Naturaleza y un ambiente cool
Entre los secretos mejor guardados de la Costa Atlántica, sobre la Ruta 11, está Chapadmalal. A veces olvidado por el circuito turístico tradicional, aunque bien famoso por sus acantilados y sus olas, este poblado se materializa 15 kilómetros al sur del faro Punta Mogotes, ahí donde las construcciones empiezan a mermar y el paisaje se torna más abierto. La visual del mar en el horizonte, interrumpida solo por acantilados impresionantes, es el escenario de entrada a Chapadmalal, el destino que elegimos con mis amigos para una escapada de fin de semana. Al llegar, algo sucede. Es como automático: las revoluciones bajan, la respiración se acompasa y la sonrisa nos inunda la cara.
Quizás hayan sido los surfers los primeros en poner en boca del circuito joven las coordenadas de este místico destino. Lo cierto es que cada vez son más los que llegan acá buscando un lugar para conectar con la naturaleza y el mar. Incluso creció la población permanente del lugar, impulsada por quienes se instalaron en pos de un estilo de vida más tranquilo. Y con ellos surgió una nueva movida gastronómica y hotelera.
Fiel a su estilo descontracturado y perfil bajo, Chapa tiene su restaurant a puertas cerradas. Para ir a Lo de López hay que prender el GPS y reservar con anticipación, pues son pocas las mesas en lo de Alejandro, que abre su casa para agasajarnos con pescados y mariscos alucinantes. Una vez allí, todo es disfrute. Buen ambiente y manjares caseros hacen de este restó una elección perfecta para darse una panzada con amigos. La Olita, a pocos metros del balneario Luna Roja, también está muy alineado con la energía de la zona. Con ambiente familiar y frente al mar, ofrece alojamiento y una cocina con platos del día, menú a la carta y cerveza artesanal de elaboración propia. Además, es un espacio donde encuentran su lugar bandas en vivo, clases de yoga y talleres de alimentación consciente.
Para los amantes de las tablas, no hace falta aclarar que Playa Chapadmalal es un surf point en sí mismo. Pero la magia de este lugar trasciende la calidad de sus olas. Siempre se puede estacionar el auto en un acantilado (no apto para quienes sufren de vértigo) y ver el sol caer con un mate en mano. Y si vas con un grupo de amigos timbero como el mío, seguramente todo gire en torno a las cartas.
Una joyita que pocos conocen es la playa que está justo antes de La Paloma (yendo hacia Mar del Plata). Ahí donde la calle Los Pescadores muere en el mar, se deja el auto y se baja a pie por un cañadón de tierra. Se llega a una playita de arena con acantilados en primer plano y privacidad total (o el lugar ideal para jugar un partido de Crapette). A esta playa escondida nos llevó un amigo y, aunque quizás no sea tan secreta y probablemente tenga un nombre mucho más oficial, para nosotros siempre será La Playa de Urraca.