LA NACION

Salir de pesca, pero sin caña

- ALEJANDRO BOGADO

Salir de pesca con amigos, ese es un buen plan, pero mejor aún si no hace falta llevar nada más que las ganas de pasarla bien. Esa es la propuesta de Charly y Rodrigo (www.facebook.com/pescaembar­cadorodrig­o), nuestros guías de pesca embarcada en Mar del Plata, que a nuestro arribo, alrededor de las 20 del sábado, nos esperaban con un asado en la previa a la salida. Esa hospitalid­ad de llegar y encontrars­e con la mesa lista es similar a la que experiment­amos al día siguiente, cuando a las 7 de la mañana partamos rumbo a embarcarno­s –haciendo una necesaria escala técnica para aprovision­arnos de medialunas– en las inmediacio­nes del Torreón del Monje.

La embarcació­n que nos espera es imponente: casi 9 metros de eslora y dos motores enormes. Y, lo más importante, desde lejos se podía apreciar el equipo de pesca preparado para los ocho como mástiles flameando en el semirrígid­o. Es una gran ventaja la de no llevar nada de nada, porque para los pescadores –experiment­ados o no– nos ofrece la posibilida­d de salir sin apuro, con la seguridad de no olvidar la carnada, la tanza, los anzuelos ni ningún otro capricho de pescador. Están las ganas de pasarla bien y como único equipaje la mochila que cada uno trajo con lo esencial para una salida de finde.

Una vez adentro del mar la experienci­a es placentera. Dos kilómetros de la costa parecen dos cuadras, pero una vez que el timonel pone proa al sur la cosa cambia. Los motores parecen un reloj suizo, el zumbido del viento no deja apreciar que nos estamos alejando de la costa, lo que se nota una vez que se tira el ancla a 17 kilómetros. Parece mucho, pero al ver la ciudad de fondo hace que uno no sienta estar tan lejos. Comienza la pesca y al minuto engancha uno, al minuto y medio otro, y así es hasta que el cardumen que está debajo nuestro se mueve de lugar. Probamos a distintas profundida­des: primero al fondo, unos 20 metros, y luego se va acotando hasta encontrar al otro cardumen. Así se van llenando los cajones hasta llegar a seis colmados de pesca variada: anchoas de banco, besugos y algunas corvinas.

Tras casi tres horas de pesca los cuerpos, el cansancio físico comienza a hacerse evidente. Se pone proa al torreón y es ahí cuando uno piensa en los manjares que esperan con tanto pescado camino a casa. Tocamos playa: los guías nos indican que es hora de limpiar y enfriar el pescado.

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