LA NACION

Tres destinos para saborear

- RODOLFO REICH

Qué placer, esa sensación de subirse al auto en un día soleado de invierno, apuntar hacia el sudoeste de la provincia de Buenos Aires y recorrer un horizonte de campo, entre cultivos de cereales, estancias arboladas y ganado disperso. Es un viaje corto, hora y media o dos de manejo tranquilo. Saliendo de mañana, se llega en horario ideal para estirar las piernas, visitar las plazas históricas, recorrer una antigua estación de tren y culminar en el ansiado almuerzo. Un paseo familiar, para ir y volver en el día; o, mejor aún, para dormir allá y disfrutar del aire silencioso del turismo rural. Todo esto ofrecen Uribelarre­a (a 86 km de CABA), Lobos (103 km) y Navarro

(130 km), tres destinos hilvanados, repletos de sabores deliciosos.

Uribelarre­a es bien conocido: desde hace años viene realizando un prolijo márketing gastronómi­co, con apenas 1300 habitantes que dan vida a restaurant­es, pulperías, parrillas y casas de té. Hay para elegir, con calidades diversas. La esquina de Macedonio ofrece carnes al asado y pastas caseras; ahí nomás La Uribeña produce su propia cerveza; más allá está el Palenque, una construcci­ón de casi 130 años de historia; y el favorito personal, la esquina de Pueblo Escondido, donde proveerse de quesos y charcuterí­a casera. Todo sin olvidar Valle de Goñi, un tambo caprino donde merendar con un perfecto dulce de leche de cabra; y la escuela agrotécnic­a salesiana Don Bosco, con producción de quesos, huevos de campo y dulces.

Si Uribelarre­a es bucólico, Lobos une campo con modernidad. Las afueras de la ciudad muestran paisajes pacíficos dominados por la laguna; el centro en cambio vive una renovación gastronómi­ca, con hamburgues­erías, cervecería­s y varios restaurant­es. En Lobos hay actividad: paracaidis­mo, pesca, golf, polo; también se puede visitar la casa donde nació Juan Domingo Perón. Quien busque comer rico, tiene dos opciones ineludible­s: en 12 Servilleta­s, la dupla de Ernesto Oldemburg y Carolina Mendoza abre su casa con un menú de cuatro pasos para los sábados a la noche (en vacaciones suman algunos mediodías, reservas en exclusiva por sus redes: @12serville­taslobos). Utilizando productos locales (cordero, quesos, incluso vinos Don Atilio, de Uribelarre­a), podrá haber unos perfectos ravioles de ricota y nuez con hongos de pino, un goulash con spätzle o un lomo al vino tinto, entre más opciones. Todo muy sabroso, en un ambiente donde dan ganas de quedarse charlando hasta altas horas de la noche. Otro gran punto de la ciudad es Cantina Villapican­te, un lugar que es pura alegría, con paredes grafiteada­s, mucha madera y manteles de colores intensos, que apuestan a pescados y mariscos frescos. Muchos van por el pulpo a la gallega o a la plancha, otros por los pescados enteros, varios más por los langostino­s o la generosa milanesa de surubí. Dato: la pareja a cargo, Andrea y Gonzalo, trabajaron antes en las playas de Cerñana deña, en Italia, donde se enamoraron de los sabores del mar.

El tercer destino de este plan gastronómi­co está a unos 30 kilómetros de distancia: la ciudad de Navarro, con su laguna en un borde y una calma pueblerina. Precursora en el turismo de la zona es La Lechuza, uno de esos restaurant­es de campo donde pasar el día completo. Pero la mejor cocina se consigue en Don Julio, lugar que se define como “campero mediterrán­eo”. Su creador, Nicolás Minetti, se dedicó a los fuegos en Alicante, España; y de vuelta en sus pagos decidió unir todo lo aprendido. La casa de ladrillos es acogedora, con paredes repletas de frascos de chutneys y conservas. Para comer, el mix va desde un tremendo bife de chorizo con papas a la provenzal, huevos fritos, aros de cebolla y chimichurr­i a la provoleta con tomates asados, jamón crudo, albahaca y aceitunas negras, pasando el papillote de besugo relleno de verduras asadas y papas confit.

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