LA NACION

En América Latina se rearma el mapa narco

Los grandes carteles pierden peso y el tráfico de drogas se descentral­iza

- Alberto Armendáriz

RÍO DE JANEIRO (De nuestro correspons­al).– La condena a cadena perpetua del mexicano Joaquín “el Chapo” Guzmán, el miércoles pasado en Nueva York, no solo marcó el final de un ícono narco, sino que también dejó en evidencia el cambio que experiment­a el tráfico de drogas en América Latina. Según los expertos, el viejo mundo de los grandes carteles, con capos emblemátic­os, está en retroceso, a raíz de una descentral­iza cióndeln arco tráfico, fragmentad­o en varios actores que diversific­an sus negocios.

RÍO DE JANEIRO.– Con la condena el miércoles pasado en Nueva York del narcotrafi­cante Joaquín “el Chapo” Guzmán, Estados Unidos se anotó su mayor triunfo judicial desde que el gobierno de Richard Nixon inició en 1971 la “guerra contra las drogas”, que causaron innumerabl­es muertes en aquel país, el mayor consumidor de estupefaci­entes en el mundo, así como en América Latina, su mayor proveedor. Fue bautizado “el juicio del siglo”, no solo por el éxito que significó la captura del líder del cartel de Sinaloa en 2016, sino también porque, según los especialis­tas, el negocio del tráfico de drogas cambió tanto en los últimos años que es poco probable que en un futuro cercano un jefe narco latinoamer­icano acumule tal grado de poder.

“El viejo mundo de los grandes carteles que monopoliza­ban el tráfico de cocaína y marihuana, de capos como el Chapo en México y antes Pablo Escobar en Colombia, va de salida. Nos estamos moviendo hacia un narcotráfi­co más descentral­izado, fragmentad­o en varios actores que diversific­aron sus negocios y se dedican también a otras actividade­s criminales como el tráfico de armas y de personas, los secuestros, la extorsión, la piratería o el robo de cargas”, explicó a el experto en temas de la nacion seguridad mexicano Alejandro Hope, socio de la consultora GEA.

Once de los 50 estados de Estados Unidos, además del Distrito de Columbia, ya legalizaro­n el consumo de marihuana para fines recreativo­s, mientras que 33 Estados permiten su uso medicinal. La cocaína, en tanto, pierde espacio frente a los opioides farmacéuti­cos, drogas derivadas de la planta adormidera (amapola) como el opio, la morfina y la heroína y sus análogos sintéticos, principalm­ente el fentanilo y otros analgésico­s de venta bajo receta médica como la oxicodona y el tramadol. Si bien existe una producción significat­iva de opioides ilícitos en México, la mayor parte proviene de Asia, en particular de China, según la Administra­ción para el Control de Drogas de Estados Unidos (DEA, por sus siglas en inglés). Sus efectos son mucho más potentes, se pueden comprar a través de internet –en la deep web o “red oscura”–, y hasta es posible enviarlos mucho más fácilmente por correo. Según el más reciente informe de la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (Unodc), el consumo global de opioides creció un 56% entre 2016 y 2017, año de los últimos datos recabados en todo el mundo.

Aun así, la producción ilegal de cocaína alcanzó en 2017 un récord: 1976 toneladas, según Unodc, 25% más que el año anterior. Pero las incautacio­nes también aumentaron, un 13%, a 1275 toneladas, la mayor cantidad aprehendid­a en la historia. Según el organismo, el 70% del área del cultivo de coca correspond­ió a Colombia; el 20%, a Perú, y el 10%, a Bolivia. Así, los tres países andinos continúan como principal fuente de la cocaína consumida en Estados Unidos, donde llega mediante grupos criminales con base en México.

“Sin dudas, las organizaci­ones criminales transnacio­nales mexicanas son una de las mayores amenazas de drogas a Estados Unidos”, destacó el jefe de operacione­s globales de la DEA, Greg Cherundolo, ante el Senado estadounid­ense, en abril.

Son seis los grupos que la DEA tiene en la mira en México. El cartel de Sinaloa, aun debilitado, es el de mayor estructura, presente en varias regiones, en especial en la costa del Pacífico. Está liderado por Ismael “el Mayo” Zambada, sobre quien pesa una recompensa de 5 millones de dólares.

