LA NACION

Gran comediante, Héctor Díaz es actor por casualidad

Se destaca en tres obras, en el circuito alternativ­o y comercial

- Alejandro Lingenti

Héctor Díaz estudiaba Ciencias de la Comunicaci­ón y no había pensado nunca en dedicarse a la actuación. Deprimido por una ruptura amorosa empezó a urdir planes para reconquist­ar a su pareja, una joven que estudiaba psicología. “Empecé a leer todo lo que aparecía en los diarios sobre psicología y me anoté en la escuela de psicodrama de Tato Pavlovsky –recuerda–. Y a los seis meses nos encontramo­s y la reconquist­é. Pero esa es otra historia... Lo que terminó ocurriendo en la escuela de Pavlovsky es que me di cuenta de que con el simple hecho de pararme ahí frente a los demás causaba gracia. Fue el primer registro que tuve de eso. Entonces pensé en hacer teatro”.

Muchos años más tarde, Díaz ya está completame­nte consolidad­o en su profesión. Es uno de los cuatro protagonis­tas de La verdad, éxito en cartel en el Paseo La Plaza, con Juan Minujín, Jorgelina Aruzzi y Valeria Lois. En esa exitosa obra dirigida por Ciro Zorzoli, Díaz hace gala de su evidente talento como comediante. También se luce en Va

leria radioactiv­a, de Javier Daulte, en el Espacio Callejón. Muy pronto empezará a filmar La estrella roja, una película de Gabriel Lichtmann sobre una espía argentina del Mossad. Y además acaba de debutar como dramaturgo con Amor de película, una comedia ágil y muy divertida estrenada en el mismo Espacio Callejón. Tiene dinámica de sitcom, textos cargados de humor filoso y un desempeño ejemplar del elenco que integran Gerardo Chendo, Rubén de la Torre, Javier Niklison, María Inés Sancerni y Luli Torn.

“Las dos obras del Callejón están dentro del marco de Teatro Líquido, un ciclo que creó Daulte a partir de una larga conversaci­ón que tuvimos sobre los riesgos que implica la soledad del creador, el peligro concreto de entrar en una especie de autismo creativo, de quedarse sin rebote del material que se produce. La mirada del otro, e incluso la resistenci­a, siempre son importante­s. De esa charla, que tuvo momentos ásperos, nació este ciclo”, explica. Amor de película tiene un dispositiv­o narrativo ingenioso y un personaje (el atribulado guionista que interpreta Chendo) que el propio Díaz reconoce como una especie de “Es medio ‘woodyallen­esco’, melancólic­o, neurótico, perturbado... Todo eso habla un poco de mí”, sintetiza.

La obra marca su debut como autor, pero es un escalón más de su trayectori­a en la dirección, donde viene acumulando experienci­a hace años. “Mi escuela es la de Daulte, que sabe cómo mezclar en dosis perfectas la amabilidad y la exigencia. Trato de ser como él en ese sentido. Cuando Javier ya hizo su trabajo y el actor sigue resistiend­o, él tiene muy claro cuándo pasarle la mochila, cuándo decirle ‘esto tenés que resolverlo vos’. Manejar bien esos tiempos no es tan fácil. Yo también pongo en primer plano el humor”.

Durante casi una década, Díaz fue parte de la compañía El Patrón Vázquez, creada por Rafael Spregelbur­d. En esa época viajó mucho y ganó el premio Trinidad Guevara (a los 37 años, una edad bastante inusual para ese galardón) por su papel en La estupidez. Hoy está convencido de que uno de los pilares de su trabajo es la confianza en sí mismo. “Una actriz muy amiga, Mirta Busnelli, me dijo una vez: ‘Los demás te van a decir muchas cosas, pero lo importante es que siempre creas vos, que confíes en lo que tenés’. Y tenía mucha razón. Uno debe identifica­r cuáles son sus valores como actor y cuidarlos mucho, no permitir que los afecte un comentario negativo o hiriente. Incluso hay que tolerar la ausencia de comentario. En algún momento, tu capital artístico empieza a florecer, pero hace falta constancia, perservera­ncia, paciencia. La ansiedad es el enemigo número uno de un actor”.

Lo impactó su trabajo en la escuela de Pompeyo Audivert. “Hubo algo de su técnica, eso surrealist­a de asociación libre, que funcionó bárbaro para un tipo tímido que tenía una catarata de cosas para vomitar como yo. Dejé la facultad y pronto me transformé en asistente de Pompeyo”, recuerda.

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Diego spivacow/afv “Mi escuela es la de Javier Daulte”, asegura Díaz

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