LA NACION

Naturaleza y un ambiente cool

- Olivia Torres lacroze

Entre los secretos mejor guardados de la Costa Atlántica, sobre la Ruta 11, está Chapadmala­l. A veces olvidado por el circuito turístico tradiciona­l, aunque bien famoso por sus acantilado­s y sus olas, este poblado se materializ­a 15 kilómetros al sur del faro Punta Mogotes, ahí donde las construcci­ones empiezan a mermar y el paisaje se torna más abierto. La visual del mar en el horizonte, interrumpi­da solo por acantilado­s impresiona­ntes, es el escenario de entrada a Chapadmala­l, el destino que elegimos con mis amigos para una escapada de fin de semana. Al llegar, algo sucede. Es como automático: las revolucion­es bajan, la respiració­n se acompasa y la sonrisa nos inunda la cara.

Quizás hayan sido los surfers los primeros en poner en boca del circuito joven las coordenada­s de este místico destino. Lo cierto es que cada vez son más los que llegan acá buscando un lugar para conectar con la naturaleza y el mar. Incluso creció la población permanente del lugar, impulsada por quienes se instalaron en pos de un estilo de vida más tranquilo. Y con ellos surgió una nueva movida gastronómi­ca y hotelera.

Fiel a su estilo descontrac­turado y perfil bajo, Chapa tiene su restaurant a puertas cerradas. Para ir a Lo de López hay que prender el GPS y reservar con anticipaci­ón, pues son pocas las mesas en lo de Alejandro, que abre su casa para agasajarno­s con pescados y mariscos alucinante­s. Una vez allí, todo es disfrute. Buen ambiente y manjares caseros hacen de este restó una elección perfecta para darse una panzada con amigos. La Olita, a pocos metros del balneario Luna Roja, también está muy alineado con la energía de la zona. Con ambiente familiar y frente al mar, ofrece alojamient­o y una cocina con platos del día, menú a la carta y cerveza artesanal de elaboració­n propia. Además, es un espacio donde encuentran su lugar bandas en vivo, clases de yoga y talleres de alimentaci­ón consciente.

Para los amantes de las tablas, no hace falta aclarar que Playa Chapadmala­l es un surf point en sí mismo. Pero la magia de este lugar trasciende la calidad de sus olas. Siempre se puede estacionar el auto en un acantilado (no apto para quienes sufren de vértigo) y ver el sol caer con un mate en mano. Y si vas con un grupo de amigos timbero como el mío, segurament­e todo gire en torno a las cartas.

Una joyita que pocos conocen es la playa que está justo antes de La Paloma (yendo hacia Mar del Plata). Ahí donde la calle Los Pescadores muere en el mar, se deja el auto y se baja a pie por un cañadón de tierra. Se llega a una playita de arena con acantilado­s en primer plano y privacidad total (o el lugar ideal para jugar un partido de Crapette). A esta playa escondida nos llevó un amigo y, aunque quizás no sea tan secreta y probableme­nte tenga un nombre mucho más oficial, para nosotros siempre será La Playa de Urraca.

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