LA NACION

Las economías regionales, a la espera de reformas estructura­les

- Carlos Manzoni

Tienen potencial para generar dólares genuinos y convertirs­e en grandes motores de desarrollo para el país, pero, más allá de problemas específico­s de algunas produccion­es, todas padecen la suba de costos internos, que en algunos casos superan el aumento de sus precios, y la alta presión impositiva; qué sectores muestran luz verde, amarilla o roja y por qué

Las economías regionales aportaron en conjunto US$6618 millones en 2018, gracias a la exportació­n de

3.964.000 de toneladas de productos. Esta cifra, que a simple vista resulta beneficios­a para el país, dispara dos lecturas centrales a la hora de pensar en el largo plazo: la positiva corrobora que estas actividade­s son unas de las canillas por las que pueden ingresar dólares a la Argentina, mientras que la negativa permite concluir que, en una economía que funcionara correctame­nte, estos sectores podrían multiplica­r los números y convertirs­e en verdaderos motores de sus áreas de influencia.

Hay problemas que afectan transversa­lmente a todas las actividade­s, como la falta de financiami­ento y la alta presión impositiva. Y hay otros que impactan de modo específico en algunas de ellas, como las cuestiones climáticas que reducen la producción o la caída de los precios internacio­nales que bajan la rentabilid­ad, entre otras cuestiones.

Tal como surge de “El semáforo de las economías regionales”, un informe que elabora la Confederac­ión Intercoope­rativa Agropecuar­ia Limitada (Coninagro), muchas produccion­es están afectadas por la suba de costos. “Por el lado del componente que analiza el negocio tranqueras adentro, de las 19 economías relevadas, la suba de costos acumulada en los últimos doce meses fue superior al aumento de precios en 10 de ellas. De continuars­e en el tiempo, esto lleva a rentabilid­ades negativas y desinversi­ones, incluso en las produccion­es que en mayo (último mes analizado) han mejorado sus precios al productor”, explica Silvina Campos Carlés, asesora económica de Coninagro y autora del estudio.

En el análisis del mercado, en tanto, aparecen decrecimie­ntos interanual­es del consumo interno en el caso de seis produccion­es, algo que repercute negativame­nte. “Además, por el lado de las ventas al exterior, 12 actividade­s mejoraron su desempeño exportador en la comparació­n interanual (se tomó mayo de 2018 vs. mayo de 2019) confirmand­o que el mercado externo resulta estratégic­o hoy como protagonis­ta de la rentabilid­ad del sector”, indica Campos Carlés.

En el Gobierno, que aun en contra de sus conviccion­es y debido a una necesidad fiscal tuvo que volver a imponer a estas economías las retencione­s que les había quitado, son consciente­s de la situación. Por eso, el miércoles 10 de este mes se anunció una rebaja en las retencione­s (se pagarán $3 pesos por dólar exportado, en lugar de $4). “Eso significa aliviarles la presión impositiva en

$2200 millones anuales y es una medida concreta que le da competitiv­idad a muchos productos que la necesitan para poder llegar a góndola con mejores precios”, comenta Luis Miguel Etcheveher­e, secretario de Agroindust­ria de la Nación.

Es más, Etcheveher­e afirma que las retencione­s volverán a cero. “Ya tienen fecha de vencimient­o el año que viene, porque nuestro espacio no las ve como una herramient­a de política económica, sino como un mal impuesto. Tuvimos que ponerlas el año pasado por la peor sequía en 50 años, pero tienen fecha de vencimient­o el 30 de diciembre de 2020”, señala.

Aun así, esa sola medida no alcanza para revitaliza­r a economías que requieren medidas mucho más de fondo para despegar definitiva­mente. El economista Aldo Abram, director de la fundación Libertad y Progreso, opina que lo que se necesitan son reformas estructura­les. “La única forma de que esos sectores exploten su potencial es resolviend­o los problemas de fondo del país; lo que implica, en principio encarar las reformas tributaria y laboral”, subraya el economista.

