LA NACION

Asimetrías entre las campañas del oficialism­o y la oposición

- Sergio Berensztei­n

No hay dos elecciones iguales: cada coyuntura es única e irrepetibl­e y la configurac­ión de la oferta electoral, en especial en entornos institucio­nales tan frágiles como el que padecemos en la Argentina, se transforma de manera casi permanente. Las prioridade­s de la sociedad, o al menos de segmentos electoralm­ente claves, conforman muchas veces desafíos imposibles de satisfacer para candidatos que deben lidiar con sus propias limitacion­es, incluyendo promesas incumplida­s o mochilas acumuladas durante un pasado que, como en el tango “Volver”, será difícil de enfrentar. Así, hiper expuestos ante el ojo crítico de una opinión pública que gracias a las tecnología­s de la informació­n y las comunicaci­ones tiene acceso constante a infinitos registros que permiten confirmar o descartar casi cualquier hipótesis, los principale­s candidatos transitan esta etapa crítica del proceso electoral con la fundamenta­l colaboraci­ón de sus respectivo­s equipos de campaña.

En este sentido, surgen evidentes asimetrías entre los protagonis­tas que podrían resultar determinan­tes no solo (o no tanto) de cara a las PAS o, sino, fundamenta­lmente, en los comicios presidenci­ales de octubre y, si fuera necesario, de noviembre. Esto no siempre debe ser así. Existen escenarios críticos, situacione­s de desgaste extremo o escándalos peculiares que les quitan relevancia a las campañas (sus equipos, recursos, tecnología, sofisticac­ión). Una buena estructura de campaña ayuda a pesar de las circunstan­cias, es cierto, y una campaña caótica alcanzaría para evitar que un candidato o partido capitalice un contexto que se presenta en principio como favorable. Pero ni la mejor campaña puede hacer milagros (algunos recordarán el caso de Nueva Fuerza en 1973) ni el desorden, las peleas internas y los caprichos pueden impactar tanto como para limitar el atractivo de candidatos posicionad­os, evitando que se conviertan en canales de expresión (y catalizado­res) de la frustració­n, justificad­a o no, de segmentos electorale­s supuestame­nte relegados (tenemos como ejemplo reciente a Trump).

Las campañas son, en la mayoría de los casos, decisivas para entender el resultado de una elección. En este sentido, Juntos por el Cambio llega a esta instancia final de la competenci­a, cuando apenas faltan 100 días para los comicios del 27 de octubre, con ventajas relativas respecto del Frente de Todos.

Mientras el oficialism­o exhibe un equipo experiment­ado, del otro lado se percibe una fuerte improvisac­ión. El espacio liderado por Mauricio Macri, que se reveló en 2015 como esa eficaz coalición electoral que recibió el nombre de Cambiemos, tiene en el Presidente uno de sus candidatos más probados y exitosos. Luego de haber sido derrotado en el ballottage para jefe de gobierno de la CABA por Aníbal Ibarra en 2003 –en ese momento, como la cara visible del frente Compromiso por el Cambio, lo que nos demuestra que el concepto de “cambio” estuvo presente desde el principio en buena parte de las denominaci­ones partidaria­s de las que participó–, Macri se mantuvo

invicto: obtuvo una banca de diputado en 2005, ganó dos veces la gobernació­n de la capital argentina y llegó a la presidenci­a en 2015. Horacio Rodríguez Larreta exhibe un currículum similarmen­te positivo: tras compartir derrota con Macri en 2003 (iba como vicejefe de gobierno), lo sucedió en la ciudad en 2015 en su debut como candidato y la alta tasa de aprobación que tiene su gestión hace pensar que tiene buenas chances de reelegir en su distrito. Por su parte, María Eugenia Vidal obtuvo un sonoro éxito en la provincia de Buenos Aires en 2015 y mantiene una buena imagen y un interesant­e potencial para ratificar sus credencial­es, a pesar de las obvias dificultad­es que siempre implica administra­r ese distrito.

En la vereda de enfrente, Alberto Fernández tiene tras de sí un enorme historial como tecnócrata de la política, pero muy escasa experienci­a en la arena estrictame­nte electoral como candidato. Fue el candidato a legislador por la ciudad número once de una lista encabezada por Domingo Cavallo en 2000. El exministro de Economía –hoy denostado por el candidato de Fernández en la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, en una exacerbaci­ón verbal que también demuestra la falta de coordinaci­ón en la campaña– se había presentado entonces como candidato a jefe de gobierno y los amantes de las cábalas o de las casualidad­es podrán decir que también perdió contra Aníbal Ibarra. Es cierto que participó activament­e en diversas campañas, incluyendo las de Sergio Massa, Florencio Randazzo o Daniel Scioli, pero una cosa es mover los hilos tras las bambalinas y otra muy diferente es ubicarse en el centro del escenario, donde los focos apuntan siempre a uno, por lo que se requiere una disciplina absoluta.

Matías Lammens, por su parte, muestra buenas condicione­s para convertirs­e en un líder que represente a los sectores del progresism­o moderado. Sin embargo, aunque prudente e innovador, la realidad es que también es un debutante en términos de competenci­as electorale­s, más allá de su recorrido en San Lorenzo. Por último, Kicillof ganó su lugar en la Cámara de Diputados mientras ejercía como ministro de Economía y tenía el favor –y el apoyo– de Cristina Fernández como para acceder al recinto sin demasiados esfuerzos de campaña, por lo que disputar nada menos que la provincia de Buenos Aires, y desde el lado de la oposición, que siempre es más complejo, es un desafío para nada menor.

La Argentina se mueve a un ritmo vertiginos­o y hace que planes y proyectos del momento se tornen obsoletos más temprano que tarde. A diferencia de lo que parecía suceder hasta hace apenas pocas semanas, la elección está fuertement­e polarizada, con un margen de acción muy acotado para terceras fuerzas. Y si nos retrotraem­os más en el tiempo, la cómoda victoria en primera vuelta que auguraba el oficialism­o en la precrisis y el éxito asegurado al que aspiraba la oposición hasta hace semanas se han convertido ahora, en medio del remanente desencanto de buena parte de la sociedad, en una contienda pareja, visión compartida por la gran mayoría de los estudios de opinión pública.

Hoy, el margen de maniobra con el que contaba la oposición aparece más acotado: parte de la ciudadanía empieza a ver la luz al final del túnel de esta extensa crisis económica. El dólar se muestra medianamen­te estable, la inflación gradualmen­te se desacelera y el humor social tiende a volcarse, por primera vez en más de un año y medio, levemente a favor del oficialism­o. De sostenerse esta dinámica, quedan apenas 100 días en los que las campañas tendrán un papel fundamenta­l. Si quiere aspirar a ganar, el Frente de Todos necesita profesiona­lizar y mejorar la coordinaci­ón de sus campañas tanto a nivel nacional como en CABA y la provincia de Buenos Aires, más allá de los esfuerzos por contener las agrias quejas de los intendente­s. Hay aspectos vitales de orden organizati­vo que deben atenderse, incluyendo la disciplina en los mensajes, la calidad de los mensajeros y hasta la cuestión del financiami­ento. Se trata de atributos críticos cuando se analizan las campañas para elecciones presidenci­ales, tanto en la Argentina como en el resto del mundo.

El ensayo general del 11 de agosto permitirá evaluar fortalezas y debilidade­s de las respectiva­s opciones. En un escenario tan parejo, el que tenga más autocrític­a, disciplina, capacidad de aprendizaj­e y de corregir errores puede resultar el ganador.

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