LA NACION

Desconexió­n baby friendly

- VICKY GUAZZONE DI PASSALACQU­A

Ya había estado de pasada algunas veces, y siempre me había llamado atención su belleza sorpresiva. Esa sensación de estar viendo la ruta llana y de pronto empezar a notar pequeñas crestas en el horizonte, que un poco más adelante se convierten en sierras hechas y derechas y te hacen sentir a años luz de la ciudad. Es que Tandil es así: apenas a 370 kilómetros de Buenos Aires, resulta un lugar perfecto para el descanso y la desconexió­n, reemplazan­do rascacielo­s y tráfico por paisajes escarpados y profusión de verde.

Decía que ya había estado antes, pero me terminé de enamorar en diciembre del año pasado. Fue el lugar elegido para pasar fin de año con mi familia, que incluye una beba de un año y una dachshund (salchicha) mini. Y para quienes piensan que viajar con perro + bebé es difícil, les cuento que Tandil nos lo hizo bastante fácil. No solo hay varios hoteles que aceptan a ambos, sino que hay muchos programas para hacer al aire libre entre todos. Por ejemplo, la subida al imponente Monte Calvario -se dice que es el tercer Vía Crucis en importanci­a del mundo-, la visita al Cerro Centinela, la caminata a la (réplica de la) Piedra Movediza, las excursione­s en el Valle del Picapedrer­o, la ida al Parque Independen­cia y su Castillo Morisco, las múltiples opciones deportivas en el Dique y Lago del Fuerte, entre muchas otras actividade­s.

¿Qué más tiene Tandil que lo hace la escapada perfecta? Es amable, es rico, es lindo. Me explayo: su gente tiene vocación de servicio y un excelente trato, haciendo que hasta pedir indicacion­es sea agradable. Entienden que el turismo es una gran fuente de su economía, y así lo honran. Luego, su cocina casera es variada y muy sabrosa (recomiendo enfáticame­nte pasar por Tierra de Azafranes y Fauna al Sereno) y además es una reconocida factoría de salames y salamines, quesos y conservas. Lo cual me lleva a mi último punto: la belleza más perfecta de esta ciudad puede encontrars­e llevando una nutrida picada a cualquiera de sus varios miradores, que permiten verla en su esplendor y en total paz, armoniosa en su contraste entre edificació­n y naturaleza. Les prometo que (sea por la comida o por la vista) hasta los chicos estarán en silencio.

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