LA NACION

Santos Vega, ese arquetipo del payador que se volvió mito

- Roque A. Sanguinett­i

El Martín Ferro, poema máximo, reivindicó al gaucho, que anteriorme­nte era casi sinónimo de malhechor. Hoy el gaucho es emblema del paisano argentino, y si decimos “gauchada” estamos pensando en un acto generoso.

Pero hubo otros arquetipos, principalm­ente Santos Vega el payador, “aquel de la larga fama”, que quizás haya tenido existencia real y se volvió mito. Según una tradición oral Santos Vega habría payado dos o tres noches con un negro, bajo un gran árbol en lo que hoy es la calle Montevideo entre Sarmiento y Corrientes de Buenos Aires, y otra dice que habría muerto en la estancia de Sáenz Valiente, próxima a la Boca del Tuyú.

Bartolomé Mitre, que creía en su existencia verdadera, con solo 17 años dio a conocer en 1838 la historia del payador en una elegía que más tarde fue modificand­o. De allí son estos versos: “Cantando de pago en pago/ y venciendo payadores/ entre todos los cantores/ fuiste aclamado el mejor;/ pero al fin caíste vencido/ en un duelo de armonías,/ después de payar dos días;/ y moriste de dolor”. En 1851 Hilario Ascasubi publica su poema “Santos Vega o Los mellizos de La Flor”. Ahí Santos Vega actúa como narrador de una historia que emociona a sus oyentes. El poema comienza con el encuentro de dos gauchos y con estas palabras: “El más viejo se llamaba/ Santos Vega el payador, / gaucho el más concertado­r/ que en ese tiempo privaba/ de escribido y de lector”. Este poema muy largo y poco leído tiene altibajos, pero pasajes admirables como la incomparab­le descripció­n del malón. Y Eduardo Gutiérrez, el autor de Juan Moreira, escribe en 1880 su novela “Santos Vega”.

Son todos antecedent­es. Pero quien le dio su verdadera fama fue Rafael Obligado, “el poeta nacional”, quien en 1885, también muy joven, publicó su libro “Poesías” donde incluía el poema “Santos Vega” que después amplió.

Según él mismo relata, cuando era chico debieron guarecerse en el rancho de un viejo puestero, quien contó que si en noche nublada se colgaba la guitarra en el crucero de un pozo, el alma de Santos Vega la hacía sonar. Y allí nació su interés por el personaje.

El hermoso poema tiene cuatro cantos y sus versos han quedado en la memoria de los argentinos. Evoca el modo de vida del paisano, su nobleza, y describe con intensidad la belleza de la pampa. Y al final Santos Vega paya con un misterioso gaucho llamado Juan Sin Ropa. Este personaje es símbolo del progreso que avanzaba sobre las antiguas costumbres, y el poema cuenta: “Como en mágico espejismo/ mil ciudades el desierto/ levantaba de sí mismo./ Y a la par que en el abismo/ una edad se desmorona,/ al conjuro, en la ancha zona/ derramábas­e la Europa/ que sin duda Juan Sin Ropa/ era la ciencia en persona”. Santos Vega reconoce su derrota, que es la de la Argentina antigua, y dice: “Santos Vega se va a hundir/ en lo inmenso de los llanos…/ ¡Lo han vencido! ¡Llegó, hermanos,/ el momento de morir!” Muere, y a la vez Juan Sin Ropa se convierte en serpiente y desaparece, porque resulta ser el propio demonio.

Misteriosa metáfora, porque si bien Obligado muestra admiración por el progreso, al mismo tiempo profetiza su parte extrañamen­te negativa. Tal vez porque él sentía esa nostalgia que también menciona en otro poema: “¡Oh sencillez antigua y bienhechor­a, salud un tiempo de los patrios lares!...”

Un dilema que aún hoy podría tener lugar.

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Mariana araujo El arte de la payada sigue vigente

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