LA NACION

Un ski week comprimido

- luis corbacho

No tenía ni tiempo ni ganas de tomarme un vuelo largo. No quería gastar mucho, pero necesitaba cambiar de país, de gente, de paisaje, de marcas, de compras. Además, me encanta esquiar, pero no me dio para un ski week completo y me pareció raro andar toda la semana solo entre las pistas. Porque sí, este viaje me lo planteé para estar solo, para tener una escapada conmigo mismo.

Busqué ofertas en el teléfono, algo que me empuje a viajar, hasta que me apareció un vuelo directo a Santiago de Chile saliendo a las ocho de la mañana de Ezeiza. Un horario cruel, aunque el precio estaba regalado. Puse click en comprar, casi sin detenerme a pensar en los detalles, y sentí esa pequeña adrenalina de cuando sacamos un pasaje de manera inesperada.

El madrugón fue espantoso pero valió la pena, pues a las diez de la mala estaba haciendo mi check in en un hotel boutique (el NH) de Vitacura, la zona más convenient­e en términos estéticos y de cercanías de Santiago. Dejé mis cosas tiradas en la cama y bajé a Casacostan­era, un mall con marcas de lujo y opciones accesibles. Desayuné ahí mismo, en el bistró Millefleur, y realmente me sentí en París. Después, me puse a comprar de manera furiosa, y para desquitarm­e por las cosas que no conseguí en ese shopping me fui al Costanera Mall, una opción mucho más grande donde te podés pasar horas en el H&M más completo de la región.

A las dos de la tarde me junté con una amiga chilena almorzar en La Vinoteca, porque todo el mundo me hablaba de lo genial que era ese lugar. Probé el menú desgustaci­ón de seis pasos maridados con doce vinos, y fui feliz. Después dormí la siesta, anduve en monopatín eléctrico por las calles tranquilas de Vitacura y para la noche reservé una mesa en Boragó, el restaurant­e número 27 entre los 50 mejores del mundo. Googleen Boragó, realmente hay que ir.

El día siguiente me lo pasé esquiando en Valle Nevado sin abandonar mi hotel en Santiago, porque allá todo es cerca. El tercer día fue más turístico y cultural: visité el famoso cerro Santa Lucía y saqué fotos desde el funicular, tomé un café en Altura y conversé con los mejores baristas de la ciudad, y terminé en el Centro Gabriela Mistral con su inmensa bibliteca y salas de exposicion­es. A la noche comí con otro amigo en Sotovocce (una reversión chilena del clásico argentino), justo abajo de mi hotel.

Al mediodía siguiente tuve que irme al aeropuerto, porque mi vuelo inesperado y en sale partía a la una de la tarde. ¿Que si me quedó algo por hacer? La respuesta es no.

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