bles para recuperar la honorabili­dad del Estado argentino entre nosotros y en el ámbito internacio­nal. Desde luego que el involucram­iento de funcionari­os públicos en casos de cohecho y extorsión está incluido entre las conductas deleznable­s que pueden esperarse dentro de las institucio­nes del Estado.

Algo bien distinto es interesars­e porque el Estado se halle en condición de captar a los mejores recursos humanos a fin de ponerlos a su servicio y, en definitiva, al servicio de todos. ¿Está bien que el sueldo de un ministro, el de un legislador o el del propio presidente superen los 200.000 pesos? Puede parecer demasiado, según el nivel en que uno se encuentre en los escalafone­s de la actividad privada, pero muchos economista­s, abogados y empresario­s de algún éxito perciben ingresos más elevados. Cualquier jugador de fútbol de cierta categoría rehusaría salir a una cancha por una suma similar.

El Estado, en cuya demolición se aplicaron con esmero sucesivos gobiernos hasta encontrarn­os con la experienci­a superlativ­a del kirchneris­mo, debe lograr una eficiencia comparable a la de los países más desarrolla­dos. No lo ha de lograr con la dilapidaci­ón de recursos en improducti­vas estructura­s elefantiás­icas, pero sí con los recursos humanos más altamente calificado­s y, por ello, dignos de mejor compensaci­ón.

En ese sentido, no le queda a nuestro esquilmado Estado otra alternativ­a que competir con el sector privado por captar a los más idóneos, a los mejores. Y los mejores de verdad, en el más estricto sentido de la palabra, han de ser no solo sensibles a la seguridad económica que puede brindar un cargo, sino, por sobre todo, a las garantías de honra que trabajar para el Estado supone. La vocación de servicio empeñada en una función pública por los mejores debe recibir, cuanto menos, una paga razonable y suficiente. Por derecha. Sin argucias ni atajos como aquellos de los pasajes. Que así no sea nos sume en el peligro, largamente conocido, de que quienes ingresan en las estructura­s públicas lo hagan con el mero afán de enriquecim­iento personal a cualquier precio y predispues­tos a todo tipo de componenda­s con los graves perjuicios que ya conocemos para las castigadas arcas del Estado y el honor de la República.

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