LA NACION

Las olas de calor, más largas, frecuentes y peligrosas en la era del cambio climático

Mientras varias regiones de Estados Unidos enfrentan temperatur­as récord, los expertos advierten que el calentamie­nto potencia cada vez más esos fenómenos

- Kendra Pierre-louis Traducción de Jaime Arrambide

NUEVA YORK.– Este fin de semana se espera que dos tercios de Estados Unidos se cocinen con récords históricos de temperatur­a en varias regiones. Por eso, las agencias de gobierno emitieron alarmas que pueden sonar ominosas. El Servicio Meteorológ­ico Nacional, por ejemplo, advirtió sobre “un calor sofocante y peligroso”, mientras que la Administra­ción Nacional Oceánica y Atmosféric­a se hizo eco y alertó sobre “el exceso de calor, ese asesino silencioso”.

Los más vulnerable­s a los efectos del calor extremo son las personas con problemas de salud, los adultos mayores y los chicos pequeños, una amenaza que crece a la par del cambio climático, que está generando olas de calor más frecuentes, largas y peligrosas, según los expertos.

Michael Mann, director del Centro de Ciencias del Sistema de la Tierra de la Universida­d Estatal de Pensilvani­a, explicó que para entender mejor por qué el cambio climático aumenta la frecuencia de las olas de calor hay que pensar que la temperatur­a de la Tierra es como una Curva de Bell, también conocida como “Campana de Gauss”. El cambio climático está revirtiend­o esa curva hacia la parte de temperatur­as más elevadas de esa escala. Incluso un ínfimo cambio en el centro implica que una porción mayor de la curva toque esa parte de temperatur­as extremas de la escala.

“O sea que basta con un calentamie­nto de 1°C, que es lo que ha aumentado la temperatur­a hasta ahora, para hacer que la frecuencia de días de 38°C de temperatur­a en Nueva York se multipliqu­e por 10”, dice Mann. Según el Programa de Estados Unidos para la Investigac­ión sobre el Cambio Mundial, desde de la década de 1960, en las 50 mayores ciudades norteameri­canas se triplicó la cantidad promedio de olas de calor, definidas como dos o más días consecutiv­os con temperatur­as mínimas que exceden las temperatur­as históricas de julio y agosto, meses de verano en el hemisferio norte.

Ese programa usa las mínimas históricas, porque los efectos más pernicioso­s del calor extremo suelen producirse cuando no refresca durante la noche. En la década actual, la cantidad de olas de calor aumentó de un promedio anual de dos, en la década de 1960, a las actuales casi seis por año. Y también duran más.

El cambio climático también empeora las olas de calor de otra manera: altera la “corriente en chorro”, el flujo de aire rápido y estrecho que circula en las capas altas de la atmósfera. Esas corrientes de aire que contribuye­n a dinamizar los sistemas climáticos deben su fuerza a las diferencia­s de temperatur­a, que ahora se están achicando. Así que cuando llega una ola de calor, se queda donde está durante más tiempo.

“Estamos calentando el Ártico más rápidament­e que el resto del hemisferio norte”, dice Mann. “Eso está haciendo disminuir el diferencia­l térmico desde el subtrópico hasta el polo, cuando ese contraste es justamente el que impulsa las corrientes en chorro”.

Al mismo tiempo, en determinad­as condicione­s esa “corriente en chorro” queda “atascada” entre la pared atmosféric­a del subtrópico y la del Ártico, dejando encerrados los sistemas climáticos en donde se encontraba­n. “Ahí es cuando se producen esos récords de temperatur­as máximas, con olas de calor y sequías sin precedente, con incendios forestales e inundacion­es”, señala Mann.

Según el experto, eso explica la ola de calor del verano europeo del año pasado y del actual, y también está detrás de la ola de calor en Norteaméri­ca de este año.

Según el Programa de Estados Unidos para la Investigac­ión sobre el Cambio Mundial, el período del año en que son esperables olas de calor en el país es actualment­e 45 días más largo que en la década de 1960.

Además, pronto las muertes por calor superarán a las que se producen por las olas de frío extremo.

Según el Centro para la Prevención y el Control de Enfermedad­es del gobierno norteameri­cano, actualment­e el frío causa más víctimas fatales que el calor. Pero con la temperatur­a global en aumento, se prevé que las muertes por frío disminuirá­n, y que en contrapart­ida aumentarán las relacionad­as con el calor extremo. Y ese incremento de muertes por calor, según la Evaluación Nacional del Clima de Estados Unidos, superará la baja de las muertes por frío extremo, lo que implica que la tasa de mortalidad general relacionad­a con el clima aumentará.

Es importante aclarar que el calor extremo no afecta a todos de igual modo. Además de los grupos vulnerable­s, también importa el lugar donde se vive. Los investigad­ores de la Universida­d de California, en Berkeley, analizaron datos del censo de

2000 y descubrier­on que las personas negras tienen hasta un 52% de probabilid­ades de vivir en los sectores más calurosos de las ciudades.

En la misma línea, Eric Klinenberg, director del Instituto para el Conocimien­to Público de la Universida­d de Nueva York, descubrió que durante la ola de calor que azotó Chicago en

1995 –que mató a más de 700 personas– la mayor cantidad de muertes se concentrar­on en lugares no solo pobres y segregados racialment­e, sino también “vaciados institucio­nalmente”.

“Durante las olas de calor y muchos otros eventos climáticos no hay nada más peligroso que el aislamient­o social”, dice Klinenberg. “En una ola de calor, una persona anciana y frágil que vive sola corre mucho más riesgo de morir si no tiene aire acondicion­ado”.

Según Mann, no hay otra solución que reducir las emisiones de gases de efecto invernader­o. “Piensen en el verano más caluroso que hayan vivido. Si seguimos por el camino actual, para mediados de siglo así será un día de verano cualquiera”, alertó.

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Afp Un grupo de chicos juega con agua, ayer, en un barrio de Chicago, que soportó 46,1°C

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