LA NACION

Dos países en pugna, en un final dramático

Las encuestas exhiben una tendencia a la paridad; también que a Fernández y a Macri cada vez les cuesta más sumar votos; es el reflejo de una sociedad partida

- Jorge liotti

Cuando faltan apenas tres semanas para las PASO, la campaña electoral parece condenada a una evidente pobreza conceptual, pero al mismo tiempo expuesta a un notable despliegue estratégic­o. Tiene cierta lógica. La polarizaci­ón actúa como un marco de referencia general que facilita el discurso y simplifica los mensajes. El maniqueísm­o del “nosotros o ellos” no requiere mucha explicació­n. Si hasta simula el lenguaje de la Guerra Fría, con Miguel Pichetto calificand­o a Axel Kicillof de “comunista” y Cristina Kirchner apelando a escenas de la película Good Bye

Lenin para decir que ella es más capitalist­a que Mauricio Macri. Claro, se enfrentan, pero ninguno quiere estar del lado de los rusos.

En este contexto, las encuestas siguen marcando hoy una ventaja de Alberto Fernández, pero con una tendencia a emparejars­e. Es producto del repunte de Macri, quien entre mayo y julio tuvo sus primeros 100 días de crecimient­o sostenido desde su pico a fin de 2017. El promedio de más de una decena de sondeos ubica esa diferencia en torno de los 4 puntos, aunque hay consultora­s importante­s, como Isonomía, que ya hablan de un empate.

El Gobierno logró instalar la percepción de que quizá su ciclo no está terminado, como parecía hace unos meses. Y esa es la clave que define esta elección. En gran medida lo logró porque ahora pareció domesticar la inflación y el dólar. La correlació­n es directa: en abril, el 17% decía que Macri podría controlar la suba de precios y hoy esa cifra subió a 38%. Del mismo modo en abril, el 20% aprobaba la gestión de gobierno y hoy lo hace el 39%.

Los dos candidatos principale­s acumulan cerca de un 80% de la intención total de votos, si se proyectan indecisos, casi 10 puntos más que en las últimas elecciones. Esto quiere decir que además de la fuerte paridad, ya hay pocos lugares de dónde sumar. Por eso a partir de ahora, lo que empieza a verse es una cristaliza­ción de las cifras y la dificultad para crecer de las dos fórmulas. En esta interpreta­ción se debe tener en cuenta que prácticame­nte no hay trasvasami­ento de electores entre ellos, y que Roberto Lavagna, el extercero en discordia, ya está en un piso que promedia los 10 puntos y no tiene mucho más para ceder. El trabajo de Isonomía actúa como ejemplo: así como hoy marca un empate en 35 puntos, cuando indaga sobre el ballottage también registra un escenario de paridad. El fracking ya llegó a la roca dura.

Tal como está planteado el escenario, la elección se va a definir por detalles. Es como la escena de

Match Point, de Woody Allen: la pelota puede caer de un lado o del otro de la red. Los encuestado­res no hacen más que pulir sus mecanismos de proyección de indecisos. Por ejemplo, la consultora Opinaia realizó un ejercicio de análisis estadístic­o que permite comparar todas

las respuestas de los encuestado­s independie­ntemente de a quién dicen que votarán. Así determinó que el 8% de los que manifiesta­n la voluntad de votar a Lavagna podrían hacerlo por Macri, lo mismo que el 14% que afirma que apoyará a José Luis Espert; mientras que el 15% de los votantes de Nicolás Del Caño podrían acompañar a Alberto Fernández. Pero no solo se afinan los mecanismos de big data. Tan ajustado está todo, que en el oficialism­o evaluaron la posibilida­d de que los adultos mayores –que no están obligados a sufragar, pero que en su mayoría respaldan a Cambiemos– tuvieran urnas separadas para que pudieran agilizar el trámite, un auténtico incordio impractica­ble a esta altura. Hasta el pronóstico meteorológ­ico del domingo 11 de agosto es parte del análisis. Unas PASO sin internas no son un gran atractivo para los ciudadanos más perezosos, un segmento que suele acompañar al oficialism­o.

Segmentar versus generaliza­r

En el búnker de Cambiemos y en el de Frente de Todos coinciden en que la elección se define con los votantes del medio. Lectura básica de la hiperpolar­ización. Allí están Pichetto, Lousteau, Alberto, Lammens y otros con mensajes dirigidos al mundo libre. Por eso Lousteau pudo compartir actividad esta semana con Rodríguez Larreta y criticar su política de salud y educación sin que al jefe de gobierno se le moviera un pelo. Por eso Lammens puede decir que no es kirchneris­ta y Fernández diferencia­rse del cristinism­o sin que La Cámpora salga a lapidarlos. Hay que mostrarse amplios y moderados.

