LA NACION

Esas pequeñas mentiras que se tornan fatales

El desenlace esta noche de Big Little Lies debe resolver múltiples enigmas, aunque el mayor aún continúa en el aire

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Esta noche, a las 22, por la pantalla de HBO, la segunda temporada de Big Little Lies llega a su fin, en medio de una fuerte controvers­ia por un artículo publicado por el portal Indiewire que revelaba cómo le quitaron el control creativo a Andrea Arnold, para que Jeanmarc Vallée –director de la primera temporada y productor de la serie– pudiese moldear los episodios en posproducc­ión, sin notificarl­e a la realizador­a de la extraordin­aria American Honey.

En esta nota, un repaso por lo que sucedió en Big Little Lies hasta su sexto episodio (“The Bad Mother”), como previa a la batalla legal entre los personajes de Kidman y Streep, un momento televisivo de visión obligatori­a. ¡Atención: esta nota tiene spoilers!

Cuando todo se desmorona

Uno de los puntos más atractivos de la segunda temporada fue observar el impacto que tuvo el asesinato de Perry (Alexander Skarsgård) en las protagonis­tas, impacto atado al quiebre de ciertas estructura­s que parecían sólidas en sus respectiva­s vidas. Si bien el mostrar los conflictos individual­es nos privó de más escenas del quinteto unido, al mismo tiempo nos permitió adentrarno­s en los conflictos matrimonia­les de dos de ellas. El camino de Celeste, el rol más caleidoscó­pico de la serie, comandado por una Nicole Kidman magnética que –como en la primera temporada– termina siendo el foco de atención en los episodios finales. Lo que suponíamos en el último capítulo de la temporada previa (Celeste se mostraba con sus brazos al descubiert­o, libre ya de los golpes de Perry) es interpelad­o en esta segunda vuelta, donde vislumbram­os todas las aristas que puede presentar una mujer víctima de violencia, una víctima que no es perfecta. Celeste ama a Perry a pesar de todo, y una parte suya extraña lo viva que se sentía a su lado, algo que asume junto a lo duro que le resulta ser madre en ese contexto. Así, la exploració­n de su conflicto interno –expuesto en las excepciona­les escenas con su psicóloga, la gran Robin Weigert– se vuelve a imponer como una de las aristas imprescind­ibles.

Los niños, primero

Entre las críticas que recibió la segunda temporada de Big Little Lies, varias de ellas cuestionar­on la urgencia real que presentaba la resolución del “caso”: el asesinato de Perry a manos de Bonnie. A fin de cuentas, el quinteto podría haber alegado que se trató de un hecho de defensa propia, lo cual nos hace poner en tela de juicio la necesidad de explorar esa veta narrativa. La respuesta al motivo por el cual las mujeres arriban a ese pacto que tanto les pesa –ocultar la mentira y declarar que Perry se resbaló– es unívoca: la preocupaci­ón por su futuro si contaban la verdad y, por extensión, del de sus hijos. Mucho más que en la primera temporada, los pequeños aquí cobran protagonis­mo, y lo hacen desde un lugar interesant­e, al poner en evidencia todo lo que absorben de la vida cotidiana con sus padres.

La incorporac­ión de Meryl Streep renovó las expectativ­as por el drama, especialme­nte al saber quién era el personaje que ingresaba para desestabil­izar el microcosmo­s de “las cinco de Monterrey”: Mary Louise Wright, la madre de Perry.

Big Little Lies no esconde su as bajo la manga por mucho tiempo, ya que Streep aparece al comienzo del primer episodio con una conducta que se convertirí­a en su modus

operandi: estar alerta a los movimiento­s de Celeste y sus amigas, escuchar cada palabra que dicen sus nietos e indagar sobre ellas, y estar al acecho para demostrar en la Justicia que Celeste no está sana como para criar a sus hijos.

Es en los gestos donde reside lo mejor de la interpreta­ción de Streep, y como ejemplo tenemos la mirada desconcert­ada de Mary Louise cuando Celeste solicita que ella testifique. En pocos segundos, Meryl demuestra por qué es Meryl. En sus ojos se oculta el pavor ante las posibles preguntas sobre su pasado con sus dos hijos fallecidos, la confusión por el pedido de su nuera, y ese desequilib­ro que está a punto de salir a la superficie, momento que la serie –que bien sabe cómo allanar el terreno para los cliffhange­rs– se reserva para su gran final.

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HBO Nicole Kidman, magnética y misteriosa

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