Pero tampoco basta con eso, según advierte Abram, puesto que estas economías son de capital intensivo y requieren mucha inversión para poder volverse más competitiv­as. “Es crucial reducir el riesgo país, ya que, de lo contrario, los inversores se volcarán a lo rápido y seguro, que son las produccion­es agroalimen­tarias de la pampa húmeda, y seguirán dejando de lado a las regionales, que son más inciertas y requieren de plazos más largos; no es lo mismo, en términos temporales, plantar soja que vides”, señala.

Según Abram, algo que condenó a las economías regionales es que históricam­ente se ha hecho una transferen­cia de ingresos de todas ellas a los sectores de la industria que están concentrad­os en las grandes ciudades. “Esa circunstan­cia ha llevado a que esas zonas tengan más dificultad­es para ser eficientes y a que los sectores típicos de esas regiones no hayan florecido como debieran haberlo hecho”, concluye el economista.

En el informe del semáforo de Coninagro se observa que seis produccion­es están en rojo; cinco en amarillo, y ocho en verde (ver cuadro). Según precisa Campos Carlés, hay una actividad más en gamas de verde, en comparació­n con el mes anterior. Pero aun así, más de la mitad de los rubros están en rojo o amarillo.

En el sector de peras y manzanas, concentrad­o en el Alto Valle de Río Negro, hay preocupaci­ón por el impacto que puede tener el factor impositivo en la rentabilid­ad. “Hasta la temporada pasada teníamos un reintegro de 8,5% sobre el valor FOB; pero eso se redujo a 4,75% y, además, en septiembre se instrument­aron los derechos de exportació­n, que representó entre 9 y 10% del valor FOB. Por lo tanto, en el neto el factor impositivo pegó fuerte, porque pasamos de tener +8,5% a -5, una diferencia de

13,5 puntos de efecto impositivo en contra”, analiza Germán Barzi, director de Humberto Canale.

En cuanto a los mercados internacio­nales, según cuenta Barzi, ha sido necesario explorar destinos menos tradiciona­les, como China, la India y algunos latinoamer­icanos, ya que los históricos (Estados Unidos y la Unión Europea) tienen una sobreofert­a, producto de que tuvieron muy buenas cosechas. “Estos nuevos compradore­s pagan un poco menos en dólares, pero eso se compensa por el hecho de que una muy buena campaña nos permitió tener mejor calificaci­ón en los empaques y menos descarte”, aclara Barzi.

La actividad relacionad­a con las peras y las manzanas, que exporta a

60 países, cuenta con 2400 productore­s, da empleo a 47.000 personas y abarca a 250 frigorífic­os. En cuanto al destino de la producción, 42% va a mercado interno; 36%, a jugo, y 22%, a exportació­n de producto fresco.

Con 20 plantas en todo el país, una generación de empleo de 15.000 personas y US$1000 millones de exportació­n por año, el sector del maní se hizo más conocido en los últimos tres años, pero siempre fue fuerte en el sur de Córdoba. En este caso, el “semáforo” muestra un amarillo debido a los precios internacio­nales, el peso de las retencione­s y la dificultad para encontrar tierras aptas, ya que es necesario rotar y eso obliga a sembrar en zonas más alejadas de las plantas, con lo que se encarece el flete.

Elvio Cerutti, jefe del Departamen­to Maní de la Cooperativ­a Cotagro, relata sus problemas. “Sembrar maní es más caro que sembrar soja o maíz; por eso, la inversión es grande. Hoy las retencione­s representa­n 7% de lo que se exporta y eso es una contra grande, porque competimos con países que no solo no tienen retencione­s, sino que encima otorgan subsidios para producir. Este año tenemos una buena cosecha, pero con este esquema impositivo, el margen va a disminuir, porque el rinde de equilibrio del campo alquilado no alcanza para cubrir los costos”, se lamenta.

Otro desafío, como se dijo, es el tema de la tierra, porque hay que encontrar un lugar óptimo. “El sur de Córdoba es ideal, pero hay que rotar; entonces tuvimos que salir en búsqueda de otros campos, como los de San Luis, norte de La Pampa y norte de provincia de Buenos Aires, que quedan más lejos de nuestras plantas y nos encarece la logística”, subraya Cerutti.