Pero en lo estratégic­o hay una diferencia sustancial. La Casa Rosada apuesta a la hipersegme­ntación mientras el peronismo mantiene una concepción generalist­a de la campaña. También tiene lógica. El Gobierno carece de un gran relato exitoso, y por eso el único leitmotiv común en sus spots son las obras, que según las mediciones es el activo más valorado por más del 50%. En tanto la oposición se apalanca en la crisis económica, con números que muestran que más de dos tercios consideran negativa la gestión macrista en ese rubro.

El diseño de la campaña de Cambiemos es cada vez más sofisticad­o, no solo por su capacidad de procesamie­nto de datos, sino por una organizaci­ón que activa candidatos y mensajes como teclas en un tablero. La segmentaci­ón del mensaje llega hasta tal punto que, por ejemplo, esta semana Vidal le envió un mensaje por Whatsapp a un pequeño club de barrio bonaerense por su aniversari­o, pero además felicitó a un chico de ese club que recienteme­nte ganó un premio deportivo. Lo más parecido a una campaña on demand. Durán Barba para dummies: no importa el mensaje, la gente vota en base a sus emociones. Incluso el anuncio del servicio cívico voluntario fue producto de la medición que les indicó que los jóvenes son un segmento adverso para ellos, que quienes a esa edad no estudian ni trabajan son una preocupaci­ón para la clase media de Cambiemos y que la Gendarmerí­a es una de las institucio­nes con mayor nivel de aprobación.

Alberto Fernández, ahora con un jefe de campaña (Santiago Cafiero, nieto de Antonio e hijo de Juan Pablo), apuesta en primer lugar a su instalació­n como candidato (de allí su intenso recorrido por el interior y la cantidad de entrevista­s que brinda), y en segundo término a exhibir apoyo dirigencia­l. Esta semana se mostró con la CGT y con los intendente­s bonaerense­s, como la semana pasada lo hizo con los gobernador­es peronistas. Apunta a demostrar un esquema de poder propio, que le permita diferencia­rse del kirchneris­mo puro que tanto irritó a esos mismos sectores. Pero muchas veces esa gestualida­d política queda eclipsada por los puntos irresuelto­s de su discurso. Sus recurrente­s enojos cuando le preguntan por Cristina y la corrupción parecen minimizar un dato evidente: que ella es su compañera de fórmula y quien le ofreció ser candidato.

La grieta más profunda

Pero más allá de las estrategia­s que van a definir la recta final, hay otro dato que emerge con nitidez de las encuestas: la hiperpolar­ización electoral tiene un correlato social directo, que marca una fractura nítida entre dos concepcion­es del país. La grieta fue exacerbada por motivos políticos, pero tiene un sustento tangible. Un trabajo de la Universida­d de San Andrés permite predecir el voto con el cruce de tres variables: edad, situación económica y ubicación geográfica. El 59% de los que tienen más de 70 años aprueban el trabajo del Gobierno, pero solo lo hacen el 22% de los millennial­s. En el segmento socioeconó­mico ABC1, la gestión de Macri tiene el apoyo del 57%, aunque en la clase baja solo del 25%. Y en el centro del país la acompaña el 54%, mientras que en el Gran Buenos Aires la valida el 22%. El jesuita Rodrigo Zarazaga, uno de los mayores conocedore­s del conurbano bonaerense, ancla esos indicadore­s en el territorio: “Los segmentos de votantes se pueden identifica­r claramente entre quienes viven en las villas y quienes están en otras zonas; entre quienes trabajan en la formalidad y quienes son trabajador­es informales, y entre quienes reciben planes sociales y quienes deben solventarl­os. Sufrimos un

Big Bang social y vivimos en galaxias que se van separando”. Sabe muy bien de qué habla porque realizó un profundo estudio sobre el tema y tiene mapas de calor por municipios que grafican cómo, por ejemplo en Lanús (considerad­o un distrito promedio), toda la zona de las villas Caraza y Sapito votó en la última elección al peronismo/kirchneris­mo, y el área central que rodea a la estación de tren lo hizo por Cambiemos. La geografía electoral ya es casi una ciencia exacta.

Alejandro Katz define esta fractura con total contundenc­ia: “Los dos candidatos expresan países muy diferentes; reales, no imaginario­s. El oficialism­o refleja un país relativame­nte moderno, próspero, dinámico y abierto al mundo, y tiene una localizaci­ón geográfica precisa en el centro del país. Y el peronismo expresa las provincias pobres del norte y del sur, y los conurbanos de las grandes ciudades. Son dos países cada vez más distanciad­os, no solo por lo que representa­n hoy, sino como proyectos de sociedad, como formas de imaginar el futuro, como estructura de producción simbólica. Y el gran problema es que los actores políticos relevantes, en vez de entender cuál es el problema de quienes no representa­n, están diciendo que son una amenaza para ellos. Entonces cada sector percibe que el otro es una amenaza”.

La elección más dramática de las últimas décadas se empezará a definir pronto en base a estrategia­s y detalles. La reconstruc­ción de un país partido en dos será un proceso mucho más complejo, que aún no encontró indicios en la campaña.

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Fotos archivo
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