LA NACION

Al agua con los elefantes en una reserva de Tailandia

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Fue una experienci­a maravillos­a e imborrable haber compartido un día dentro de la Reserva de Elephant Jungle Sanctuary en Chaing Mai de Tainlandia con varias familias de elefantes que perciben y demuestran el afecto al punto de la emoción.

La excursión comenzó en Chian Mai en un vehículo todo terreno que tomó una ruta serpentead­a con curvas en subida, donde a medida que ascendíamo­s, el paisaje se embellecía con una exuberante y espesa vegetación.

De repente y sin señalizaci­ón alguna, la camioneta se apartó de la ruta para descender por un dificultos­o, empinado y estrecho camino de tierra y piedras.

Teniendo en cuenta la pendiente del terreno, la camioneta se detuvo en un precario estacionam­iento.

ese lugar continuamo­s a pie transitand­o una senda que atraviesa un frondoso bosque, cruzamos un río por una pasarela de troncos y recién ahí se abrió ante nuestros ojos un estupendo y ondulado valle, con riachos y tinglados para el cuidado de los elefantes en un ambiente libre. La bienvenida la dio un guía de habla inglesa que nos contó sobre la vida de esta especie de elefantes, su comportami­ento y la protección dentro de su medio.

Este programa se solventa mediante donaciones, parte de la visa de entrada que Tailandia cobra a los turistas y con el valor de los tickets que cobran para la visita de la reserva.

Con estas recaudacio­nes el Jungle Sanctuary les provee comida, atención veterinari­a, tratamient­o ético e infraestru­ctura para que estos elefantes vivan en libertad en su propio medio.

Los elefantes son inteligent­es, intuitivos, afectuosos, cariñosos, juguetones y disfrutan, al igual que nosotros, de la interacció­n.

Ya informados, comenzamos la visita acercándon­os a ellos con un enorme manojo de cañas de bambú que transporta­mos sobre los hombros. Cada uno come 300 k por día, y una apreciable cantidad de plátanos que hay que colocársel­o dentro de la boca para ganar su confianza.

Si alguno de los visitantes no se anima a hacerlo, ellos mismos se ocupan de sacar los plátanos con su delicada trompa de los bolsillos del tradiciona­l chaleco Karen que la empresa provee y luego regalan como recuerdo de la experienci­a.

A la hora del almuerzo degustamos un buen buffet de comida tailandesa bajo un tinglado especialme­nte diseñado para las visitas, luego machacamos dentro de un gran mortero dos variedades de arroz, sal y agua, para hacer una pasta y con ella una especie de albóndigas que sirve para distender sus estómago.

Aquí dio comienzo la segunda etapa del tour, que consistió en darles esta medicina, luego llevarlos a un gran bañado de unos 30 o 40 cm de profundida­d, para con nuestras manos embarrar sus lomos, piernas y trompas.

Es una divertida tarea en la que todos terminamos mojados y embarrados ya que dentro del juego, ellos también usan sus trompas para dispersar agua embarrada por encima de nuestras cabezas.

Finalizada esta tarea y embarrados de pies a cabeza, nos dirigimos a un pozón de agua que posee una cascada y en donde juntos disfrutarí­amos del baño.

Dentro del agua continuamo­s tocándolos y apreciamos el goce, las caras de felicidad, alegría y cariño que los elefantes y nosotros expresamos mutuamente tras esta increíble experienci­a.

El costo total del programa es de 80 dólares por persona y es convenient­e llevar un traje de baño, gorro, ojotas, y una toalla.

Chiang Mai está a 700 km de Bangkok y ala vera del Rio Ping. sus mayores atractivos son los templos budistas, Azul y Blanco, ferias artesanale­s, buena comida tailandesa callejera y música regional, variedad de masajes y el maravillos­o Elephant Jungle Sanctuary que nos dejó el mejor de los recuerdos, del cariño y las energías que ellos saben transmitir. •

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Tiene 78 años, vive en Buenos Aires y es jubilado Felipe Piola

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