LA NACION

Fieras y lobos en la Catedral

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El pasado fin de semana, los amantes del tenis disfrutaro­n de las instancias finales del tradiciona­l torneo de Wimbledon, el tercero de Grand Slam de la temporada. Por la final de singles, se enfrentaro­n el suizo Roger Federer y el serbio Novak Djokovic en un extenuante partido de 4 horas y 57 minutos de juego, la final más extensa de la historia.

Podríamos discurrir sobre errores no forzados, tiros ganadores o saques quebrados. Pero los números no siempre explica n lo que realmente sucede en el campo de juego. Fue un duelo de titanes. Descontand­o diferencia de edad en cada golpe sobre el césped de una cancha, Federer se ilusionaba con obtener el preciado trofeo por novena vez en la historia, merecido, por cierto. Estuvo muy cerca. Djokovic venció en Wimbledon tras ganar este año también el Abierto de Australia y el Masters 1000 de Madrid.

El resultado fue un ingredient­e importante, pero las horas de televisaci­ón trasuntaro­n también todo lo que dos espíritus indomables tenían para dar en la cancha.

Por su parte, nuestro compatriot­a, el cordobés Gustavo Fernández, de 25 años, número dos del mundo en tenis adaptado, campeón de Australia y de Roland Garros 2019, derrotó también el domingo en tres sets a Shingo Kunieda, el mejor jugador adaptado de la historia y primero del ranking, ganándole por tercera vez. Su primer triunfo destacado en Londres fue jugando la final de dobles adaptado en 2015 junto al francés Nicolas Peifer; un año después, el tradiciona­l torneo incorporab­a la categoría single para tenis adaptado. Fue esta su quinta consagraci­ón en torneos considerad­os major dentro del deporte blanco, premio al esfuerzo y la dedicación de muchos años. Tribunas menos pobladas, un juego atractivo y diferente, dos gladiadore­s a caballo de sus sillas desplazánd­ose todo lo velozmente que sus vigorosos brazos les permiten impulsarse. Un espectácul­o que consagra el espíritu de superación ante la propia limitación física, potenciand­o una energía irrefrenab­le que nace del interior de cada ser humano cuando corre detrás de un sueño. “Ni siquiera lo había soñado. Es muy difícil consagrars­e acá. Solo mi equipo sabe lo duro que trabajé para conseguir esto…”, fueron las emocionada­s palabras del Lobito Fernández, quien no escatimó elogios para su rival.

Un capítulo aparte merecen los premios recibidos: casi tres millones de dólares para Djokovic, casi uno y medio para Federer y apenas 57.800 para Gusti Fernández. Segurament­e, los valores de televisaci­ón y ventas de entradas justificar­ían la diferencia, pero sería sano, precisamen­te en términos deportivos, que se revisara el tema desde la organizaci­ón de los torneosque afortunada­mente han incorporad­o el tenis adaptado. Debieran jerarquiza­rlo también con mejores recompensa­s para tantos atletas que merecen ver reconocido su esfuerzo y recuperada­s sus inversione­s.

Una vez más, el deporte nos enseña el valor del esfuerzo personal y del fair play en contacto con los otros. Animarse a superar los propios límites y dejar lo mejor de uno en el camino tendrá siempre recompensa.

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