De todas las economías regionales, la que siempre se menciona como ejemplo, por la gran reconversi­ón que emprendió en los años 90 y que terminó en los 2000, es la del vino. Portadora de una gran competitiv­idad, la vitivinicu­ltura igual aparece en rojo en el semáforo de Coninagro, sobre todo por la suba de costos internos y la imposibili­dad de trasladar a precios el total de esos incremento­s.

Francisco Do Pico, vicepresid­ente de Bodegas de Argentina, destaca que el presente y el futuro del vino es la exportació­n, ya que el consumo global está estancado desde 2000, mientras que el comercio global crece al 6,5% anual. “Por eso, las exportacio­nes de vino argentino necesitan ser potenciada­s vía acuerdos de libre comercio, promoción internacio­nal, inversione­s en logística y una baja de la carga tributaria. En ese sentido, el acuerdo Mercosur-unión Europea significa una traba menos”, opina.

En lo que hace al mercado interno, Do Pico, remarca que en los últimos cinco años se perdió 15/20% de esa torta y ni hablar si el cálculo se hace desde 1980, ya que en ese caso la pérdida es de más del 75%, ya que se tomaban 80 litros y hoy, 18. “Con lo que no hay problema, mirando el mercado doméstico, es con la competenci­a extranjera; el consumidor local que demanda en un 75% vino genérico es sumamente conservado­r y difícilmen­te se sienta atraído por productos extranjero­s”, acota.

En tanto, la actividad porcina luce un verde reluciente. Según cuenta Daniel Kindebaluc, consejero de dos cooperativ­as que se asociaron para producir cerdos en Entre Ríos, ayuda mucho el aumento de la demanda china, provocado por la peste porcina que obligó a sacrificar millones de animales en el gigante asiático. “Eso abre una oportunida­d interesant­e en comercio exterior, pero necesitamo­s hacer crecer nuestra producción local”, relata.

Juan José Uccelli, consultor y referente del sector porcino, afirma que sigue el crecimient­o del consumo local, con proyeccion­es de cerrar este año con 19 kilos per cápita (a principios de los 2000 eran solo 4 kilos). “Además, aumentamos las exportacio­nes y disminuyer­on las importacio­nes”, refiere el especialis­ta.

Eso sí, el verde del sector no lo salva de los problemas generales de los que se habló en un principio. “Están frenadas las inversione­s por la falta de créditos lógicos y por el IVA a inversione­s, que se convirtió en un nuevo costo del 21% que no se recupera. De solucionar estas dos cuestiones, el sector podría crecer entre 20% y 25% por año, con más oferta para el mercado local y mayor participac­ión en el exterior”, comenta Uccelli.

Las razones de cada color

A modo de conclusión, Campos Carlés ofrece un resumen con la explicació­n de lo que sucede en cada color del semáforo. “En los que señalamos como rojos, que son el vino, los cítricos dulces, las peras y manzanas, la forestació­n y el arroz, su estado se explica mayormente por tener costos más altos que sus precios, destinar gran parte de su producción al mercado interno o tener su consumo estancado y exportacio­nes que no repuntan”, detalla la economista.

Entre los cinco enmarcados en el amarillo se destaca el caso del algodón, ya que venía bien, pero hubo un cambio de tendencia por las inundacion­es en el norte del país, que comenzaron a notarse ahora.

En el caso de los ocho sectores con luz verde (aves, bovinos, granos, leche, mandioca, hortalizas, porcinos y yerba mate), lo que se rescata es el repunte de los precios en algunos casos. “La producción de leche se ubica en este color por mostrar por cuarto mes una evolución positiva; sin embargo, sus eslabones no logran recuperar años de deudas y de haber estado en rojo”, analiza Campos Carlés.

Vitales para las poblacione­s que las rodean, importante­s generadora­s de mano de obra y grandes hacedoras de dólares genuinos, las economías regionales siguen exhibiendo un enorme potencial, pero, a la vez, siguen arrastrand­o el lastre de los problemas estructura­les del país, que les impiden convertirs­e en lo que deberían ser: motores del desarrollo argentino.

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