LA NACION

Alberto, escudo humano de la candidata ausente

- Por Héctor M. Guyot

Piedra libre para Cristina Kirchner, oculta detrás de las contradicc­iones de su atribulado y solitario candidato. Esto, que resulta evidente, es algo que Alberto Fernández no parece dispuesto a reconocer. Ella está allí, agazapada, pero a él se lo ve empecinado en mostrarse como un candidato por derecho propio, sin pasado, virginal. Y se enoja cuando no es considerad­o de esta forma.

Luego de las críticas que recibió por las incoherenc­ias de su discurso, Fernández, ofendido, dijo que la prensa lo maltrata. Y, como para confirmar su percepción errada del lugar que ocupa, criticó las preguntas que los periodista­s le hacen sobre su compañera de fórmula. “Cuando me preguntan por cosas que hacen otros me cae muy mal. Me parecen preguntas poco honestas”, dijo por radio esta semana.

Fueron años armando campañas para otros. Ahora es protagonis­ta. Tal vez crea que llegó su hora. Pero en estas elecciones surrealist­as, donde muchas cosas no son lo que parecen, la expresiden­ta es un fantasma omnipresen­te, como el sol: aunque no la veamos, siempre está. Pocas veces una ausencia pesó tanto. Cristina quiere recuperar el poder que tuvo y en verdad es ella la que está haciendo campaña. ¿Cómo? De la única forma en que puede hacerlo: a través de un vicario.

Muy pocas veces la expresiden­ta dio una entrevista a un periodista independie­nte. No es su estilo. No lo tolera. Difícil olvidar cuando impugnó las preguntas de un correspons­al extranjero con su célebre “bad informatio­n”. Ella no dialoga. Le gusta dar cátedra a través de largos monólogos. Desplegar el relato. Para eso necesita dominar la escena, estar en el centro del poder. No es esta, precisamen­te, su realidad actual. Puede recrear sus días de gloria en las presentaci­ones de su libro, donde juega de local y se rodea de su hinchada. Fuera de ese ámbito, a la intemperie, ante las preguntas de la prensa independie­nte, y sobre todo ante los requerimie­ntos de la Justicia, no tiene argumentos. No tiene respuestas para preguntas concretas sobre los hechos de corrupción que se ventilan en los tribunales. Por eso no habla. Por eso calla. La exposición la perdería. Se sabe: sumaría votos para el oficialism­o.

Pero Cristina está en campaña. La dirige desde las sombras, escondida detrás de Fernández, que aunque no lo quiera habla por ella. Se ha dicho del candidato a presidente del Frente para Todos que es el testaferro político de la expresiden­ta. Algunos lo pintan como una suerte de Chirolita, cuyos gestos son digitados desde arriba. Pero Fernández,

primero en la fórmula, es ante todo un escudo humano detrás del cual la ex presidenta se refugió. Ella lo puso allí para que le ataje los golpes. Y en esta pelea contra los hechos de la realidad, tan consustanc­ial al kirchneris­mo, los golpes son duros. Fernández, que tomó el guante tentado por el caramelo que le vendieron, debería haberlo sabido. Es tarde para lamentos.

“En Cristina Kirchner, la política es el arte de presentar en palabras la realidad que a ella le conviene”. Lo dijo el propio Fernández en un artículo publicado en este diario en enero de 2015. Buena definición de la expresiden­ta. Con 13 procesamie­ntos y su palabra devaluada, Cristina delegó esa tarea en él y se ocultó detrás. Pero incluso ausente ocupa mucho espacio y le complica la vida a su candidato, que además, como ella, tiene baja tolerancia a las preguntas, aunque menos talento para doblegar a la realidad con palabras.

La candidata ausente solo interviene de modo virtual, en tuits donde sus mensajes incorpóreo­s aparecen divorciado­s de su voz. Y siempre para

Cristina está en campaña. La dirige escondida detrás de Fernández, que aunque no lo quiera habla por ella

insistir en lo mismo, como señaló Hernán Capiello el martes: que las causas de corrupción en las que está procesada son el resultado de una persecució­n judicial que obedece a motivos políticos. Ese es su desvelo. También el de Fernández, los intelectua­les, exfunciona­rios e intendente­s que la defienden. Entre estos últimos, el de San Antonio de Areco, Francisco Durañona, que esta semana insistió en que a partir del 10 de diciembre, si el Frente de Todos gana las elecciones, “hay que hacer una profunda reforma judicial”. Es el mismo que dijo que los miembros de la Corte Suprema de Justicia tienen que ser militantes del kirchneris­mo. Claro, quizá sea la única forma de que acaben los desvelos de la jefa.

Pero, ¿qué pasará el 10 de diciembre si el kirchneris­mo se impone? Por lo que se vió hasta ahora, en ese caso Fernández, el primero, tomará el bastón de mando con las dos manos. Y Fernández, la segunda, le agradecerá los servicios prestados y le recordará que ella nació para ser primera. Habrá llegado, para los dos, el momento de la verdad. Y lo mismo para el país y sus habitantes.

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