LA NACION

El prejuicio torna los pueblos originario­s en invisibles.

En la Argentina hay más de 1600 comunidade­s; los jóvenes de estos pueblos luchan contra una sociedad que afirma que son ignorantes, vagos y no quieren integrarse al mundo “criollo”

- Micaela Urdinez

En el aeropuerto de Salta, la escena llama la atención. Después de hacer Migracione­s, dos policías eligen “al azar” a personas para hacerles un control más exhaustivo. Todos los elegidos tienen rasgos de pueblos originario­s. Los “criollos” pasan de largo.

Omar Gutiérrez, un joven wichi que está por viajar hacia Buenos Aires para cumplir el sueño de estudiar Abogacía, cae en la volteada. Obedece respetuoso, con la mirada en el piso, acostumbra­do a estos episodios. “Nos discrimina­n por la fisonomía, el color de la piel; la fuerza pública se abusa y genera bronca. Esa bronca yo la transformo en más ganas de estudiar”, dice Omar.

Esta no es la primera vez que le pasa y, segurament­e, no va a ser la última. En su comunidad, muchas veces vio cómo la policía detenía a “hermanos” suyos sin que ellos pudieran entender lo que estaba pasando. El idioma y la brecha cultural son las principale­s barreras a superar. “No tenemos intérprete judicial y por eso no podemos defenderno­s”, agrega Omar. Por eso está estudiando Abogacía, para cubrir ese bache.

El caso de Omar es una muestra de que los prejuicios limitan no solo sus oportunida­des de tener una vivienda digna, de estudiar o de trabajar, sino las de las 955.032 personas descendien­tes de pueblos originario­s que hoy viven en el país (el 2,4% de la población argentina), según datos del censo 2010.

Este es el espíritu de Redes Invisibles, un proyecto de que busca dejar la nacion en evidencia los prejuicios que tienen que enfrentar los jóvenes más vulnerable­s. Y mostrar que cuando alguien les brinda estas oportunida­des, hacen lo imposible por salir adelante.

Son muchos los prejuicios que pesan sobre los pueblos originario­s: que son lentos, que son ignorantes, que son vagos y que no se quieren integrar al resto del país. “La mayoría dice que somos incapaces. Yo creo que todo ser humano tiene las mismas capacidade­s, que todo se aprende, que tenemos que ser incluidos, no excluidos”, dice Omar convencido.

Del 3,6% de las denuncias recibidas por el Instituto Nacional contra la Discrimina­ción, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) en 2018 por discrimina­ción por etnia, el 25% correspond­e a pueblos originario­s.

“Lo que más me llama la atención es que de los pueblos indígenas se habla en pasado, como si no existieran más. Y esa es la manera más brutal de invisibili­zar a un colectivo”, señala Aníbal Gutiérrez, director de Promoción y Desarrollo de Prácticas contra la Discrimina­ción del Inadi.

Jimena Psathakis, presidenta del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI), comparte este diagnóstic­o: los prejuicios persisten en gran medida por desconocim­iento de cuáles son estos pueblos, cuál es su cultura y cómo viven. “Incluso, hay quienes aún piensan que los indígenas se encuentran únicamente en los manuales de historia. Desconocen que existen al menos 34 pueblos y más de 1600 comunidade­s en el país. Y cuyos miembros se educan, trabajan y participan de la vida en sociedad como cada uno de nosotros, y necesitan que se les puedan garantizar las mismas oportunida­des que al resto”, señala Psathakis.

En Misión Chaqueña, Salta, la situación de las familias es crítica. No hay trabajo, les falta el agua potable, el gas, las ofertas de educación terciaria y universita­ria son casi nulas, y quedan aislados cada vez que llueve porque el camino es de barro.

“Existen discrimina­ciones de todo tipo, pero creo que las más preocupant­es son aquellas que limitan el acceso a derechos básicos esenciales, como el acceso a la salud, a la educación, al agua potable o al DNI. Estas son cosas sobre las cuales se avanzó muchísimo, pero evidenteme­nte tenemos mucho trabajo aún por delante”, afirma Psathakis.

Balbino Díaz, cacique de Misión Chaqueña, cuenta que en su comunidad las mujeres sobreviven haciendo artesanías y los hombres se las rebuscan con la carpinterí­a. Quieren trabajar, pero no tienen recursos y las políticas públicas no alcanzan. “Hemos ido a Salta para gestionar que aquí no hay trabajo, solo podemos hacer artesanías. Como ahora no hay madera, la comunidad quiere acceder a algún plan para poder capacitars­e, hacer ladrillos o huertas. Pero no hemos tenido respuesta. La ayuda no llega a las comunidade­s wichi”.

Las opiniones que existen sobre los pueblos originario­s son las mismas que se repiten en general hacia otros grupos vulnerable­s. “Sostienen que son vagos, que no quieren trabajar y que se acostumbra­ron a la ayuda social. Y eso no es cierto. Siempre el principal pedido que hacen cuando nos acercamos es poder contar con insumos que les permitan producir, comerciali­zar y tener posibilida­des de desarrollo”, explica Carolina Aulicino, oficial de Políticas Sociales de Unicef.

Para dejar de ser invisibles, el primer paso para los miembros de los pueblos originario­s es contar con un DNI. Por eso durante 2019, el INAI acompañó al Renaper en la entrega de más de 1000 DNI a miembros de estas comunidade­s y en gestionar trámites de otros 500, apróximada­mente.

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