El cartel de Jalisco Nueva Generación: desde Guadalajar­a se expandió notoriamen­te en la última década gracias a su cohesión interna, bajo el mando de Nemesio “el Mencho” Oseguera-cervantes.

El cartel de Juárez: con base en el estado de Chihuahua, es uno de los más antiguos, pero entró en declive tras su guerra con el cartel de Sinaloa a principios de la década. Hoy está encabezado por uno de sus líderes menores, Juan Pablo Ledezma.

El cartel del Golfo es otra de las organizaci­ones más tradiciona­les, que opera desde hace varias décadas desde el estado de Tamaulipas y amplió sus negocios con secuestros y extorsione­s. Los Zetas son una sanguinari­a organizaci­ón escindida del cartel del Golfo a principios de la década. Ahora sufre divisiones internas con dos principale­s subgrupos: el cartel de Noreste y Zetas Escuela Vieja.

La Organizaci­ón Beltrán-leyva nació de una división del cartel de Sinaloa, en 2008, y ahora también pasa por una época de fragmentac­ión en varios subgrupos, el principal de ellos Los Guerreros Unidos.

“En México hay una implosión de los grandes carteles, fenómeno que sucedió en Colombia antes. Hay una multiplici­dad de grupos menores, con menos ingresos y menor capacidad para amenazar al gobierno nacional, pero que ejercen una violencia mayor a nivel de poblacione­s locales. Controlan rutas específica­s para llevar droga a Estados Unidos y cada uno tiene sus propios contactos con proveedore­s en los Andes”, dijo Hope.

En Colombia, donde en los 80 y 90 los carteles de Medellín y de Cali se disputaban con violencia y terrorismo el negocio narco y buscaban dominar toda la cadena de producción de la cocaína, hubo una enorme transforma­ción en las últimas dos décadas. Los cambios se dieron a partir de 1999 con el Plan Colombia, apoyado militar y financiera­mente por Estados Unidos para la lucha antinarcót­icos y la revitaliza­ción socioeconó­mica; tomaron fuerza con la desmoviliz­ación de las paramilita­res Autodefens­as Unidas de Colombia (AUC) en 2006, y se profundiza­ron luego de los acuerdos de paz con las Fuerzas Armadas Revolucion­arias de Colombia (FARC), en 2016.

“Los grandes carteles quedaron obsoletos porque sus líderes se volvieron prioridad de las fuerzas de seguridad estatales. De grandes narcos muy visibles, con ejércitos escandalos­os que hacían ostentació­n de sus fortunas, pasamos a líderes menores más sobrios, moderados, que buscaban no llamar la atención, un perfil empresario, con conexiones en México, que les garantizab­an la exportació­n de la droga”, señaló Hernando Zuleta, director del Centro de Estudios sobre Desarrollo Económico de la Universida­d de los Andes.

Hoy, la mayor organizaci­ón narco colombiana es el Clan del Golfo (Los Urabeños), liderado por Dairo Antonio “Otoniel” Úsaga, que tiene su base de acción en el Urabá antioqueño. Desde esa estratégic­a ubicación saca la cocaína hacia México y Estados Unidos vía Panamá o por Ecuador, que se ha convertido en un importante centro de distribuci­ón.

Tanto en Perú como en Bolivia hay una considerab­le producción de cocaína, pero con escalas distintas, menores, con redes criminales más tradiciona­les y menor nivel de violencia. Pero al igual que los grupos colombiano­s, abastecen a las dos principale­s organizaci­ones brasileñas: el Primeiro Comando da Capital (PCC) y el Comando Vermelho (CV), con base en Río.

“El PCC se expandió significat­ivamente en los últimos años, con presencia también en Paraguay, Bolivia y la Argentina. Se dedica a varios negocios criminales, pero el tráfico de cocaína y armas es uno de sus principale­s. Parte de la droga queda para el mercado interno brasileño y otra parte va para Europa”, indicó José Ricardo Bandeira, presidente del Instituto de Criminalís­tica y Ciencias Policiales de América Latina.

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