LA NACION

El desafío de adaptarse a otro idioma, ritmo y cultura

Durante el primer año en la universida­d, Omar se sintió un “fantasma”

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Lo básico (casa, comida y trabajo) para que pudiera irse a estudiar a Buenos Aires estaba resuelto. Omar Gutiérrez se tomó el primer avión en su vida, rumbo a Aeroparque, en septiembre de 2016.

El impacto fue brutal. la brecha culturaler­a tan grande que a él todo le costó–y le cuesta–el triple. O mares una mezcla des uid en ti dadwichi– tiene un tiempo natural propio, es tímido, se ríe tapándose la boca, tiene una enorme capacidad de escucha–y lo que está incorporan­do del mundo“criollo ”.

“Son dos mundos distintos. Nosotros hablamos bajito y todo lo hacemos en cámara lenta. Llegar a Buenos Aires fue como entrar a un selva. Todo pasa en cámara rápida. Fue un cambio brusco. Pero aguanté todo y sigo acá”, cuenta.

Lo más difícil es estar lejos de los suyos. En la cultura wichi la familia y la tradición son lo más importante. Omar solo puede volver a visitarlos una vez al año. “Es un sacrificio que se hace. Cada vez que vuelvo recargo las pilas para poder seguir luchando y estudiar”, dice Omar después de abrazar durante cinco minutos a su madre mientras se despide.

Durante el primer año de la facultad, le costó mucho poder seguir las clases. El castellano es su segundo idioma y tenía que traducir en su cabeza cada frase que le decían. Grababa las clases y las volvía a escuchar después más tranquilo en su casa. “Es un gran esfuerzo para mí manejarme en español. Termino agotado. Acá tenés que gritar porque si no, no te escucha nadie. Si sos introverti­do, sos un fantasma”, explica Omar.

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