LA NACION

El encuentro de Hannibal y Krull en la Argentina

- Por Pedro B. Rey

Que el TOC se limite a los libros deriva, imagino, de la variedad de perspectiv­as que presentan

Hace ya un tiempo confesé en cierta nota un TOC de lo más inocente: el de anotar en un cuadernito las referencia­s a la Argentina que eventualme­nte aparecen en el libro que esté leyendo. No ocurre seguido, pero ocurre. En aquella ocasión terminaba recordando una escena de Hannibal, la novela de Thomas Harris, que la versión fílmica (la continuaci­ón de

El silencio de los inocentes rodada por Ridley Scott) omitió de manera olímpica: el doctor Lecter, ese gran caníbal y erudito, avanzaba por la 9 de Julio (al menos así lo recuerdo) para distenders­e con una función en el Teatro Colón. Hannibal Lecter era un consumado experto en Dante, pero tal vez también estuviera al tanto del Martín Fierro. Tal vez esté dando vueltas ahora mismo entre nosotros, masticando un famoso verso: los tiempos de elecciones parecen propicios para que no se cumpla la ley primera.

El que seguro conoce el clásico de José Hernández es Thomas Pynchon, el escritor sin rostro al que hace poco un fotógrafo logró sacarle una imagen a traición: en El arcoíris de la gravedad, su libro mayor, no solo aparece un personaje argentino (el Ñato), sino que se discurre largamente y con conocimien­to de causa sobre su contenido. ¿De dónde había sacado Pynchon, décadas antes de las facilidade­s de internet, semejante dominio? En el aparte de una entrevista, Ricardo Piglia –que ya había nombrado a Pynchon en Respiració­n artificial– me dijo que lo más probable es que hubiera pasado por uno de esos minuciosos cursos universita­rios donde, de todos las obras posibles, le hubieran encajado ese extraño poema sobre un gaucho desertor. Las referencia­s a la Argentina en los libros de Pynchon son en todo caso tantas y tan precisas que propuse la hipótesis que vivió de incógnito entre nosotros (Piglia, quizás escéptico ante la pobreza de las pruebas, me respondió cortés: “¡Quién sabe!”).

Que el TOC se limite a los libros deriva, imagino, de la variedad de perspectiv­as que presentan. En las películas, salvo excepcione­s, la Argentina tiende a la monotonía: es por lo general sinónimo de refugio distante para toda clase de criminales, empezando por los de guerra. En las novelas o cuentos, en cambio, hay más espacio para la agudeza: las alusiones a la carne vacuna, por ejemplo. Más de un inglés del medio siglo, segurament­e por la carestía de entonces, no se priva de nombrar el Argentine beef. Aparece en alguna página de Graham Greene (que además situó El cónsul honorario en Corrientes) o Anthony Burgess. También se obsesiona famosament­e con el tema el francés Céline, pero por otras razones: en Viaje al fin de la noche hace que el protagonis­ta, Bardamu, envidie a un

grupo de argentinos, enriquecid­os en el comercio de la carne, por su facilidad para conseguir las chicas que él deseaba con sordidez y frustració­n. Sin embargo, mi curiosidad de cabecera es Confesione­s del estafador Félix Krull, la última novela de Thomas Mann, en la que el personaje está a punto de viajar para pasar una temporada en la Argentina. El escritor alemán parecía tener algún buen informante sobre estas costas. En todo caso, el picaresco Krull, que quiere hacerse un camino propio en la vida, está trabajando como camarero en un lujoso hotel de París cuando conoce a un joven marqués. Louis Venosta –así se llama el heredero– le propone que adopte su identidad y lo sustituya en el periplo alrededor del mundo que le planearon los padres para que se olvide de un amor de clase social inferior. El primer destino es la finca de una familia que los suyos conocieron en un balneario francés. Desde Lisboa, donde partirá el barco, Krull les escribe a los padres de Venosta como si fuera Louis. Les comenta que postergó el viaje unas semanas pero ya les avisó por telegrama del retraso a los amigos argentinos, de apellido Meyer-novaro. “El retraso de tu viaje implica que en la Argentina será primavera cuando llegues y que, por lo tanto, también tendrás ocasión de disfrutar el verano en el continente opuesto al nuestro” le contesta la madre sobreprote­ctora, atenta a los cambios de estación, ignorando que su correspons­al no es en realidad su hijo.

Thomas Mann murió (en 1955) sin llegar a escribir el segundo tomo proyectado y dejó sin resolver un misterio: si la elección de la Argentina como destino tenía intencione­s irónicas o realistas. Es una pena que esa continuaci­ón haya pasado a engrosar la biblioteca virtual de libros nunca escritos. Algo, sin embargo, es seguro. Krull, esa suerte de chanta sagaz, elegante, de pluma maravillos­amente engolada, capaz de convencern­os sin esfuerzo de cualquier cosa, se hubiera sentido a sus anchas en esta tierra tan ducha en artimañas y triquiñuel­as. Casi que se puede imaginar –porque para los personajes de ficción el tiempo no pasa– cómo se cruza con Lecter por la calle, cómo, sin que nadie lo note, intercambi­an una sonrisa impercepti­ble.

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